Un paseo por el ayer y el hoy de Tendilla
Es Tendilla una singular población de la Alcarria de Guadalajara. Situada en el fondo de un profundo valle que surge desde la altura de la meseta, y que como está “tendida” entre sus orillas recibió su nombre de esa circunstancia. Se acompaña de un arroyo, el llamado “arroyo del Prá” y está rodeada de bosques de pinos y olivares.
Su historia, que es antigua, se enmarca entre los intereses medievales de los reyes de Castilla, y de la familia o linaje de Mendoza, que la tuvo entre sus múltiples posesiones en calidad de señorío. Es a partir del siglo XV cuando esta familia acrecienta sus posiciones cortesanas, y la fuerza de los Mendoza consigue para sus villas exenciones, fueros, ferias y prerrogativas, que hacen crecer a Tendilla económica y socialmente. De entre los privilegios concedidos por sus señores, es la “Feria de San Matías” (ahora denominada como “Feria de las Mercaderías”) la que supuso, desde el siglo XV, su progreso y poderío económico.
Ello conllevó el auge de negocios, economías y aparición de edificios singulares, de los que aún quedan restos de importancia.
El patrimonio que debe admirarse en Tendilla
De su primitivo aspecto y obras de arte, quedan bastantes cosas que admirar. Es la primera su conocida Calle Mayor, declarada como Conjunto de Interés histórico-artístico. Más de quinientos metros de soportalados racimos de casas, con un sabor tradicional castellano, ensanchando a trechos su cauce con una plaza, con la iglesia parroquial, con el Ayuntamiento, con algún palacio, etc.
De sus primitivas murallas y castillo quedan muy leves restos. Estuvo cercada en todo su ámbito por fuerte muro, y a la entrada de la villa existió hasta el siglo pasado una puerta de fuerte aspecto, con arco apuntado y torreones adyacentes, llamada la puerta de Guadalajara. En un cerro al sur del pueblo, y en el lugar que aún la tradición señala con el nombre del Castillo, se conservan mínimos restos de lo que fue una magnífica fortaleza, construida en el siglo XV por los primeros Mendoza que aquí asentaron. Sobre abrupta roca, rodeado de foso, el castillo se componía de muros, varios torreones y, en su cogollo, de un edificio con cuatro torres, una de las cuales, más fuerte y ancha, era la del homenaje. En su interior se guardaban importantes pertrechos de los ejércitos mendocinos. Estuvo casi entera hasta el siglo XIX, en que toda su piedra fue aprovechada para construir en el pueblo.
Una magnífica fuente de corte popular, y ancho pilón se ve en una plaza al extremo norte del pueblo, ostentado un gastado escudo de armas de los Mendoza.
En un respiro que la calle mayor se da a sí misma, surge la gran iglesia parroquial, dedicada a la Asunción de Nuestra Señora, obra inacabada, pero que fue trazada con ideas de sobrepasar con mucho a lo que en toda la Alcarria hasta entonces, y era el siglo XVI, se conocía. De su gran edificio solo se terminó la cabecera y parte de la nave, quedando tan sólo iniciados los arranques de muros y pilastras de los pies del templo, que hoy se pueden ver penetrando a un patiecillo desde la iglesia. Su tamaño y calidad da idea de la pujanza económica del pueblo en el momento de iniciarse la obra. De su primer impulso, en el siglo XVI, es el ábside de paramentos robustos, contrafuertes moldurados y ventanales con dobles arcos de medio punto, lo mismo que se observa en los muros laterales. La portada es obra de comienzos del siglo XVII, con severidad de líneas, achatada proporción y un exorno lineal de cuatro columnas jónicas, un frontoncillo y vacías hornacinas. De las dos torres proyectadas, sólo se terminó una, en el siglo XVIII, bajo la dirección del arquitecto Brandi. En su interior se pueden admirar algunas losas sepulcrales con escudos de armas en ellas tallados, y la imagen de la Virgen de la Salceda, de unos diez centímetros de altura, tallada en madera, y procedente del cercano monasterio de franciscanos de La Salceda.
En la calle mayor se encuentra también el palacio que construyó el secretario real de Hacienda don Juan de la Plaza Solano, nacido en Yélamos de Arriba, y muerto en Madrid en 1739. Es obra sencilla de arquitectura barroca, con portón de almohadillados sillares y escudo cimero. Anejo al palacio está el oratorio o capilla de la Sagrada Familia, obra suya, y de la misma época y estilo. El interior del palacio, conserva intacta su primitiva estructura, y en él se conservan interesantes recuerdos, muebles y retratos de varios miembros de esta familia.
En la calle Franca, paralela por el sur a la calle Mayor, pueden admirarse varias casonas noblescon escudos de armas, grandes portones y hermosas rejas de hierro labrado. En una de ellas, junto al escudo de un hidalgo, cubierto de yelmo y con el símbolo de la cruz, la palma y la espada, significativo de ser de «familiar» de la Inquisición, se lee esta frase: «Siendo inquisidor general el Ilmo. Sr. Diego de Arze y Reynoso, obispo de Plasencia» puesta en honor del máximo gerente del Santo Oficio por su agente alcarreño.
Las ruinas del monasterio jerónimo de Santa Ana
Parte importante del Patrimonio Histórico-Artístico de la Villa de Tendilla es su antiguo Convento Jerónimo de Santa Ana.
Sobre la empinada ladera que por el mediodía arropa a la villa de Tendilla, se alzan medio escondidas entre un bosquecillo de pinos las ruinas mínimas de lo que fuera el monasterio jerónimo de Santa Ana, fundado en el último cuarto del siglo XV por los señores del lugar.
Este monasterio jerónimo se fundó en 1473, a instancias del primer conde de Tendilla, don Iñigo López de Mendoza, y su esposa doña Elvira de Quiñones. Se inició su construcción en ese año y con la ayuda económica del conde de Tendilla enseguida pudo albergar una comunidad de monjes pardos que se dedicaron a la oración y la vida contemplativa. Los condes adquirieron a perpetuidad el patronato de la capilla mayor y el derecho a ser enterrados en ella. Así ocurrió con los fundadores, que a su muerte en 1479 quedaron sepultados bajo unos artísticos mausoleos de corte gótico, tallados en alabastro por el mismo autor o taller que el Doncel de Sigüenza. El hijo de los condes, arzobispo de Sevilla, don Diego Hurtado de Mendoza, favoreció generosamente al cenobio, pagando el retablo, y muchas joyas. Quedó también enterrado en su capilla mayor, aunque luego lo llevaron a la catedral sevillana, donde hoy descansa bajo un mausoleo trabajado por Doménico Fancelli.
Tanto los sucesivos señores de Tendilla, como los más humildes de sus habitantes labradores, ayudaron con limosnas y ofrendas durante siglos a los jerónimos de Santa Ana. La Desamortización de Mendizábal acabó en 1836 con la existencia de este monasterio, y aún con la Orden de San Jerónimo. Los frailes exclaustrados se dispersaron por el mundo, dedicándose muchos de ellos a la música. El edificio de Tendilla, expoliado enseguida, y claramente ruinoso, de tal modo que en 1843 se vendió por el Estado al vecino de la villa don Pedro Díaz de Yela en 20.100 reales para que aprovechara la piedra que quedaba.
Los sepulcros de los fundadores, gracias a la comisión Provincial de Monumentos, se desmontaron de aquel lugar abandonado y en 1845 fueron trasladados a Guadalajara, siendo instalados en los extremos del crucero de la iglesia de San Ginés, donde en 1936 aún sufrieron agresión, y hoy, apenas restaurados, permiten hacerse idea de lo que fueron en sus orígenes: unas espléndidas piezas de la escultura funeraria tardogótica.
Sabemos por las referencias que del cenobio nos dio el padre fray José de Sigüenza en su Historia de la Orden de San Jerónimo, que este monasterio estaba construido en un estilo que cabalgaba entre las tradicionales formas góticas y las nuevas renacentistas, y puede calificarse sin duda como una de las primeras edificaciones del nuevo estilo del Renacimiento que de la mano de los Mendoza se introdujo en España. La iglesia, de una sola nave, construida en estilo gótico flamígero, presentaba un testero sobre el que apoyaba un magnífico retablo de pinturas, que hoy se conserva en el Museo de Bellas Artes de Cincinati (USA) debido a los pinceles del círculo que creó en España, en los inicios del siglo XVI, el flamenco Ambrosio Benson. La cabecera del templo, que es lo poco que del mismo queda en pie, ofrece unos arcos muy apuntados reposando en ménsulas lisas. De ellas nacen los nervios de la bóveda que sin duda serían de tercelete y muy combados. Este edificio, a pesar de estar patrocinado por los Mendoza alcarreños, y de haber tenido quizás un arquitecto director del círculo mendocino de Vázquez, Guas ó Trillo, es todavía plenamente gótico, más próximo, por lo tanto, a las normas de los Adonza.
En cuanto a las ruinas de su edificio, conviene decir que hoy vemos los restos de su nave, con los arranques de los haces de columnas adosadas a los muros, y el testero del presbiterio, estrecho y elevado, del que arrancarían bóvedas nervadas, cuyos inicios aún se adivinan. En concreto se ve el arco central de los tres que componían el presbiterio, parte del lateral derecho y el arranque del izquierdo con las mensulillas en las que apoyan. Se añaden las basas y arranques del coro a los pies de la iglesia, así como fragmentos de basas de los soportes de la nave, sin duda de tipo gótico, y lo que podrían ser restos de un portalón que debió cobijar la primitiva portada. El resto de las construcciones no son sino un informe montón de ruinas, enclavadas, eso sí, en un paraje de bellas perspectivas.
Mi propuesta al respecto sería la de recuperar estas ruinas venerables, y ofrecerlas a la contemplación de los viajeros y curiosos. Deberían hacerse simples tareas de limpieza, y de acceso a través de paseos de buen firme, pasarelas de madera, algunos carteles indicativos desde el pueblo, una somera iluminación, y cuidado habitual de limpieza y mantenimiento del entorno. Y nada más.