Armallá, un salinar en Molina

viernes, 14 enero 2011 0 Por Herrera Casado

Un buen amigo mío, José Sanz y Díaz, que era de Peralejos y había pasado la vida trotando por el Señorío, mirando en archivos y escribiendo artículos y libros sobre su tierra, me dejó en cierta ocasión un trabajo que le habían publicado en la Revista Carreteras, allá por 1964, y que tiene noticias que quisiera aprovechar para contárselas hoy, cincuenta años después, a mis lectores, porque lo que tiene amarre de histórico nunca envejece, y porque hoy conviene llamar un tanto la atención hacia estas viejas salinas molinesas, que en tiempos fueron sustento de condes y aun de reyes, y a pesar de haber sido remodeladas, propulsadas y hermoseadas por la administración carolina, de Carlos III, en el siglo XVIII, han ido perdiendo fuerza y hoy no son más que un triste recuerdo de lo que fueron, hace siglos. 

Es un bloque más de renglones que lo que quieren, en realidad, es aldabonear en las puertas de los organismos oficiales, y en sus representantes temporales, para que ninguna oportunidad se pierda, y menos ahora la de ayudar a estas salinas a recuperarse como se hizo no hace mucho con las de Riba de Saelices, en la sierra del Ducado. 

El edificio central de las Salinas de Armallá en Tierzo, fue mandado construir por Carlos III.

 Historia de las salinas 

 Estas salinas de Armallá, cercanas al pueblo de Tierzo, en el Señorío de Molina, son nombradas en el Fuero original de este territorio, a mediados del siglo XII. Decía así este fuero: Do a vos en fuero que siempre todos los vecinos de Molina y su término, así caballeros, como clérigos, eclesiásticos y judíos, prendan sendos cafices de sal cada año e se den en precio de estos cafices, sendos mencales, et prendan estos cafices en Traid o Almallas

El origen de su epxlotación es muy remoto. Aunque no existen datos, es posible que ya los romanos las utilizasen. Los árabes, desde luego, lo hicieron, porque si algún recuerdo de ellos queda en este lugar es precisamente el nombre. En árabe, m.adin al-mallaha significa “minas de sal” o “poblado salinero”. De allí heredó el nombre actual, que sería más lógico escribir y pronunciar “Almallá” para ceñirnos mejor al origen islámico de su apelativo. 

Estas salinas fueron usufructuadas en un principio por los condes de Molina, quienes paulatinamente fueron cediendo sus derechos a favor de nobles y monasterios. Sin embargo, a fines del siglo XIII, cuando el señorío molinés pasa a ser regentado por el rey Sancho IV, se dice que la sal de Molina y su Tierra puede ser vendida libremente en toda Castilla. De 1481 es un privilegio de los Reyes Católicos sobre estas salinas, y en el siglo XVI alcanzan su auge y más intensa explotación, a raiz de pasar a ser administradas por los Mendoza de Molina, los condes de Priego. Finalmente, en el estado borbónico, pasaron a control directo de la Administración estatal, siendo rehechas tal como hoy las vemos, tras la razonada petición que en 1739 hizo al rey su administrador, don Bernardo Arnao y Zapata, con el apoyo de los hombres del Común de Molina. En 1845, el conocido Diccionario Geográfico-Estadístico de don Pascual Madoz las describe brevemente: comprende magníficos edificios para habitación y almacenes, buenas cercas y buenas eras necesarias para la evaporación; el  manantial o pozo de las salinas es abundantísimo, de excelente calidad y tal vez de los mejores de la península pues sus sales pesan 125 libras, y su fabricación asciende de 16.000 a 18.000 fanegas cada año: hay en este establecimiento un administrador, un fiel interventor, un medidor, dos guardas de salobres y otro para las fábricas, este último habita siempre en ellas. 

Las Salinas de Armallá se encuentran en el municipio de Tierzo, y son atravesadas por la carretera que va de Molina a Checa. Su edificio central fue construido en la mitad del siglo XVIII. Su aspecto externo es realmente hermoso, y además muy funcional.  Es de planta casi cuadrangular, con unos cuarenta metros de lado, y su interior totalmente diáfano. Muestra el armazón de madera de la techumbre completamente al descubierto, sujeto por veinticuatro grandes columnas, cada una de una sola pieza de madera, escuadradas, de unos cuarenta centímetros de lado y una altura, en las más altas, de aproximadamente catorce metros. Todo un espectáculo interior. El tejado es a dos aguas, con durmientes muy largos. Los muros son de cal y canto, ofreciendo unos contrafuertes exteriores en forma de bóvedas de medio cañón para evitar las tensiones laterales. En la parte que da a los manantiales salinos –esto es, a mediodía del edificio‑ se abre un porche cubierto donde descargaban los carros de sal. La cumbrera tiene un leve chaflán en los dos extremos, lo que le da una gracia especial. Por último, toda la estructura de madera, debido, sin duda, al roce de la sal apilada, ha adquirido una peculiar textura, muy suave, auténticamente aterciopelada. 

Con Sanz y Díaz por Armallá 

Nos cuenta don José que siempre que apretaba el calor, con su familia se iban a pasar el verano a su pueblo, a Peralejos. A la fuerza tenían que pasar por Armallá, donde siempre paraban. 

Y de él nos dice: El minúsculo caserío se desparrama como una bandada de palomas torcaces en la falda de una colina, que lo resguarda del cierzo, y más abajo, cabe la carretera, están las salinas propiamente dichas, con sus almacenes y una vieja casona señorial que alzaron sus propietarios, rodeada de jardines un tanto abandonados hoy. El pozo de donde se extrae el agua salitrosa, las balsas am­plias donde se cuaja la sal por evaporación y unos chalets presumidos, sin nada notable, Lo intere­sante es la vieja casona del siglo XVIII, que levan­taron los navarros Leyún, entonces dueños de las históricas Salinas. Se explotan desde tiempos re­motos; figuran ya en los documentos señoriales del Común de Villa y Tierra de Molina, a partir del Conde don Pedro Manrique y de la reina doña Ma­ría de Molina, que les concedieron privilegios y mercedes. 

Luego describe el lugar, tal como él lo veía hace 50 años: Casa de varias plantas, con empaque de palacio campestre, dotado al mismo tiempo de amplias cá­maras y grandes estancias en varios pisos. Voltea sus balcones sobre la carretera y la vega, teniendo a la espalda las salinas y al lado un arroyo que fertiliza huertas y jardines. Desde el último piso se divisa a lo lejos la dehesa de Arias, con su ca­sona fortificada y sus construcciones modernas. 

Recuerda Sanz y Díaz las palabras de su amigo, el que durante la guerra civil fuera Capitán de Caballería, José María Alonso Gamo, cuando al llegar al caserío dijo: EI escuadrón se detiene junto a Tierzo, y descabalga. 

Y en su breve escrito para la Revista “Carreteras” que conseguiría dar a conocer este enclave a nivel nacional, sigue memorando aconteceres: En el año 1564 se creó en España el monopolio de la sal, en sustitución de varias tasas que tenían por base el consumo de dicho producto. Reinaba Felipe II y necesitaba dinero para su campaña con­tra los luteranos en los Países Bajos. Entonces la riqueza pecuaria del Señorío de Molina quedó muy afectada por tal medida, pues­to que sus rebaños eran trashumantes, pastando de verano en estas sierras del alto Tajo y de invier­no en Andalucía. El pastoreo aquí fue siempre un gremio muy importante. El nuevo impuesto filipense era un medio indirecto de hacer pagar tasas a los ganados que transitaban en busca de pastos por las tierras comunales, y a tanto llegaron las molestias de los ganaderos que el honrado Concejo de las Mesta logró que el Concejo Real anulara en 1741 dicho impuesto sobre la sal, porque encarecía notablemente la lana y la carne. 

Tras la implantación del “estanco de la sal” a mediados del siglo XVIII, se impuso la obligación de que cada familia declarara bajo juramento el número de individuos y, de cabezas de ganado que cada núcleo hogareño tenía, sirviendo ese dato para poder retirar de los depósitos del Gobierno, mediante una cartilla de racionamiento, la cantidad asignada de sal. El precio fue subiendo, haciéndose muy costoso para la mayoría de los ganaderos. Pero el rey cobraba lo que quería, y los que arrendaban el servicio se hacían de oro. Tal ocurrió con el conocido financiero don José Salamanca, y tal ocurrió, desde finales del siglo XVIII, con la familia Navarra de los Leyún, que consiguieron el arriendo de estas salinas de Armallá, ganando mucho dinero con ellas, y construyendo con parte de esas ganancias. 

Y aún nos dice Sanz y Díaz que aunque en el siglo actual (el pasado, para nosotros) había mantenido su prestancia la casona, a pesar de bastardeos, actualmente es propiedad de un médico, que tiene gusto por la conservación y restauración de estas cosas, prueba de su inteligencia y de su cultura. Se llama Angel Nieves y es mi amigo, al que siempre me gusta saludar cuando paso por delante de las famosas Salinas de Armallá

Apunte Bibliográfico: Un libro sobre las Salinas en Guadalajara 

Existe una publicación, hoy ya rara de encontrar, pues se considera agotada, que trata de las Salinas de la comarca de Atienza, y en su conjunto de todas las de la provincia de Guadalajara, trayendo por lo tanto noticia de las de Riba, La Olmeda, Santamera, Armallá, Traid, etc. Sus autores fueron Antonio Trallero Sanz, Joaquín Arroyo San José y Vanesa Martínez Señor, y su título “Las salinas de la comarca de Atienza”, figurando como nº 41 de la Colección “Tierra de Guadalajara” de la editorial AACHE. De 128 páginas y numerosas ilustraciones, es una forma de adentrarse en la explotación, historia y curiosidades del mundo de la minería salada.