Todo lo que sabemos sobre el puente de Guadalajara
El pasado jueves 17 de octubre, y en el salón de actos del Archivo Histórico Provincial, en el contexto de las Jornadas Europeas de Patrimonio, tuvo lugar la presentación del libro que acaba de aparecer, escrito por Ángel Mejía Asensio, sobre “El puente de Guadalajara”. Una oportunidad de saber más, mucho más, sobre este elemento patrimonial tan querido de todos.
Desde tiempos muy remotos, que alcanzan con probabilidad a la época de colonización romana, el paso del camino o vía desde la campiña a la ciudad se hacía por un vado que se empedró para mayor comodidad, apareciendo pronto la necesidad de construir un puente, que ha sido durante más de veinte siglos el más conocido y transitado del Henares. Pensado por los romanos, y construido plenamente por los árabes, ya en época cristiana medieval era un edificio de proporciones monumentales, y tenía en el centro una torre alta y fuerte, según hemos leído en la Relación de 1579, y así llegó a los días de Núñez de Castro, que fue el último de sus antiguos historiadores, a mediados del siglo XVII. Así decían los redactores de la “Relación” de Guadalajara en 1579 al hablar del Henares: Está sobre el dho rio vna Puente de mui hermoso y fuerte edificio, con vna torre alta y fuerte en medio de ella que en su demostracion arguye gran antigüedad, y segun viejas escripturas presúmese haver sido edificada de los romanos, es el edificio de ella cal y ladrillo y canto.
Pero la torre desapareció, hundiéndose definitivamente el puente en 1757, dando servicio en precarias condiciones a través de un puente provisional de barcas y maderámen.
Por el agobio que para las relaciones comerciales y sociales suponía la falta de puente en Guadalajara, el corregidor de la ciudad recabó la colaboración e impuestos de todos los pueblos en 30 leguas en contorno, que se obligaron a hacer aportaciones para su reconstrucción; así y todo, no llegando los dineros para la construcción completa, fue necesario acudir a las arcas del Estado para que pusieran lo que faltaba y así reedificar el puente con la solidez y grandiosidad con que entonces se acometían estas obras.
Todavía a mediados del siglo XIX, en 1856, fue necesario hacer otra gran reparación, quedando desde entonces tal como hoy lo vemos. Como si fuera el tocón de un gran árbol, en el puente de Guadalajara han quedado marcados los siglos en forma de tipos diferentes de piedras, de colores distintos, de estilos y parches.
A nuestro puente guadalajareño, que está declarado monumento nacional, puede calificarse de obra antiquísima, y por muchos calificada como obra hecha por los romanos para dar paso a su Vía Augusta que avanzaba desde Mérida a Zaragoza. Aunque está todavía por demostrar esa datación, porque nada de aquella época ha quedado, si no fueron algunas lápidas que se veían, y que no eran sino piedras arrastradas y aprovechadas de cementerios romanos previos, en el área de la marchamalera Arriaca. En el lecho del río se pusieron enormes losas talladas, que aún se conservan, y sobre ellas se construyó este puente, que ha ido sufriendo derrumbamientos por vejez, avenidas del río y guerras, pero que aún hoy conserva su aire morisco y su vetustez. La principal construcción de este monumento es árabe, andalusí concretamente, de la segunda mitad del siglo X, y fue ordenado levantar por Abderramán III, para servir de acceso a lo que ya era una de las más importantes ciudades de la Marca Media. Consta de varios arcos apuntados (nueve tuvo, abiertos en su mejor momento, hoy cegados varios de ellos) y en el centro del río, contra corriente, avanza un fortísimo tajamar o estribo que remata en varias hiladas de sillería en degradación, y sobre él aparece un «arco ladrón» en herradura, al que llaman el ojillo para dar salida a las avenidas impetuosas. Tuvo originariamente una alta torre en el centro, y al parecer otra en el extremo opuesto a la ciudad. Mide 117 metros de largo, y se forma por siete arcos y seis pilastrones, muy fuertes y macizos los dos centrales, llevando uno de ellos un aliviadero muy característico de los puentes árabes. Se han rescatado los cuatro últimos en unas recientes jornadas de recuperación arqueológica.
Este puente ofrece la imagen de un puente que puede situarse en la línea más pura de la arquitectura califal cordobesa de la época, pues en principio tenía una fuerte rampa doble o lomo, que suponía ser más elevada la parte central que las laterales. En lo que resta de obra árabe, alternan las hiladas de sogas con variable número de tizones.
Fue remodelado en época cristiana, sufriendo muchas reformas a lo largo de los años. Del extremo sur, el que da a la población, arranca en zig‑zag la pontezuela que se dirigía hacia el barranco del Alamín, y cruzándolo, seguía camino por la margen izquierda del río (el camino salinero) sin necesidad de subir a la ciudad. En el fondo del puente se levanta un monolito pétreo en el que se ve borrosa leyenda explicativa del arreglo que de este puente hizo Carlos III, tras su derrumbamiento en 1757 por fuerte inundación. Fue el arquitecto montañés Juan Eugenio de la Viesca quien se encargó de llevar adelante la obra de restauración. En el siglo XX se le privó del pretil de piedra y la chepa central que aún, tras las muchas reformas, le confería un verdadero aire medieval, hoy ya perdido.
Al igual que los clásicos puentes romanos y árabes este de Guadalajara tiene unos tajamares que mantienen los arcos con planta angulada o picuda aguas arriba, y redondeada aguas abajo. Como detalle singular nos ofrece el aliviadero (la gente de la ciudad siempre le ha llamado “el ojillo”), que se abre sobre el pilastrón más antiguo, con doble zarpa. Ese aliviadero consta de un arco de herradura enjarjado, con una estructura que permite fecharlo sin duda en la segunda mitad del siglo X. El pasadizo que forma este aliviadero tiene una bóveda con sección de herradura, con sillarejos colocados a tizón, muy bien ordenados.
No hay duda que la construcción originaria de esta puente sobre el río Henares es árabe. Durante los dos primeros siglos de existencia de la ciudad, en su etapa islámica, o andalusí, el río se cruzaría por un vado cómodo y empedrado, o por un puente de madera. El hecho de que Abderraman III decidiera personalmente iniciar la construcción de esta gran obra, prueba la importancia que hacia el año 950 había ya adquirido la Wad-al-Hayara de la Marca Media andalusí. Y las reformas y ampliaciones hechas en la Edad Media castellana, a partir del siglo XIII (de lo que son muestra la numerosas marcas de cantería que se ven en los sillares bajos, especialmente abundante la estrella de cinco puntas) vendrían a darle la configuración actual.
El libro de Mejía Asensio, quien durante su presentación en un salón de actos del Archivo abarrotado de público mostró su largo y denso saber sobre el monumento, vino a quedar claro cómo el puente, al que ya solo le faltan cinco años para cumplir los once siglos largos de existencia, ha sufrido muchos destrozos. De una parte, las grandes avenidas, especialmente otoñales, que le han destruido en su totalidad, o en parte. La más antigua referencia a estas avenidas es de 1565. La más moderna, la que ocurrió en 1961, de la que existen fotografías, y que inundó todo el barrio de la Estación. Hoy ya es imposible que ocurran estos percances, con la construcción de diversos embalses en la cabecera de la cuenca del Henares. Otro desastre sonado fue el ocurrido en 1710, cuando el Ejército de los austriacos e ingleses partidarios del pretendiente Carlos de Habsburgo al trono de España, en su retirada/huida lo dinamitaron, dejando a la ciudad sin paso sobre el río.
Mejía Asensio, en su estudio completo sobre “El Puente de Guadalajara sobre el río Henares” se reafirma en la idea de que la obra es plenamente árabe. Concretamente de cuando el califa de Córdoba Abderramán III impone su autoridad, y a Al-Mundir como su gobernador en esta ciudad de la orilla izquierda del Henares. Año exacto, 929. El origen árabe del paso es afirmado por tres autoridades arqueológicas como Torres Balbás, Pavón Maldonado y Abascal Palazón.
Entre los muchos datos aportados por Mejía en su libro-estudio sobre el puente de Guadalajara, una de las secuencias más interesantes –y así nos la desveló en su presentación- es la sucesiva construcción y reforma de su torre central, que durante siglos fue el emblema del monumento. Adjuntas a estas líneas aparecen las imágenes de la torre central del puente (tomadas de dibujos y planos de reconstrucción) que son la de Anton van den Wyngaerde (mitad del siglo XVI), la de Bernardo Martínez, en el siglo XVII, y la de José de Arce, también mediado el XVIII. Ya en el XIX se prescindió de la torre, que no tenía el objeto defensivo y recaudatorio de siglos pasados. De la memoria que elabora Arce en el siglo de las Luces, leemos que el puente era “alomado, adornado y jalonado de bolas al mejor estilo escurialense”.
En el estudio de Mejía, que es libro que debería darse a conocer entre la juventud alcarreña, hoy deseosa de saber de su pasado, aparecen dos tipos de informaciones. En la primera se hace alusión a todos los documentos que sobre el puente existen, y a la evolución de su estructura. En la segunda se aborda con detalle el estudio de todos los elementos que al puente se le añadieron a lo largo de los siglos: torres, barandas, casas de pontazgo, molinos, batanes, pasarelas, barcas, etc. En todo caso, una apasionante repaso monográfico sobre uno de los elementos claves del patrimonio de nuestra ciudad, y para el que siempre pediré más atención, más cariño, todo el cuidado, y ahora, cuando solo faltan 5 años para cumplir su undécimo centenario, toda la atención del municipio y de sus habitantes.