La Martiniega de Atienza y otros temas medievales
En estos días aparece un estudio, curioso y valioso, en torno a temas medievales de Guadalajara. La Edad Media es fuente que no cesa, y por eso nos siguen interesando aspectos de su fiscalidad, alianzas de familias, enterramientos y escudos, y un largo etcétera de temas, provinciales todos.
Vericuetos históricos entre Atienza y Guadalajara
Acaba de aparecer un libro escrito por José Ignacio Rodríguez Castillo, un historiador que está haciendo, desde hace pocos años, una gran labor de investigación y análisis de temas que pudieran parecer marginales, pero que llegan sin duda, como dardos finos, al corazón de la Historia Medieval de Guadalajara. Esa palpitante materia de la que -por diversos motivos- aún vivimos como herederos.
El libro lleva un largo, un prolijo título, que sirve para orientarnos a través de los complicados caminos que transita. Es el estudio de “La Martiniega de la Villa de Atienza y su tierra, y el Mayorazgo de El Sotillo en los siglos XIV al XIX: Orozcos, veras, zúñigas y pachecos en tierras de Guadalajara”. Un apretado resumen de toda una obra que comporta casi 300 páginas, muy ilustradas de escudos y fortalezas, muy bien aderezada de árboles genealógicos explicativos.
Cualquier libro que nos muestra la historia de la tierra en que vivimos es interesante y viene a abrirnos nuevos caminos de conocimiento. Por este libro, como por seguro camino, vamos a poder transitar para saber algo más de nuestros ancestros, de esas instituciones antañonas y prolijas que articulaban la existencia en tiempos pasados. Gentes, reuniones, villas y símbolos… todo se da cita en las páginas de Rodríguez Castillo, para desvelarnos viejos misterios.
El alcaide de los donceles
Y a propósito de este libro de historias alcarreñas que el historiador Rodríguez Castillo nos ofrece ahora, hay que recordar de inicio lo que dice la vieja crónica castellana, hablando de los donceles del rey y de su jefe o alcaide: “Et este Alcayde, et estos Donceles eran omes que se avian criado desde muy pequeños en la cámara del Rey, et en la su merced, et eran omes bien acostumbrados, et de buenas condiciones, et avian buenos corazones, et servian al Rey de buen talante en lo que les él mandaba”. El cargo de alcaide de los donceles, de carácter honorífico y militar, lo ostentaron nobles castellanos desde el siglo XIV. Formaban los donceles el llamado “Contino de Donceles de la Real Casa” y se trataba de un cuerpo, pequeño, de caballería ligera, integrado por jóvenes en formación, de casas ilustres, que entraban al servicio del Rey desde temprana edad, para formarse como cortesanos, a la par que militares.
Muy disputado está el nombre del primero de estos alcaides, y de su posterior número, que fue creciendo. Se sabe, eso sí, y aquí lo demuestra el autor de esta obra, que fue gente de Guadalajara la que inició esta institución y abrió sus caminos. Con ello viene a completar una serie de hallazgos que en torno a la Baja Edad Media castellana, y alcarreña más concretamente, desarrolla José Ignacio Rodríguez Castillo, en su intento –consumado– de darnos a conocer nombres, instituciones y proezas de aquella época remota.
Nombres importantes en la Guadalajara medieval
En el siglo XIV era Guadalajara una ciudad de respetables dimensiones para lo que era uso habitual en Castilla. Tenía barrio hebreo –judería– donde radicaba el rumor del comercio, además de un buen núcleo de artesanos mudéjares que se ocupaban sin descanso de elevar templos, casonas, edificios públicos y obras de mejora en la vida cotidiana del burgo, acabando con otro grupo, el menos numeroso, de hidalgos, nobles y clérigos que dejaban reducida a la mínima expresión la clase de los pecheros, de los ciudadanos que se ocupaban en trabajar duro y en pagar impuestos.
En esa sociedad un tanto desequilibrada, surge la memoria de nombres ilustres. De gentes que fueron a las guerras en Andalucía, que se ocuparon en fundar conventos, en promover obras públicas y en acaudalar ingentes cantidades de dinero para luego usarlas en empréstitos a los que pensaban que el comercio era la mejor arma para hacer crecer la sociedad.
De esa remota época surgen ahora, y a través de las páginas de este libro, las presencias de linajes ilustres (los Zúñigas, los Vera, los Orozco, los Pecha…) que van repartiendo y heredando las mejores zonas de la Campiña y la Alcarria, en el contexto del gran Común de Villa y Tierra de Guadalajara. Y así encontramos cómo Enrique II entrega la martiniega de Atienza a Fernán López de Orozco, hijo de don Íñigo López de Orozco, emparentado con los Mendoza y hacedor de hazañas sin cuento. También vemos surgir la figura de Isabel de Vera instituyendo el “mayorazgo del Sotillo” que pasa luego en mayorazgo legal a Juan de Zúñiga y Vera… y aún atisbamos entre los cientos de documentos que aquí se manejan la creación del “mayorazgo de Marchamalo”, mientras por Lupiana y los cerros alcarreños se van imponiendo los Fernández Pecha entre rezos, fundaciones y categorías episcopales.
Uno de los ejes en torno al que gira esta obra –que es entretenida, curiosa y cargada de sabidurías documentales– es El Sotillo, ese lugar que, al menos para mí, y para muchas gentes de Guadalajara, suscita tantos recuerdos. Esa cuesta que va desde Cuatro Caminos, tras pasar junto a la ermita del Amparo, hasta el llano de Alcohete, y a poco nos lleva en derechura al real monasterio jerónimo de Lupiana. En sus vaguadas, en sus umbrías, en sus luminosos cielos de la meseta alta, se fraguan la mayoría de los recuerdos de mi niñez personal, y por ello he tomado la lectura de estas páginas, que ahondan en los orígenes históricos de este enclave, con meticulosidad de orfebre. Me ha encantado saber de quienes fueron sus propietarios, promotores y mantenedores, viendo cómo llamaban a sus caminos, a sus huertos y a sus montes por donde la Galiana cruzaba polvorienta bajo las pezuñas de ganados milenarios.De esta parte, mínima y entrañable, de la ciudad de Guadalajara, pero también de la creación del cenobio de Lupiana, de los derechos sobre el impuesto de la martiniega de Atienza, de caballeros nobles del Renacimiento, y de sus damas, y de sus perdidos enterramientos, y de sus escudos y solemnes genealogías, trata este libro. En densa sonoridad y curiosa avenida de nombres, lugares y fechas. Por todo ello, me veo en la feliz circunstancia y obligación de dedicarle al autor un sonoro aplauso, y agradecerle que nos haya abierto (a mí, por lo menos, lo ha conseguido) la capacidad de saber muchas más cosas del pasado medieval y renacentista de nuestra ciudad.