En el tercer centenario de la Real Fábrica de Paños de Guadalajara
Se cumplen ahora los tres siglos justos desde que el rey Felipe V, de la dinastía Borbón, fundara y diera un impulso extraordinario a la que sería primera gran fábrica real de paños de la nación. Como estas cosas no suelen ser consideradas apenas por los poderes decisorios e impulsores de la vida cultural ciudadana, al menos que vayan estas líneas en recuerdo de aquel gran centro fabril, eje de un desarrollo que fue, en su día, muy potente.
Muy diversas fueron las circunstancias que propiciaron este acontecimiento. Dos concretamente están en la raíz del asunto: la destrucción de la ciudad y el padecimiento de sus habitantes durante la Guerra de Sucesión (1701-1713) y el apoyo que la ciudadanía arriacense había dado al partido ganador, el del rey Felipe [V] de Borbón, quien para demostrar el aprecio que esta importante ciudad de su nuevo reino le suponía, decidió celebrar sus bodas con Isabel de Farnesio en el mejor palacio de la ciudad, en el que era propiedad de los Mendoza duques del Infantado.
El Concejo elevó al Rey sus razonadas peticiones de ayuda, fundamentalmente dirigidas a la condonación de sus deudas fiscales, y a la rebaja drástica de los impuestos durante los siguientes 10 años. Además de acceder a ello, el Rey pensó en favorecer más especialmente a esta ciudad, también avalada por los Mendoza ante su trono. Y así fue que se decidió la creación de esa gran fábrica de paños que para el abastecimiento de la administración estatal, y para la ciudadanía en general, se estaba necesitando.
Puso a su frente, a través del favorito cardenal Alberoni, al barón Juan Guillermo de Ripperdá, un holandés con gran don de gentes y que alcanzó en esos años la categoría de “favorito” de la reina Isabel de Farnesio. Durante unos pocos años, (entre 1715 y 1726) Ripperdá controló las finanzas y la maquinaria del Estado borbónico, siendo primero Secretario de Estado.
Aunque la Real Fábrica de Paños se estableció, en un principio, en 1717, en Aceca (Toledo), lo mal dispuesto de sus instalaciones hizo que se decidiera por contar con Guadalajara para su establecimiento real, cosa que ocurrió en 1719. Entonces llegaron los 50 operarios (con sus familias, y con sus telares) procedentes de Leiden, una ciudad holandesa muy cercana a Amsterdam. De entonces es la llegada a Guadalajara de las familias Fluiters, Vandelmer, y German, entre otras).
El movimiento de esta fábrica fue impresionante desde el primer momento: la ciudad creció, en habitantes, en edificios, en economía y buen pasar. Se crearon a mediados de siglo XVIII otras dos fábricas de paños (San Fernando junto al Jarama, y Brihuega junto al Tajuña) para que aportaran trabajadores a la gran producción de la capital. La fábrica se instaló en los edificios que habían servido de palacios a los marqueses de Montesclaros, frente al palacio de los duques del Infantado, rematando por el norte la plaza que se formaba ante dicho palacio. Se tuvo que ampliar con materiales sacados del ruinoso Alcázar, en el que luego hubo de ponerse una serie de anejas construcciones para dar cabida a la producción.
A mediados del siglo XVIII, cuando era controlada por las arcas reales, tomó el nombre de Real Fábrica de Sarguetas de San Carlos, y poco después, en 1757, los Cinco Gremios Mayores de Madrid pasaron a controlarla durante diez años mediante contrato con la monarquía. Dicen los cronistas de aquellos tiempos que “la prosperidad se instaló en la ciudad: se construyeron más casas y sus habitantes gozaron de una mejor calidad de vida disfrutando de buenos trajes y calzado. Viéndose que entre ellos había un evidente aire de satisfacción”. Desaparecieron por completo los ociosos, pobres y vagabundos, que antes abundaban, y en definitiva la fábrica llegó a dar trabajo a más de un millar de personas en un principio, llegando en unos años a casi cinco mil. Esta breve historia del inicio de la Real Fábrica de Paños de Guadalajara viene a reafirmar esa idea, que para algunos es obvia, a nada que se analice el paso de los siglos sobre ella, de que Guadalajara es ciudad que anda a trompicones, tan pronto crece y todo se llena de alegría, como se para y mengua, se destruye y atasca…
En 1767 tomó de nuevo el propio Estado borbónico la dirección y administración de la Fábrica. De nuevo aumentó la producción, y todo fueron sonrisas, estadísticas al alza, y un buen nivel de vida. Hasta que llegó 1808, y con él los comienzos de la gran guerra contra los franceses, la Guerra de la Independencia. En ese año fue saqueada por los galos, aunque se mantuvo en funcionamiento, porque la administración josefina necesitaba sus productos, pero tras la guerra cerró definitivamente sus puertas, en 1822, quedando todo el mundo en paro y la fábrica en progresivo deterioro, hasta que en 1833 el Estado ayudó de nuevo a Guadalajara con la creación, y construcción sobre las antiguas ruinas de la Fábrica, de la Academia Militar del Arma de Ingenieros, que fue rehecha, sede de grandes figuras de la ciencia y la milicia, motor del nacimiento de la aerostación, y finalmente le tocó ver como, en 1924, la malaventura se cebaba nuevamente en ella por el incendio fortuito del edificio entero.
De esas ruinas, solo se conservó el picadero de caballos, y los edificios meridionales que servían para hacer ejercicios tácticos y prácticos a los cadetes. Rehecha parte del conjunto, muy a lo corto, fue sede de Archivos militares y del Colegio de las Religiosas Cristinas. Tras muchos años de vacío, en ese mismo lugar donde sucesivamente se elevaron los palacios de los Montesclaros, la Real Fábrica de Paños y la Academia General de Ingenieros y en los jardines de su alrededor frente al palacio del Infantado, va a establecerse parte de la Universidad de Alcalá de Henares, como centro de enseñanza superior, recuperándose el espacio, en vivo, para la ciudad.
Como anécdota, conviene recordar que fue en esta Real Fábrica de Paños de Guadalajara, y en 1733, cuando se produjo una gran conflicto laboral, que se ha considerado la primera huelga en nuestro país, y que ha sido estudiada con detenimiento por Aurora García Ballesteros y por Manuel Martín Galán. En realidad, el primer conflicto se produjo ya en 1719-20, cuando los holandeses pedían que siguiera su compatriota Ripperdá de director, pero es en 1733 cuando las razones y sistemática de la alteración cobran caracteres casi modernos, según lo estudia Enrique Alejandre Torija con mucho detalle en libros y artículos.
Ver más detalles sobre este centro fabril, que supone parte de la historia de la ciudad, en https://enwada.es/wiki/Real_Fábrica_de_Paños:_1822