El legado Layna regresa al palacio de la Diputación
Con motivo de una reciente visita que los miembros de la Academia de Ciencias Sociales y Humanidades de Castilla La Mancha hemos girado a la Excmª Diputación Provincial en su “Casa Palacio”, he tenido la oportunidad de visitar la nueva ubicación del “Legado Layna” en una amplia habitación de la primera planta.
En la primera planta del edificio principal de la Diputación Provincial, está instalado, al parecer ya definitivamente, el “Legado Layna”. En una habitación muy amplia, cubierto el suelo con una enorme alfombra en la que se representa el escudo completo de la institución con los escudos de sus nueve partidos judiciales, se han reunido todos los muebles, cuadros, accesorios, libros y condecoraciones que la familia de Francisco Layna Serrano donó (a instancias del propio cronista) a la provincia, para guardar su memoria más allá de la muerte.
En el mes de junio pasado se hizo la inauguración de este espacio, tan bien montado, tan cuidado en todos sus detalles. Pero no me he enterado de ello hasta ahora. Y no quiero perder la oportunidad de contárselo a mis lectores. Y de animarles a que lo visiten, porque no solo disfrutarán de un hermoso conjunto habitacional [la mesa de despacho, los sillones de cordobán, las librerías de madera tallada] sino que podrán ver retratos, cuadros clásicos, y muchas otras cosas curiosas.
En esta habitación se mantiene bastante intacto el espíritu de Layna Serrano, que debería ser conocido por todos cuantos habitamos la provincia. En muchas ocasiones he hablado de él, y contado anécdotas suyas. Un libro en que se cuenta todo (biografía, obra, anecdotario, minúsculos detalles que le retratan) es el que escribió Tomás Gismera Velasco en 2002 y tituló “Francisco Layna Serrano, el señor de los castillos”. A él me remito para quien quiera saber más del personaje.
Lo que yo sí puedo relatar es mi relación personal con él, que fue breve, y que en una de las ocasiones que tuve oportunidad de charlar largamente, sobre la historia y el patrimonio de Guadalajara, fue precisamente en su casa de la calle Hortaleza de Madrid, y en su despacho, este recinto que ahora Diputación reconstruye tan acertadamente en una habitación del Palacio Provincial.
Tras andar el ancho zaguán de la calle madrileña, subir las cómodas escaleras al primer piso, cruzar el portón suficiente, y andar breve pasillo, se alcanzaba el despacho de Francisco Layna, ocupado de oscuros muebles y lámparas no muy potentes. Allí pasaba la consulta y escuchaba los problemas de sus pacientes. Se sabía que a los que acudían desde cualquier pueblo de la Alcarria, nunca les cobraba.
Pasada una ancha y acristalada puerta, se entraba en el recinto quirúrgico, que no era otra cosa que un gabinete más estrecho en el que una gran silla metálica de otorrino podía albergar cualquier tipo de humanidad, y el médico con su instrumental se acercaba a explorar (el espejo de Clark, tan complicado de entender y utilizar, con el agujero en centro) o a operar, si se terciaba, alguna amígdala, algún pólipo o algún cuerpo extraño que se hubiera quedado metido en el oído.
En el despacho tenía Layna varias reproducciones de cuadros de Velázquez. Y su retrato, señorial y elegante, posando la mano sobre el bloque de sus más queridos librazos. Lo pintó Manuel Montiel, y fue regalo del padre de Layna cuando se instaló profesionalmente. De Montiel tenía también una acuarela representando la cofradía de la Caballada de Atienza. Ambas obras de arte se ven hoy en el “Legado Layna”.
Con don Francisco charlé sobre el manuscrito original de Hernando Pecha que hacía referencia a la saga de los Mendoza de Guadalajara. Era este título “Historia de las Vidas de los Exmos. Señores Duques del Ynfantado y sus Progenitores desde el Infante Don Zuría, primer Señor de Vizcaya, hasta la Exma. Señora Duquesa Doña Ana y su hija Doña Luysa, Condesa de Saldaña…” Lo había conseguido en algún librero de viejo, y me lo enseñó con orgullo. Yo le animé a que lo publicara, bien en facsímil, bien transcrito y con anotaciones. Quiero recordar que me dijo que ya le faltaban fuerzas para ponerse con esas tareas sin fatigarse. Que no lo haría. Años más tarde, tras su muerte en 1971, ese interesante cuaderno manuscrito del siglo XVII pasaría a la Biblioteca de Autores de Guadalajara, que también Diputación custodia en el Centro Cultural San José, junto a todo el legado de libros, manuscritos, fotos y recuerdos, que su familia donó a la Institución.
Ha sido una suerte que la institución provincial, bien aconsejada por sus servicios culturales, haya querido dar nueva vida a este Legado, que había quedado un tanto olvidado en el Colegio San José. De esta manera, y aunque sin apenas dar referencia de ello a prensa y sociedad, el contenido de muebles, cuadros, condecoraciones y recuerdos de Layna sigue estando vivo y es visitable. Entre las curiosidades que allí se encierran, hay una pequeña escultura que representa a “Galo moribundo”, y que es copia del original que existe en el Museo Capitolino de Roma. El marmolista Olmeda, hacedor de tumbas en Guadalajara, lo talló después de la Guerra, poniéndole dos columnas rotas a los lados. Y el original del trabajo se colocó en la sepultura de la primera esposa de don Francisco, la maranchonera Carmen Bueno de Paz, que había fallecido, muy joven, en un accidente de automóvil en octubre de 1933.
Cuando estuve con Layna, en su domicilio, charlando y tomando café, nos atendió su segunda esposa, doña Teresa Gregori, que muy amable me preguntó a que me dedicaba, y se sorprendió de saber que, aunque muy joven, pensaba dedicarme también al ejercicio de la Otorrinolaringología. Fue por ello, –pienso– que tras el fallecimiento de don Francisco, ella tuvo la gentileza de hacerme depositario de los instrumentos quirúrgicos que había utilizado Layna en toda su vida profesional como médico. Con ellos (pinzas de Sluder, adenotomos, sacabocados óseos y periostotomos faciales, más algunos elementos electrónicos, todo ello adquirido por Layna en Alemania, y en Austria, en los viajes que allí hizo para asistir a congresos internacionales de la especialidad) también ejercí y operé, hasta mi jubilación.
Cuando pienso en estas circunstancias, me asombro de las vueltas que da la vida, en torno a los seres que habitamos el mundo, y mientras alentamos y nos empeñamos en hacer cosas nuevas, en mejorar, en resistir, sobre todo, a la apatía que se enseñorea de quienes no piensan más que en los rudimentos básicos de la vida, que es el comer y el procrear, dándoseles un higo investigar o ponerle mejores límites al mundo en que viven.
La idea de Diputación, al darle vida, de nuevo, a este “Legado Layna” en su casona principal de la plaza Moreno, es muy de agradecer, y yo desde aquí aplaudo sinceramente.