Las cuevas de los Arroyuelos de Atienza

Las cuevas de los Arroyuelos de Atienza

viernes, 4 octubre 2024 0 Por Herrera Casado

Las cuevas de los Arroyuelos en Atienza

Por Antonio Herrera Casado

Un libro que publiqué hace ahora tres años tiene ya nuevas páginas y algunas muestras más de un tema que siempre es atractivo y de actualidad: el de las cuevas eremíticas, esos antros excavados en las rocas solitarias de nuestra tierra en que vivieron, hace milenio y medio, algunos hombres santos.

No es un tema que apasione a muchos, pero la búsqueda y los hallazgos de cuevas eremíticas, que se hacen inconfundibles por sus características de tallado y distribución, es siempre un aliciente al viaje por nuestra tierra, y que nos permite aumentar la perspectiva histórica y patrimonial de Guadalajara. En esta ocasión he podido acercarme, con mis hijos Alfonso y Águeda, hasta un lugar que no es recóndito, pero que permanecía ignorado hasta hoy (si no fuera por el anuncio que de ese espacio hizo en 2020 Tomás Gismera en su revista “Atienza de los Juglares” y que ya localizó como lugar de interés en torno a la villa atencina).

En el paraje de Los Arroyuelos, cerca de la carretera CM-110 que va de Sigüenza a Ayllón, y que pasa por el sur bajo la roca de Atienza, hay un conglomerado rocoso aislado entre los campos de pan llevar (hoy de girasoles), en el que ha quedado excavada una enorme y preciosa cueva de la que aporto aquí el plano y algunas fotografías. Está en estas coordenadas: 41º 11’ 9.95” N  /  2º 52’ 15.87” W. Es muy fácil llegar, caminando en derecho hacia el sur desde la ermita del Humilladero de Atienza, cruzando la carretera CM-110, y en poco más de 500 metros, tras tomar la derivación izquierda del carril principal, se llega a este gran eremitorio de origen visigodo al que allí llaman simple y claramente “La Cueva”. Un bloque de roca arenisca escoltado a levante por una densa arboleda, con un arroyejo a los pies, es un espacio amable y hermoso que invita a la contemplación del paisaje. Asienta el conjunto, aislado en medio de campos de labranza, sobre una gran laja de arenisca rosada, que por su maleabilidad permitió a los primitivos eremitas o sus ayudantes excavar el bloque y a través de cuatro entradas acceder a un conjunto de salas y un pasadizo que irradian desde el acceso principal. Podríamos calificarlo de eremitorio rupestre con todas las características de los primitivos centros de culto a santos en el área atencina o del paso entre las Mesetas.

La Cueva de Atienza tiene una estructura eremítica clásica: una cueva tallada en profundidad sobre roca arenisca. La abertura, a nivel del suelo, permitía el paso de un hombre, aunque fuera ligeramentre agachado. Estaba orientada al sur, para recibir calor y luz que hiciera más acogedor el interior. La talla de la roca con técnica de picado, permitía un suelo aplanado, ligeramente cubierto de arena o roca desmenuzada, aunque en los días de su habitación, sería de paja, pieles y lanas. Las paredes, lisas, servían para tallar con incisiones algunos símbolos cristianos, normalmente cruces, latinas, o grecas, algunas de tipo calvario, con un pedestal debajo. Además había otras labras con el anagrama de Cristo, de María, o con palabras diversas. En uno de los muros hay inicio de excavación de una sepultura, que no se llegó a terminar: allí hubieran introducido el cuerpo de un eremita anterior, o de alguien que habiéndola ocupado había adquirido fama de santidad y veneración. Además hay talladas en las paredes pequeñas hornacinas, que podrían haber servido para depositar pertenencias, luces, o reliquias. Estas, generalmente, se depositaban en pequeños huecos que, por su parecido con los más modernos palomares rurales, se denominan “columbarios” y que se destinarían al alojo de pequeños restos de reliquias.

Como casi todas las cuevas eremíticas tendría adosado en su parte delantera un complejo habitacional hecho con materiales de la zona (maderas y troncos de árboles, ramas abundantes, cañas, juncos, lanas, etc). Lo más probable es que el eremita habitara siempre en esa estructura exterior, quedando la interior, o cueva propiamente dicha, como lugar sagrado, de oración, de veneración de reliquias, de enterramiento incluso.

Como todas las cuevas eremíticas de nuestra provincia, aparece aislada en lugar alejado de toda habitación. Porque la esencia del eremita era la de retirarse totalmente del mundo, de la sociedad. Aunque en otras ocasiones aparecen junto a caminos transitados, en rutas frecuentadas, o incluso en las proximidades de monasterios o edificios que quizás surgieron posteriormente, al reclamo de la fama de los solitarios primeros. 


Se observa una intensa antropomorfización del entorno, con tallas en todas las rocas superficiales que la rodean, con orificios que suponen la existencia de pilares, y allanamientos de rocas como si hubieran servido de habitáculos, con escaleras y espacios que se suponen fueron habitables.
Al terminar la visita, y tomando un aperitivo en el Bar Pedro, me encuentro con Alberto Loranca, atencino de pura cepa, y le cuento lo que acabo de ver. Y le digo que ese lugar, al que muy escasamente se acercan ahora los atencinos (y nada en absoluto los visitantes) pudiera haber sido el núcleo originario de la villa. Porque ese grupo de hispano-romanos devotos concitaron aplausos en ese camino, y la construcción de castillo, iglesias y palacios que luego conformó a Atienza bien pudiera haber sido una consecuencia de su presencia en tan remotos tiempos.