El calendario románico de Beleña
Un grupo de amigos veteranos, hemos visitado hace unos días una de las joyas del arte románico de Guadalajara. Desde Cogolludo se baja en diez minutos…. Porque ahora la carretera que nos lleva a Beleña, desde Fuencemillán, está arreglada y es fácil llegarse hasta este pueblo que parece abandonado, pero que aún mantiene vivos algunos hogares. Allí nos dirigimos hasta la iglesia de San Miguel, a ver su pórtico.
La entrada a los templos era el lugar donde se desplegaba el Tratado de Teología que entendían las gentes en el Medievo. Lo primero que explicaban los clérigos era que la forma circular de sus arcos representaba el Cielo, el lugar sagrado donde moraba Dios. Y que el estrechamiento progresivo de jambas y columnatas suponía el esfuerzo que se pedía a los hombres para mejorar su vida en orden a llegar al Paraiso.
Sobre los arcos, tallados, y en las jambas, y en los tímpanos, surgían las figuras referentes: Cristo, sus Apóstoles, María, los Ángeles, los Bienaventurados…. Pero también los réprobos, los demonios, los vicios plasmados en monstruos deformes. Ese era el código de comportamiento que unas a otras las enseñanzas sumadas suponían.
Beleña [de Sorbe] fue lugar próspero durante la Edad Media, con un codiciado castillo en lo más alto, del que hoy sólo quedan dos paredones cargados de desgracia. En el siglo XIX aún contaba con 40 vecinos, (150 habitantes en total) y 515 fanegas de labor dedicadas a la producción de trigo, vino y aceite. A finales del siglo XX sólo quedaban 3 familias que no juntaban en total las 15 personas. Luego llegó a su despoblación total, y hoy parece que se ha recuperado algo. Sorbe arriba, en término del pueblo todavía, se construyó una presa que sirve para retener el agua del río Sorbe con la que se proporciona agua potable a los habitantes del valle del Henares.
Del conjunto de este pequeño pueblo destaca la iglesia parroquial dedicada a San Miguel, más concretamente su portada de ingreso, valioso ejemplar del arte románico castellano, fechable en el límite de los siglos XII y XIII.
Esta portada, resguardada de las inclemencias atmosféricas por atrio porticado también románico, consta en esencia de cuatro arcos semicirculares en degradación, siendo el interno y externo de arista viva descansando sobra jambas. La segunda arquivolta presenta una molduración muy sencilla de corte cilíndrico, y es en la tercera en la que aparecen sus dovelas esculpidas con las representaciones de los diversos meses del año.
Dos capiteles a cada lado las sostienen. Estas parejas de capiteles tienen una iconografía bastante clara. El primero de los capiteles de la izquierda, muestra a un ser supremo, alto, derecho, elegante y coronado (el Dios del Génesis) que viste a una figura femenina a su derecha (Eva, la primera mujer) mientras a su izquierda aparece una figura masculina (Adán, el primer hombre), con largo pelo, desnudo, y tapándose sus órganos genitales con la mano, urgiendo a Dios a que le vista a él también. En el Génesis se dice: “Yaveh Dios hizo para el hombre y su mujer túnicas de piel y los vistió” (Gen. 3,21).
El capitel adyacente del lado izquierdo de la portada de Beleña, aprovecha su estructura para colocar en él, en gran relieve, tres figuras que son las más dañadas de todo el conjunto. Así y todo, podemos apreciar una figura humana en el centro, que es requerida por dos demonios a sus lados. Figuras deformes, amenazantes, muy desagradables, con todos los caracteres con que en la Edad Media se identifica al Diablo, con cuernos, pezuñas, hocicos, ojos grandes. Estos demonios acechan a un ser central ¿Es el Hombre, amenazado por los Demonios? ¿O es Cristo, tentado por Satán? En todo caso, dos escenas que demuestran que en el origen del hombre está el pecado original y la amenaza del demonio.
Los otros dos capiteles, a la derecha de la puerta, muestran, el primero de ellos, a las tres santas mujeres, las Tres Marías, ataviadas al uso medieval, con su tarro de óleos en la mano izquierda, y la derecha levantada en actitud de saludo y deseo de paz, ante el vacío sepulcro de Jesucristo. Y a continuación, el mejor de los cuatro capiteles, en el que se ve el sepulcro de Cristo, abierto, con un lienzo que asoma por su costado y que significa que el muerto se ha ido, custodiado por un ángel que porta una gran cruz, y en la otra cara unos soldados ataviados a la usanza medievales, caídos o cayendo ante la presencia luminosa de Dios resucitado.
Lo más interesante, sin embargo, de la portada románica del templo de Beleña, son los catorce relieves de la arquivolta, los que con su color dorado están pidiendo ser colocados en el lugar interpretativo que les corresponde. Y éste sobrepasa por completo del reducido ámbito de la región y el pueblo de Beleña, para entrar de lleno en la ancha corriente histórica que nace en el mundo pagano de la península itálica y cuaja finalmente en el crisol medieval de la Europa cristiana. Son estos catorce relieves de Beleña un oleaje, tal vez el último y más meridional, de un ancestralismo folclórico, literario y artístico que ha ido dejando múltiples huellas por todo el mundo de herencia latina.
Los doce meses del año. El semicircular regocijo de los trabajos y los goces anuales. La petrificada fragancia de una vida alegre y sin complicaciones. Comenzando por la izquierda su revista, aparece en primer lugar un ángel rudo y sencillísimo. Enero es simbolizado por una escena de la matanza del cerdo. En febrero aparece un viejo calentándose al fuego, junto a una pequeña hoguera. De marzo se trae la poda de los arbustos y árboles. En abril se ve a una joven con ramos de flores en ambas manos. Y en mayo un caballero montado sobra un jamelgo descabezado, sostiene en su mamo un halcón. Junio se representa por un hombre en las faenas de la escarda. En julio aparece el segador cortando la mies. En agosto se pasea un aldeano, sentado en un trillo, y arrastrado por una pareja da bueyes. Septiembre se simboliza por un hombre que arranca el fruto de la vid y la deposita en cestas de mimbre. Octubre por otra figura masculina que vuelca en una cuba el contenido líquido y oloroso de su odre. Noviembre se representa por la tarea da arar el campo, que aquí la hace un hombre con un par de bueyes, esta vez vistos en proyección vertical (tanto ésta como la dovela de agosto son de doble dimensión que las demás). En diciembre se pone a un hombre feliz tras una mesa colmada de alimentos. El último relieve es el de una cara de buen trazado, con labios gruesos y pelo rizado.
El sentido intensamente cristiano que rezuma el conjunto se obtiene al considerar la relación que unas y otras figuras y escenas (representadas en los capiteles y dovelas) tienen entre sí, y de forma secuente. El eje del mensaje es la sucesión de los meses con sus faenas, y al ser presentado en semicírculo, supone ser parte de un círculo, que es el símbolo de la eternidad. Por lo tanto, aparece el hombre como sometido a la fatalidad de un círculo eterno de trabajo. Sin embargo, la historia sagrada muestra que ese círculo tiene una salida, y es la Fe en Cristo. A través de ella se llega a la Salvación. El trabajo, representado en los doce meses cuyas representaciones están taladas en el arco, es el camino para pasar desde el pecado original a la salvación.
Los dos capiteles de la izquierda son claramente alusivos al pecado original y a la tentación del Demonio. La expulsión del Paraíso, y la asechanza de Satán infieren el castigo del trabajo humano. Pero los dos capiteles de la derecha muestran la evidencia de la Resurrección de Cristo tras su Pasión y Muerte, con lo que suponen de salvación del alma tras su salida del cuerpo. Frente al pecado y la tentación, se opone la resurrección, la salvación. En una sucesión eterna. Es esta la clara evidencia de la utilización de la escultura en época medieval como homilía y demostración permanente del discurso teológico. La “Biblia Pauperum” que está tallada en los edificios románicos, y que surge con otros guiones, pero con el mismo lenguaje, en muchísimos edificios de esta época.
Aunque las representaciones de los meses en el mensario de Beleña queda bastante clara, no lo es tanto el significado de las dos figuras que abren y cierran la sucesión de esos meses. Son, concretamente, un ángel y un demonio.
Interpretaba bien Layna Serrano las dos figuras extremas de esta portada: aunque el ángel primero es de clara y fácil identificación, no la era tanto esa cabeza del extremo derecho, de ensortijados cabellos y abultada prominencia labial. Era el diablo, sí. Durante la Edad Media europea es comúnmente representado el Malo con los rasgos de la negritud. Herencia de antiguas filosofías segregacionistas, en las que se quería mostrar a los seres de raza negra como carentes de alma y, más aún, poseídos por el Demonio. En la doctrina simbólica tradicional, las razas oscuras son hijas de las tinieblas, aludiendo la representación del negro a la parte más instintiva y baja del hombre. No es extraño, pues, que a un ángel se contraponga un negro: son el Bien y el Mal para el anónimo escultor de Beleña.
El hecho, aún, de que estos dos símbolos abran y cierren el coto circular de lo meses, nos hace meditar todavía: sabido de todos es que el nombre del mes de enero, en todos los idiomas europeos, es derivado muy directo del nombre del dios Jano (January, Janvier, Januar, etc.) habiendo perdido en castellano la jota inicial por la que, aún siendo también derivado suyo, no lo parece. El dios Jano era para los romanos el encargado de regir el destino, el tiempo como camino recorrido y por recorrer. Se le suele representar con una cabeza con dos rostros, que miran al pasado y al futuro, por lo que, desde muy remotos tiempos, se le eligió para ser representación del comienzo del año, y así aparece en muchos menologios romanos y, por tradición conservada, en otros medievales ya cristianos. En algunos, como en el de la catedral de Pamplona, situado en las claves circulares de su bóveda, aparece enero representado por un hombre con dos cabezas, y sosteniendo una gran llave en cada mano. Con ellas se pueden abrir la “puerta del Cielo y la puerta del Infierno” (“Janua Caeli” y «Janua Inferni”), según la representación pseudocristiana de algunas leyendas. Creo que en Beleña es claro el cometido de esas dos rudas figuras: enero se desdobla en ellas, adquiere carácter de sucinta homilía, y recuerda que en el principio de la vida hay ya dos puertas, dos caminos: el del cielo y el del infierno. Que no son mitos: que están, de verdad, al comienzo y al fin de cada año, esperando su cosecha de seres humanos.