Los Cronistas Provinciales de Guadalajara (1885-1971)

miércoles, 1 enero 1997 0 Por Herrera Casado

En la nómina de escritores que de un modo u otro se han dedicado, a lo largo de los siglos, a escribir sobre aspectos diversos de la tierra de Guadalajara, han destacado muy especialmente un grupo que, con el común denominador que les confirió el titulo de «Cronistas Ofi­ciales de la Provincia de Guadalajara» se dedicaron al estudio de la historia de esta tierra. El cargo de Cronis­ta Provincial había sido creado por la Excma. Diputación de Guadalajara en 1885, con el objeto de que quien tal título ostentara se dedicara al estudio metódico y a la divulgación permanente de los valores históricos, artísti­cos y culturales de la provincia de Guadalajara.

 A continuación reseño, muy brevemente, la vida y obra de los cuatro investigadores que, a lo largo de casi un siglo, ocuparon sucesivamente el cargo, y pusieron desde él una inmensa obra de trabajo y sabiduría a disposición de los futuros estudiosos del tema provin­cial.

Juan Catalina García López fue el primer Cronista Provincial de Guadalajara

1JUAN CATALINA GARCÍA LOPEZ

 Se inicia el cómputo de las Cronistas Provin­ciales de Guadalajara con don Juan Catalina García López, que nació en 1845, en el pueblecito alcarreño de Salmeroncillos de Abajo. Hizo sus primeros estudios en el Instituto de Guadalajara, pasando luego a la Universidad de Madrid, donde cursó estudios de Filosofía y Letras, y de Derecho. Trasladado su padre, que era maestro, a Madrid, en 1868, aquí puso su morada en la plaza de la Cebada, junto al antiguo hospital de La Latina.

Desde muy joven comenzó a colaborar en periódicos y revistas. Tales fueron El Fomento Literario, fundada por Gonza­lo Calvo Asensio, y otras de marcado acento católico como El pensamiento español, La España, La Unión y otras. Fundó, junto con el marqués de Cerralbo, La Juventud Católica, en la que dio numerosas conferencias de arte y arqueología.

Su carrera profesional fue rápida y brillante. Dirigió primero un Colegio particular. En 1885 ganó las oposi­ciones a la cátedra de Arqueología y Ordenación de Museos, de la Escuela de Diplomática. Entró en el cuerpo de Archiveros, Biblio­tecarios y Arqueólogos, y alcanzó finalmente las Cátedras de Arqueología y de Numismática en la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, cargo que simultaneó hasta su muerte con el de direc­tor del Museo Arqueológico Nacional.

Casó en 1871 con dona Juana María de las Mercedes Pérez Menéndez, teniendo de ella dos hijos y una hija. Hombre honrado a carta cabal, solo se ocupó de cumplir devotamente con su deber, educar rectamente a sus hijos y aumentar diariamente sus conocimientos de historia y arqueología, que llevaron a quitarle, en sus últimos años, casi por completo la vista. Con ese modo de entender la vida no llegó a hacerse rico, pues la honra­dez y el dinero no han guardado nunca relaciones amistosas. Se compró una casita en Espinosa de Henares, que tuvo que vender al final de su vida. Murió pobre, el 19 de enero de 1911, en Madrid, siendo enterrado en la Sacramental de San Justo.

Aparte de sus quehaceres profesionales, la preo­cupación por la historia le hizo conseguir otros galardones. Así, en 1870, a los 25 años de edad, fue nombrado académico correspon­diente de la de Historia, llegando a tomar posesión de un sillón de numerario en dicha Academia el 27 de mayo de 1894, que fue el más feliz de su vida, según él confesara. Leyó en aquella ocasión su discurso sobre La Alcarria en los dos primeros siglos de su Reconquista. En la Academia de la Historia ocupo el puesto de Anticuario, y luego el de Secretario perpetuo, cargo en el que leyó las memorias de varios años. En 1893 se le concedió la Gran Cruz de Isabel la Católica.

Fue nombrado Cronista Oficial de la Provincia de Guadalajara en 1885. La laboriosidad de don Juan Catalina García le llevó a producir libros e investigaciones en numero superlati­vo. Trabajos de campo, en su faceta arqueológica, y especialmente trabajos bibliográficos y documentales en su investigación de archivos, le llevaron a construir una serie de grandes obras y un inmenso número de aportaciones en forma de artículos, de todo lo cual sería imposible hacer ahora ni siquiera un resumen. Desta­care solamente aquello que hizo posible pasara el sabio García López a los anales de la historiografía hispana, y justificara su cargo de Cronista de Guadalajara.

Destacando como digo sus obras más importantes, podemos reseñar la Biblioteca de escritores de la provincia de Guadalajara y bibliografía de la misma hasta el siglo XIX. La Biblioteca Nacional premió esta obra en 1897 y dos años después se editó. A lo largo de sus 800 páginas discurren multitud de noticias históricas de nuestra tierra, protagonizadas por aque­llos nativos de ella que, unos más, otros menos, dejaron algo escrito, ya en manuscrito, ya impreso. Para escribir esta obra magna, el señor Catalina García anduvo durante varios años revi­sando archivos, quitándole el polvo a los manuscritos de la Biblioteca Nacional, la Academia de la Historia, la Biblioteca de San Isidro y otras venerables instituciones madrileñas en las que se guarda tanto callado decir de nuestro pretérito discurso.

Fruto de tanta rebusca, de tan acendrada familia­ridad con los libros viejos, fue otro gran trabajo, no completo totalmente, pero que ha resultado de gran utilidad a los bibliófilos de hoy día. Se trata del Ensayo de una Tipografía Complu­tense, editada en 1889, con unas 700 páginas y en la que nuestro autor daba cuenta ordenada de los libros que, desde principios del siglo XVI, salieron de las imprentas establecidas en Alcalá de Henares.

Por entonces, en 1887, publicó don Juan Catalina el Fuero de Brihuega, otorgado por el arzobispo toledano don Rodrigo Ximénez de Rada a la villa alcarreña, en el siglo XII, tomado del de Cuenca. Nuestro autor no solo publicó el texto de este Fuero, sino que lo comentó, y aun lo precedió de muy intere­santes y críticas apuntaciones históricas acerca de la villa alcarreña. Ya finalizando el siglo, en 1894, don Juan Catalina tomo posesión de su plaza en la Academia de la Historia, leyendo públicamente su trabajo La Alcarria en los dos primeros siglos de su reconquista, reuniendo en el mismo, como en apretado esbozo, todo el saber histórico, etnográfico y artístico que este hombre atesoraba acerca de la tierra que le vio nacer.

También por entonces, en 1897, escribió con la profundidad erudita y científica que le caracterizaba, el Elogio del padre Sigüenza, leyendo su trabajo en la Academia de la Historia y publicándolo luego como introducción a la edición de la «Historia de la Orden de San Gerónimo» de dicho autor segunti­no.

Otros libros, ya mas pequeños, que el autor vio editados, son El libro de la provincia de Guadalajara, que pre­tendía poner al alcance de todas las edades y culturas los cono­cimientos sobre geografía, historia, economía y arte de este pedazo de España. Gran volumen adquirió su trabajo destinado a la gran Historia de España que se propuso hacer, entre todos sus miembros, la Academia de la Historia. En ella, don Juan Catalina García realizo el trabajo «Castilla y León durante los reinados de Pedro I, Enrique II, Juan I y Enrique III», que aparecieron publicados, en tres tomos, entre 1892 y 1893.

Su último gran trabajo publicado fueron los Au­mentos a las Relaciones Topográficas de España que enviaron los pueblos a la administración de Felipe II durante el ultimo cuarto del siglo XVI. Tras de la publicación del texto original, tomado por el autor de lo que se conserva en el Monasterio de El Esco­rial. Don Juan Catalina García escribió, con gran amplitud, la evolución histórica de estos pueblos, en su mayor parte de los partidos judiciales de Guadalajara, Pastrana, Brihuega y Sacedón. Tras de su muerte, en 1911, al año siguiente, se publicó como homenaje a su persona el volumen titulado Vuelos Arqueológicos, pequeño librito en el que figuran varios trabajos sueltos, algu­nos referentes a Guadalajara.

Pero la actividad de don Juan Catalina García no paro en estas grandes obras. Multitud de artículos en revistas y periódicos y varias conferencias pronunciadas y luego publicadas forman y completan su bagaje de legado fructífero en nuestros días. Recordaremos algunos trabajos suyos: escribió varios acerca de la Prehistoria; así por ejemplo, un resumen sobre La Edad de Piedra, El hombre terciario y otras publicaciones sobre arqueolo­gía: cerámica egipcia, exploraciones arqueológicas en el cerro del Bu, Las ruinas de Numancia, etc.

De otros temas alcarreños, en especial de su Mariología, también se ocupó el señor García López. Así, los trabajos suyos sobre Rasgo histórico acerca de Nuestra Señora de la Antigua, de Guadalajara, publicado en 1884, y El Madroñal de Auñón, publicado en tres números de la «Revista de Madrid» del año anterior.

Repasó también varios archivos, como los de la catedral de Cuenca, el municipio de Cifuentes, el del monasterio de El Escorial y otros varios, buscando siempre el tema inédito y de trascendencia.

Una de las tareas más importantes que realizó el Cronista García López fue la elaboración del Catalogo del Patri­monio Artístico de Guadalajara, que le fue encargado por el Ministerio de Instrucción Pública a comienzos del siglo XX, y que no pudo terminar por haberle sobrevenido la muerte, pero que dejó muy avanzado, y hoy se conserva inédito en el Consejo  Superior de Investigaciones Científicas.

2 ‑ ANTONIO PAREJA SERRADA

 El segundo en la serie de los Cronistas Provin­ciales de Guadalajara fue D. Antonio PAREJA SERRADA, alcarreño ilustre por muchos conceptos, pero especialmente por el amor a su tierra, que le llevo a estudiarla con ahínco y a publicar el fruto de muchas de sus investigaciones.

 Nació Pareja en la villa de Brihuega, corazón verdean­te de la comarca alcarreña, a mediados del siglo XIX. Cursó estudios universitarios en Madrid, y en la Corte residió siempre, aunque a su villa natal se acercaba siempre que podía, pasando en ella completos los veranos. Dedicado por una parte a la enseñanza  ‑era profesor de Historia y Sociología en varios centros madrileños‑  gran parte de su actividad la rindió en el batallar periodístico, siendo colaborador asiduo de numerosísimos periódicos de la capital, dirigiendo otros, y aun fundando algu­nos, como El Briocense que aparecía cada quince dias en la villa de la Peña Bermeja, cuajado de los artículos y apreciaciones de hondo sentido alcarreñista de Antonio Pareja.

 En Madrid fue redactor‑jefe de El Debate, en 1880, y anteriormente, había pasado, en sus primeros pasos tipo­gráficos, por Los Sucesos (1865) y La Soberanía Nacional (1867‑ 70). Otros muchos periódicos, desde El Guerrillero agrícola a El Boletín de Faros vieron cuajada la inquieta pluma de Pareja en temas diversos, amenos, enjundiosos y valientes. Era hombre que andaba siempre con la verdad por delante, y eso le costo no pocos disgustos, que el contabilizaba entre sus triunfos más queridos.

La intensísima labor literaria  ‑en gran parte dedica­da a su tierra alcarreña‑  que había realizado anteriormen­te, hizo que la Diputación Provincial de Guadalajara, a la muerte de don Juan Catalina García, le nombrara, en 1911, Cronista Provincial, cargo que ejerció hasta su muerte en 1925, y que le animo a dedicarse, ya en esos anos últimos de su trabajadora existencia, a investigar y escribir solamente en derredor de su provincia.

No son abundantes sus libros en torno a Guadala­jara, pero lo que hizo Pareja en su puesto de Cronista supone una aportación muy útil para el progresivo conocimiento de Guadalaja­ra: fueron piedras, materiales, vigas maestras en la construcción de este edificio que aun hoy seguimos levantando, y que quisiéra­mos magno y útil: el conocimiento, aprecio y defensa de nuestra tierra.

 En 1911 publicó su librito en octavo La Razón de un Centenario, que vino a ser la publicación oficial del 200 aniversario de la memorable batalla de Villaviciosa, en la que el Borbón Felipe V asentó su trono frente a las aspiraciones del archiduque Carlos. Es libro en el que se describe el origen y desarrollo de la batalla, y se completa con los discursos, foto­grafías de medallas, monumentos y documentos de la efemérides.         

Enseguida inició D. Antonio su proyecto ilusiona­do: la realización de una amplia Guía de la Provincia, con des­cripción detallada de todos y cada uno de sus pueblos. La empre­sa, costosa, la emprendió Diputación editando un libro por cada partido judicial. Así, en 1915 apareció el primer volumen, Guada­lajara y su partido, escueto pero enjundioso, en el que se expo­nía la historia y el arte de la ciudad, con sabrosísimas notas de la actualidad de aquellos días. En 1916, aparecía el segundo libro de esta serie, Brihuega y su partido, mucho más voluminoso y trabajado, quizás por ser la tierra natal y queridísima del autor.

Inexplicablemente cortada esta serie de monogra­fías que prometía un fruto copioso, Pareja puso su atención en otro tema no menos interesante, tendente a promover el conoci­miento histórico de Guadalajara, y ello fue la recopilación de documentos dispersos en archivos o publicaciones, relativos a temas capitales del devenir arriacense. Surgió así el tomo prime­ro de la Diplomática Arriacense que, a pesar de su título, lleva documentos no solamente de la ciudad de Guadalajara, sino de toda la provincia, muy especialmente de Sigüenza y Molina. Aunque la obra no permitía conducir un hilo homogéneo investigativo, lleva­ba la intención de acopiar materiales para allanar la tarea a futuros investigadores. En ese primer tomo puso Pareja los docu­mentos provinciales fechados en los siglos XI y XII. Enseguida reunió documentación de posteriores centurias, y se dispuso a publicar el segundo tomo de su Diplomática, que hubiera salido con la fecha de 1925 en su portada, de no haber muerto el autor en ese año, cuando se encontraba ya corrigiendo las pruebas de ese libro, que quedó inédito. 

3 ‑ MANUEL SERRANO SANZ 

El tercero de los Cronistas Provinciales de Gua­dalajara fue Don Manuel Serrano Sanz, a quien en su tiempo llama­ron el «Menéndez Pelayo pequeño»,pues aun con ser más joven que el sabio santanderino, era, como él, una máquina de leer libros, un incansable pensador e investigador, un escritor muy fructífe­ro. La vida de don Manuel es de una sencillez pasmosa; su biogra­fía contiene muy pocas fechas más aparte de las de su nacimiento y muerte. Como todos los hombres sabios y trabajadores, no tuvo tiempo de protagonizar escándalos ni de cosechar distinciones: su obra escrita es, sin embargo, tan inmensa, que necesitaría un libro aparte para ser enunciada y brevemente comentada.

Alcarreño de pura cepa, nació el 1 de junio de 1866 en Ruguilla, cerca de Cifuentes, en el seno de una familia de terratenientes acaudalados y cultos. Cursó sus estudios en el Seminario de Sigüenza y en el Colegio de los Escolapios de Molina de Aragón. Trasladado luego a Madrid, hizo el doctorado en Dere­cho iniciando posteriormente los cursos de Filosofía y Letras, que luego acabó también con el doctorado. En 1888, a los 22 años de edad, preparó y sacó con gran éxito las oposiciones al cuerpo de Archiveros‑Bibliotecarios‑Arqueólogos. Tras ellas, fue desti­nado a la Biblioteca Nacional a su sección de Manuscritos, donde realizó una encomiable tarea de ordenación y donde paso las horas más felices y fructíferas de su vida, investigando.

En 1905 preparó también, y ganó con facilidad, las oposiciones a cátedra, siendo destinado a Zaragoza, a ocupar el estrado de Historia Antigua y Media, en la Facultad de Filoso­fía y Letras. En la capital aragonesa fue muy bien recibido, y queridísimo de todos mientras allí vivió. Admirado de alumnos y reconocido por la ciudad, Serrano sin embargo aprovechaba vaca­ciones o paréntesis de cualquier tipo para viajar a Madrid e investigar en su principal acopio de datos. Él, sin embargo, siguió escribiendo decenas de artículos y de libros, destacando ya como uno de los puntales de la investigación americanista.

En 1911 fue nombrado académico correspondiente de las de Historia y de la Lengua. Y en 1931 recibió el preciado galardón de ser elegido Académico numerario de la Real de Histo­ria, aunque no llegó a disfrutar el día de su toma de posesión, pues murió cuando estaba preparando su discurso de ingreso en la Academia.

Pasaba los veranos en Sigüenza, donde tenía una casa en el barrio barroco de San Roque, y allí compartía las jornadas vespertinas en la Alameda con buenos amigos seguntinos y alcarreños, pues era queridísimo de todos, por su afabilidad y grata conversación. En 1929 alcanzó la jubilación, regresando entonces a Madrid, donde pronto murió, el 6 de noviembre de 1932, cuando apenas sin descanso seguía investigando en temas de Histo­ria americana. Una larga serie de homenajes póstumos le fueron tributados, como siempre suele suceder, tras su muerte.

Encarecer la sabiduría de Serrano Sanz no resulta difícil, pues su obra gigantesca habla por sí sola. Como inicial detalle, baste consignar que dominaba cinco idiomas vivos y otros tantos muertos, entre ellos el árabe antiguo y el sánscrito. A la historia ha pasado como el gran iniciador de los estudios ameri­canistas, pues tocó en profundidad todos los temas relacionados con la América hispana, dejando cientos de artículos de investi­gaciones monográficas, sacadas de las bases de documentación inédita y de primera mano, y poniendo luego sus vastos conoci­mientos en gruesos volúmenes definitivos, de los que bastara aquí recordar sus Relaciones históricas y geográficas de América Cen­tral, los Historiadores de Indias, el Compendio de Historia de América, los Orígenes de la dominación española en América, etc. En los últimos años de su vida, eran legión los investigadores, profesores y políticos iberoamericanos que, al acudir a Madrid, no dejaban de visitar a don Manuel Serrano, a quien se tenía al otro lado del Atlántico como el más sabio de los americanistas.

Su nombramiento como Cronista Provincial, reali­zado por la Excma. Diputación de Guadalajara, data de 1926. Aunque fue minoría lo dedicado a su provincia natal, en el con­junto de su obra, aún dejó escritos estimables trabajos de inves­tigación sobre algunos personajes alcarreños que tuvieron algo que ver con la dominación hispana en América. Recordamos así la Vida y escritos de fray Diego de Landa, Pedro Ruiz de Alcaraz, iluminado alcarreño del siglo XVI, Don Diego Ladrón de Guevara, obispo de Panamá y Quito y Virrey del Perú, y aun su muy intere­sante y documentado estudio sobre Los orígenes de la capilla de Santa Catalina en la catedral de Sigüenza y la estatua sepulcral de don Martín Vázquez de Arce.

4 ‑ FRANCISCO LAYNA SERRANO

 

El último de la serie que hoy contemplamos de los Cronistas Provinciales de Guadalajara es don Francisco Layna Serrano, al que alguno de Uds. probablemente conociera y sabría de su laboriosi­dad ingente y su hombría de bien.

Recordaremos en brevedad su vida y su obra, ha­ciendo un esfuerzo por resumir lo que, por admiración y justicia, debiera ocuparnos largo trecho. Nació don Francisco en el pueble­cito de Luzón, corazón de la Celtiberia, un 27 de junio de 1893. Allí y en Ruguilla pasó sus primeros años, estudiando luego Bachillerato en el Instituto de Guadalajara y pasando a la Universidad madrileña a cursar la licenciatura de Medicina, especiali­zándose después, junto a los maestros del Instituto Rubio y Galí, en Otorrinolaringología. Fue médico del Hospital del Niño Jesús, viajó por Europa e investigó sobre el tema de la «reflexoterapia endonasal», muy de moda en los anos treinta, sobre la que llego a publicar un libro que incluso fue traducido al ingles. Además del ejercicio público y privado de su profesión, siempre acompañado de un éxito que le prestigió notablemente, fue fundador en 1922 de la Asociación Medico-Quirúrgica de Correos y Telégrafos por cuyo motivo le fue concedida años después la gran Cruz de Benefi­cencia de primera clase.

Si su biografía profesional podría acabar con las líneas dedicadas a su actividad médica, la tarea que como inves­tigador de la historia y el arte de Guadalajara, a la par que luchador y defensor de las esencias provinciales y de la cultura de Guadalajara, sería prolija de reseñar en pormenor. Cuando contaba cuarenta años inició Layna sus estudios e investigaciones en torno a Guadalajara. Lo hizo llevado de la irritación noble que le produjo ver como un multimillonario norteamericano cargaba con un monasterio cisterciense de Guadalajara, entero, y se lo llevaba a su finca californiana. Se trataba de Ovila. Layna investigó, protestó, y así surgió su pasión de por vida.

La Diputación Provincial le nombraba en 1934 Cronista Provincial, y a partir de ese momento se volcaría en cuerpo y alma a estudiar, a publicar, a dar conferencias, a escribir artículos y a defender a capa y espada el patrimonio histórico‑artístico y cultural de la tierra alcarreña. Entre sus muchos títulos y distinciones, cabe reseñar que tuvo también el cargo de Cronista de la Ciudad de Guadalajara, fue presidente de la Comisión Provincial de Monumentos, fue académico correspon­diente de la de Historia y de Bellas Artes de San Fernando, así como de la Hispanic Society of America, habiendo recibido el Premio Fastenrath de la Real Academia de la Lengua, y recibiendo la Medalla de Oro de la Provincia de Guadalajara tras su muerte, acaecida en 1971.

Hablar de la obra, referida a Guadalajara y su provincia, del Cronista Layna Serrano, nos llevaría largo rato del que no disponemos. Baste ahora centrar su labor en los apar­tados fundamentales en que discurrió.

En los temas de Historia fue donde Layna se distinguió principalmente: En 1932 publicó su primera obra, El Monasterio de Ovila, a raíz de la exclaustración referida del cenobio alcarreño. Al año siguiente apareció la primera edición de Castillos de Guadalajara, obra en la que volcó Layna su ya inmenso caudal de conocimientos históricos, describiendo, tras haberlos visitado y estudiado sobre el terreno, las viejas forta­lezas alcarreñas y molinesas. Este libro alcanzó en poco tiempo tres ediciones, agotadas enseguida.

De una conferencia suya titulada El Cardenal Mendoza como político y consejero de los Reyes Católicos apareció en 1935 un folleto interesante, dando a la imprenta, por fin, en 1942, su grande y definitiva obra: la Historia de Guadalajara y sus Mendozas en los siglos XV y XVI en cuatro gruesos tomos. En esa obra desborda el conocimiento que Layna alcanzó sobre la familia prócer que dio vida durante varios siglos a Guadalajara. LLegó a conocerla, como dijo el marqués de Lozoya, como si de su propia fami­lia se tratara.

En 1945, y como fruto de sus investigaciones en el Archivo Histórico Nacional, dio a luz su obra Los Conventos antiguos de Guadalajara, con documentación prolija. Y en ese mismo ano, la Historia de la Villa de Atienza, en un volumen de mas de 600 paginas, donde plasmó la historia de Castilla, de la reconquista, del territorio serrano y alcarreño y, por supuesto, de Atienza, describiendo además su arte y sus costumbres. Todavía en este ámbito de la historia, Layna trabajó duro en el archivo municipal y en el parroquial de Cifuentes, saliendo tras largas horas de dedicación una magnifica Historia de la villa de Cifuen­tes en 1955. 

También en los temas de arte destacó Layna por la abundancia de asuntos tratados, y el descubrimiento de documen­tos, de artistas y noticias de gran interés. Además de lo ya mencionado sobre Ovila y los Castillos, en 1935 apareció su obra La Arquitectura románica en la provincia de Guadalajara, fruto de viajes y anotaciones in situ. En 1948 apareció, en colaboración con el fotógrafo Tomás Camarillo, el libro de La Provincia de Guadalajara con infinidad de reproducciones fotográficas, y en las que el Cronista aporto el texto. 

En revistas especializadas como «Arte Español» y «Boletín de la Sociedad Española de Excursiones» publicó Layna lo mas útil de su aportación en historia del arte. Solamente cabe aquí recordar algunos de los temas de mayor interés: la iglesia de Santa Clara en Guadalajara; el palacio del Infantado; la parroquia del Salvador en Cifuentes; la capilla del Cristo de Atienza; la iglesia parroquial de Alcocer; los retablos de la parroquia de Mondéjar; las tablas de San Ginés, en Guadalajara; la cruz parroquial de La Puerta; la parroquia de Alustante; el sepulcro de Jirueque y decenas de temas más que permiten conside­rar su aportación de fundamental. 

Aunque en temas de costumbrismo no se entretuvo especialmente, son de gran valor los estudios de Layna sobre La Caballada de Atienza y las tradiciones en torno al Mambrú de Arbeteta y La Giralda de Escamilla. Por último, dedicó el Cronis­ta parte de sus conocimientos en realizar algunas breves Guías turísticas de la provincia y de sus poblaciones más interesantes. Todo ello sin contar lo que sobre Medicina o también sobre temas históricos y artísticos, dedicó a otras provincias españolas, en especial a Logroño y Ciudad Real, sobre las que reunió gran cantidad de datos en torno a sus castillos y fortalezas. 

Esta obra ingente proclamó a Francisco Layna Serrano como un auténtico historiador y un conocedor total de la tierra alcarreña. En definitiva, como un cronista provincial, el mas prolífico de la serie, que elevó a límites de auténtico prestigio la institución que encarnaba. Su recuerdo sigue y seguirá siempre vivo, ‑en su obra buscada continuamente‑ entre las gentes de Guadalajara y de España toda.

Y estas han sido, con la brevedad que requiere el tiempo que he robado de la atención de Uds., las notas biográficas, las personalidades y las obras de quienes han ostentado el titulo de Cronista Provincial de Guadalajara desde su creación en 1894 hasta 1971. Su inteligencia, su laboriosidad, y su entrega a la provincia que amaron, fueron ejemplares y servirán siempre de guía para cuantos, en esta o en cualquier provincia española nos dediquemos, desde nuestros puestos de Cronistas Pro­vinciales, a la tarea de estudiar y defender la cultura y la tradición de España.