El latido de la Sierra: El Vado, La Vereda y Matallana

El latido de la Sierra: El Vado, La Vereda y Matallana

viernes, 11 octubre 2024 0 Por Herrera Casado

El Vado

De los tres lugares que quiero tratar, El Vado es del que solo queda el nombre, pues el poblado quedó anegado por las aguas de su embalse. Fue este un lugar por donde los viajeros y ganaderos cruzaban el río Jarama, Tras siglos de vida rutinaria, la novedad le vino en forma de Real Decreto, que decidía que su existencia había terminado porque un pantano recogiendo las aguas del río serrano iba a construirse, y el nivel de las mismas supondría el ahogamiento del lugar. De ahí le viene hoy a El Vado ese machacón retumbe de adjetivos: el pueblo al que se le tragó las aguas de un pantano.

Fue en 1902 cuando surgió el primer proyecto de hacer una presa para retener las limpias aguas del Jarama, y abastecer Madrid con ellas. Dentro del “plan Gasset” (ministro de Fomento con el rey Alfonso XIII), y como reacción al triste 98, se hizo un proyecto inicial en 1910, y la luz verde para la presa la dio el gobierno en 1924, empezando a construirse en 1929, que fue cuando dieron inicio los expedientes de expropiación. Describía así el ingeniero la zona en torno: “La zona en la cual está enclavada la obra pertenece a una región de muy escasos caminos, pobre y despoblada”, como forma de justificar el despojo. La Guerra Civil paralizó las obras, que se reanudaron en 1940, contando entonces con el trabajo forzado de reclusos y presos políticos. En 1954 el general Franco asistió al acto de inauguración, viendo cómo se había colocado un gran escudo del Estado autárquico sobre el frontal de la presa. Las aguas subieron, y El Vado feneció. Hoy, cuando baja el nivel, se ven restos de casas, árboles desmochados, restos de un puente…

Junto al cabezal de la presa, un monolito que puso la Confederación del Tajo en 1951 recuerda al Arcipreste de Hita, aquel medieval clérigo llamado Juan Ruiz, que muchas veces cruzó el Jarama en sus correrías serranas, dejando unos versos que se han reproducido en el monumento: 

Cerca de aquella sierra hay un lugar honrado, muy santo y muy devoto: Santa María de El Vado. Hice allí una vigilia, como es acostumbrado a honrar a María dediqué este dictado. 

Un recuerdo de El Vado supone sacar algunas cifras a la luz: en 1591 había 23 vecinos. En 1752 El Vado tenía 83 casas y 58 vecinos. Y en el Madoz de 1850 se habla de 85 casas, 45 vecinos (un total de 215 almas, incluyendo las que vivían en Matallana y La Vereda). El cénit lo alcanzó en 1900, contando con 333 habitantes entre las tres aldeas. Y en 1970 se describe como “sin habitantes”. En el entorno había había ganadería: ovejas y cabras lo que más, pero también vacas, mulas, para el trabajo agrícola, y cerdos para la alimentación familiar. “La Cerrada”, “La Braña” o “El Robledo”, como sus propios nombres indican, eran parajes boscosos, que fueron paulatinamente deforestados. También hubo un puente cruzando el Jarama, que ya existía en 1590, y que muy posiblemente era de tipo pontonero, con dos cabeceras de mampostería, sobre las orillas, unidas por largos troncos de madera, de roble o sabina, cubiertos con un entablado de madera para el facilitar el paso. Allí había además, un gran molino, una fragua, una aceitería, una carnicería y una taberna.

Y, por supuesto, una iglesia, que es casi lo único que hoy recogemos al visitar esos pagos. Nuestra Señora de la Blanca o “Santa María del Vado” era el templo común, localizado a nos cien metros de la villa, en el paraje de Cerca de los Olivos, sobre el cerro de la Muela, una atalaya privilegiada sobre el río. Tenía dos entradas, muros recios, una bonita espadaña, y una nave ubica cubierta por entramado de madera, y lajas de pizarra. Era una auténtica “iglesia nagra” conforme a la arquitectura de la zona. Hoy es lo único que contemplar el viajero que alcance a llegar a esta fantasmal presencia de El Vado, y que aquí muestra en el espléndido dibujo que de sus restos ha hecho el ilustrador catalán Isidre Monés Pons.

Iglesia de El Vado, por I. Monés.

La Vereda

Plenamente incluso en lo que estamos clasificando, y en lo que se puede calificar como la “Guadalajara vaciada”, el lugar de la Vereda es uno de los más bonitos de ver. Hay que visitarlo con detenimiento, y disfrutar de su estado que está pasando, del abandono total, a la formación de un contexto habitado en días vacacionales pero que se está recuperando con las esencias arquitectónicas y populares que siempre tuvo. Y se está haciendo desde una perspectiva particular, con el buen criterio de quienes poseen sus edificios y a ratos los habitan. 

Formaba parte del municipio de El Vado, junto con Matallana, y todo ello se vació cuando se terminó de construir el pantano del mismo nombre. Hacia 1970 marcharon sus últimos habitantes, hacia otros lugares más poblados, como Alcorcón, Alcobendas y San Sebastián de los Reyes. Sus términos fueron expropiados para que el Instituto e Conservación de la Naturaleza (ICONA) los reforestara con arbolado, cosa que sol se hizo a medias. La Naturaleza, en el abandono del monte, ha seguido su camino y hace su trabajo en silencio y con tranquilidad a lo largo de los años. Abandonados a su suerte, estos lugares fueron tutelados por el Colegio de Arquitectos, que los estudio, valoró e incluso hizo algunas reparaciones. Al menos, evitó su desaparición. Después, en 1977, se constituyó la “Asociación Cultural La Vereda”, consiguiendo enseguida la autorización del Icona (en periodos renovables de 10 años) para mantener edificios, restaurarlos y darles uso y valor. Un ejemplo de primera. 

Matallana

Lejos hoy de cualquier sitio, Matallana es una aldea habitualmente vacía, aunque siempre que se sube a ella se encuentra uno con alguien: un viajero, un rutero, un nieto de los primitivos habitantes, que va a rumiar el bocatín de la nostalgia.

Matallana es uno de esos lugares al que le cabe plenamente el calificativo de “pueblo negro” porque está hecho todo él con pizarras de diversos tonos. Lo que queda, porque fue abandonada en los años sesenta del siglo XX, cuando el ICONA lo adquirió por expropiación a sus habitantes, con objeto de destruirla y plantar en su lugar bosques nuevos, y anegar una parte de su espacio con las aguas de un proyectado embalse sobre el río Jarama, que pasa por el término.

Había sido aldea del antiguo Concejo de El Vado, y hoy pertenece al municipio de Campillo de Ranas, formando un conjunto urbano típico de la arquitectura negra, dado que la gente ha ido recuperando las casas del lugar, reconstruyéndolas como antaño. Tras su abandono, y la no reforestación del término, fue okupada por románticos hippies, pasando a ser propiedad y administrada por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. En 1988 se la alquiló al Colegio de Arquitectos, que planificó una restauración que no se llevó a cabo, pero que sí dio para que dos ilustres miembros de ese colectivo, concretamente Tomás Nieto Taberné y Miguel Ángel Embid García, escribieran un libro que publicó el Colegio, con el estudio de su conjunto urbano y de sus edificios, uno por uno y con fotografías interesantes. Por ejemplo (y son antológicas) las que hizo el único testigo de la salida de sus últimos habitantes, Francisco García Marquina. 

En el prólogo del libro que estudió [y salvó un tanto] a Matallana, Carlos Flores dice que “el hombre que construyó la arquitectura popular ha desaparecido del panorama social no solo por razones demográficas sino además por transformaciones socioeconómicas y de posición mental de este hombre popular ante la vida. Y los autores, con una retranca muy alcarreña se dirigen en la introducción a la hipotética autoridad que ha propiciado el desmán de su desmantelamiento “suplicando ingenuamente a su benignidad y hombría de honor se encargue de dictar las órdenes oportunas para que presta y prolixamente se den cumplida cuenta de estos afanes de estudio y preservación de estos edificios, más ahora amenazados por caótico y moderno Diluvio”.