Las casas grandes molinesas
Patrimonio silencioso de una comarca en silencio. Las Casas Grandes del Señorío de Molina conservan el empaque de los viejos siglos, la contundencia de sus perímetros, el brillo nostálgico de sus escudos y la dulce voz de sus rejas talladas al amor de las forjas. Vamos a dar un breve repaso a algunos de sus modelos.
Existe en el Señorío de Molina un tipo de elementos patrimoniales que puede decirse es singular de su territorio, y que en ninguna otra parte de la región castellano‑manchega se encuentra. Se trata de lo que se podrían denominar como «casonas molinesas«, edificios que destinados a diferentes menesteres, tienen en común su estampa recia, sus bien tallados muros, sus portalones generalmente rematados con escudos heráldicos, sus patios adosados, sus escaleras amplias y una serie de características que les dan un rango de preeminencia sobre el resto de las edificaciones del entorno urbano o rural en que aparecen.
Estas casonas están construidas generalmente en los siglos XVII y XVIII, aunque las hay mucho más antiguas, expresión de otros modos de vida, más guerreros, de la Edad Media, frente a los residenciales de los tiempos modernos. Su estructura deriva claramente de las grandes casonas urbanas y fincas de labor del país vasco‑navarro. Ello se debe al hecho de haber llegado hasta el Señorío molinés, desde el siglo XVI en adelante, muchos inmigrantes norteños, algunos de los cuales, una vez transformados en acaudalados agricultores o ganaderos, y con la prosapia de sangre que las gentes de la España verde suelen traer en sus arcas, pusieron la representación de su jerarquía, de su riqueza y de su linaje en forma de permanente arquitectura.
Las casas grandes de Molina tienen personalidad y enjundia, historias cuajadas de grandes familias de ganaderos, de frailes, de profesores y obispos.
Aunque en todos y cada uno de los pueblos y lugares de Molina quedan ejemplaos de estas “casas grandes”, es destacable la abundancia de las mismas en la propia capital del Señorío, y en su franja septentrional, especialmente en las sesmas del Campo y del Pedregal, donde la riqueza emanada de la agricultura fue mucho mayor. Así, merecen visitarse los conjuntos de casonas existentes en Milmarcos, Hinojosa, Tartanedo, Rueda, Tortuera y Embid, sin olvidar algunos magníficos ejemplares en El Pobo de Dueñas, Orea, Checa, Peralejos de las Truchas y Valhermoso.
Milmarcos
Milmarcos está en el extremo norte del Señorío, y fue durante algún tiempo cabeza de partido judicial. Presenta una interesante serie de casas grandes, que solo por nombrarlas puedo decir que en la misma plaza de la Muela, donde ahora se ve el teatro Zorrilla, está la casa de los López-Celada Badiola, con sus curiosos escudos. Pero destacan sobre todo las de la parte baja, destacando en el paseo que lleva a la ermita del Cristo la casa-palacio de los García Herreros, obra magnífica de la arquitectura civil molinesa del siglo XVIII. La fachada es de tres cuerpos, de buen sillar, tallado con gusto y mesura. Su cuerpo bajo contiene la portada y dos ventanas laterales. El principal muestra balcón central, que hace un cuerpo con la puerta, rematando en un gran escudo barroco de la familia constructora. El cuerpo alto muestra dos pequeños vanos laterales que se corresponden con las cámaras o tinado. El interior presenta un gran portal en el que quedan restos de empedrado, con escalera muy amplia y de alto hueco, que remata en lo más alto con una bóveda de interesantes adornos barrocos vegetales, mascarones representando ángeles y demonios, etc. La distribución del piso es muy clásica de estas casonas: salón central y salas laterales, y arriba del todo una gran cámara con la viguería y ripia a la vista.
Uno de los grandes capítulos del libro del autor, “Molina de Aragón, veinte siglos de historia”, trata sobre las “casas grandes molinesas”. Aparecen sus imágenes, sus escudos, algunos planos y muchos recuerdos.
En un ángulo de la plaza mayor está la casona de los López Montenegro, con gran arco semicircular adovelado, escudo de armas de la familia, rejas extraordinarias de hierro forjado, y un interior en el que destaca el arranque de la escalera. También deben mencionarse la casa de los Angulo, llamada «posada vieja» con vanos de sillería y escudo; la portada de la casa de los López Olivas, y la casa de la Inquisición, de la que sólo queda la portada de buen sillar tallado, y el escudo del Santo Oficio.
Tortuera
Por el pueblo se hallan distribuidas una buena porción de casonas molinesas de típica arquitectura y buen estado de conservación. Merecen citarse las que rodean la plaza mayor, todas ellas de grandes portones semicirculares adovelados. Una es la de los Torres, otra la de los Moreno, del siglo XVII. La casona de los Romero, en un extremo del pueblo, es del siglo XVIII y muestra sobre la puerta un hermoso escudo de armas. La casona de los López Hidalgo de la Vega presenta una clásica distribución de vanos, con escudo sobre el portón adintelado. Es obra del siglo XVII, construida por don Diego López Hidalgo Mangas, padre de una abultada nómina de figuras de la religión y las letras, que en ella vivieron y la adornaron, con sus retratos, durante siglos.
Embid
En el otro extremo, el oriental, del Señorío, Embid puede presumir de tener, además de castillo fronterizo, una serie de destacables “casas grandes” de típica traza: la de los Sanz de Rillo Mayoral, es obra del siglo XVII con ancha fachada de sillarejo y un gran portón adintelado en el que se inscriben diversos símbolos alusivos a la dedicación ganadera de los dueños; la de los Ordoñez de Villaquirán, obra del siglo XVII también, con amplio patio anterior y entrada sencilla adintelada; y la del Dr. Martínez Molinero, también llamada «la casa del vínculo», obra del siglo XVIII con portada adintelada y gran dovelaje y jambas de bien labrado sillar, mostrando encima un curiosísimo escudo emblemático, en forma de jeroglífico, que viene a relatar la historia de la familia.
Tartanedo
Lugar de adinerados ganaderos, que dieron luego, a través de las generaciones de sus hijos estudiosos, múltiples personajes de la religión y la milicia. Ellos vivían en grandes casonas, de las que destacan la antigua de los López de Ribas, ya muy modificada, cuyo escudo de armas fue arrancado hace años; la de los Crespos, la de los Badiolas y alguna otra de gran empaque y severidad barrocas. Del palacio del Obispo Manuel Vicente Martínez Ximénez quedan restos poco relevantes. La obra más interesante que se conserva es el palacio del Obispo Utrera, en la costanilla de San Bartolomé. Se trata de un edificio de aspecto noble, aislado del resto de las construcciones, en muy buen estado de conservación. Tiene en su fachada principal tres niveles. En el inferior se abre el portón arquitrabado con dintel y jambas de sillar almohadillado. A sus lados, ventanas con magníficas rejas, y en las maderas luciendo los clavos y herrajes que su constructor les puso el primer día. En el segundo nivel resalta el gran balcón, también de sillar en almohadillado modo combinado, y un par de ventanas escoltándole. Arriba, un escudo nobiliario de la familia propietaria, y dos ventanillas que se corresponden con un camaranchón al interior. La mampostería noble de sus muros, el sillar bien tallado de las esquinas, y el eco de las pisadas de la calle transportan al admirado viajero a otro mundo diferente. El palacio es obra del siglo XVIII en sus comienzos, y lo construyó don Pedro Utrera Martínez, abuelo del famoso obispo de Cádiz a quien la tradición atribuye la erección del palacio.
Setiles
En el pueblo de las minas, antaño productivo, y residencia de ricos ganaderos y gestores del carbón, podemos decir que se alzan y concitan admiración algunas de las mejores “casas grandes” del Señorío molinés. Porque en Setiles destacan, y llaman poderosamente la atención del visitante, varios palacios y casas fuertes. De ellas es muy singular la casa-fuerte de los Malo de Marcilla, fundada en el siglo XV por don Garci Gil Malo. En su origen fue castillete, formado por dos torres paralelas, muy fuertes y con escasos vanos aspillerados, rematadas en almenas, y un cuerpo central, en que se abría el portón de acceso al patio central, desde él por sendos arcos apuntados se accedía a las torres de vivienda y hospedaje. En el siglo XVIII se cambió la estructura, desmochando una torre, y añadiendo nueva portada con molduras varias y escudo de la familia. El interior aún muestra el patio con restos del antiguo pozo, y las entradas laterales a las torres. Existen las ruinas de otros dos caserones pertenecientes a la familia Malo, y es destacable en ellos el que todavía muestra su gran portón adovelado, con el escudo por cimera y clave. Otros diversos palacios y casonas muestran las calles de Setiles, y de entre ellos destaca un palacio barroco, de planta rectangular, con portada y fachada cuajada de cenefas y molduras con prominentes almohadillados y rehundidos casetones que le dan un suntuoso aspecto barroco. Aquí la denominan como la Casa del tío Pedro y la tía Braulia, y fue construida en 1752. Debe destacarse también la azulejería que cubre la pared de una casa de la calle mayor, en la que se ve una pintura popular de 1776 patrocinada por Miguel Megina en honor de la virgen del Tremedal, patrona de aquella zona.
Todos estos elementos citados, y muchos más repartidos por casi todos los ochenta pueblos que conforman (igual que en su fundación, hace 900 años) el Señorío de Molina, son expresivos de una arquitectura autóctona y muestran la reciedumbre de sus muros, la belleza de sus portones y ventanales, cuajados muchas veces de hierros artesanalmente trabajados, rematadas sus fachadas con orondos escudos de armas, y bien distribuidos sus interiores con zaguanes amplios, en ocasiones bellamente empedrados, escaleras sorprendentes, corrales resguardados de altas tapias y, en definitiva, el aire en torno de la hidalguía antigua y reciamente hispana.