La catedral de Sigüenza, desvelada
En estos días aparece un nuevo libro sobre la Catedral de Sigüenza. Ese edificio mayúsculo al que casi todos hemos ido alguna vez, y siempre nos ha asombrado por su tamaño, por su oscuridad, por sus sonidos o sus detalles de arte. A propósito del libro, que casualmente lo he escrito yo, hago hoy alguna divagación sobre este templo, y, sobre todo, os animo a visitarlo.
En el perfil de la ciudad de Sigüenza, donde destacan varias cosas importantes, no es la menor la silueta castillera y firme de su iglesia catedral (además Basílica) dedicada a Santa María.
Han sido muchos los mortales que se han dedicado a descubrirla, y algunos han ido más allá, han llegado a investigar sus orígenes, a analizar sus méritos y describirlos en libros y conferencias. No es raro, porque el edificio lo merece. Ha soportado años de lenta construcción, siglos de monotonías, y hasta una guerra, una batalla mejor dicho, veraderamente demoledora, de la que luego fue rehabilitada con todos los honores. Hoy es un meta de muchos viajeros, un santuario de muchos corazones.
El espacio interior
La visita a la catedral seguntina tiene un objetivo general, y muchos particulares. El primero de ellos es la contemplación de un ámbito arquitectónico solemne, vibrante, pétreo. Las tres naves que conforman el templo, más alta la central que las laterales, separadas por pilares enormes rodeados de columnillas, bajo las apuntadas bóvedas, dan idea de ese espacio que es esencia de la arquitectura. Define la sacralidad de los pasos, y señala los límites del templo, protegidos por las bóvedas, que remedan a las estrelladas del cielo.
Con la planta de cruz latina, en el crucero se ensancha, permitiendo una mayor densidad de fieles. A un lado y a otro se alzan los grandes retablos en piedra, y desde ahí se observan los rosetones que iluminan los brazos, y por supuesto la cabecera con su altar mayor, sus enterramientos, sus púlpitos laterales.
Para mayor grandiosidad, y desde el siglo XVI, la catedral seguntina cuenta con una girola que le confiere grandiosidad, y paso a otras dependencias y capillas. También a principìos del XVI se levantó, muy rápido, el claustro que es esencia de una vida comunitaria, la de los antiguos canónigos.
Las capillas
A los lados de las naves se alzan las capillas. En los templos antiguos, los muros laterales solo servían para cobijar el templo de los rigores climáticos. Pero en estos lugares que son fundamentalmente escaparates de la grandeza (así lo apunta el profesor Davara en su conocida Tesis Doctoral sobre la catedral seguntina) van a surgir pronto las capillas y altares, donaciones de clérigos, civiles y particulares en general. En ellas se ven alardes decorativos, rejas, tallas de santos, y, sobre todo, escudos nobiliarios, emblemas identificativos, parámetros personales que identifican personas, y apellidos. Trayectorias vitales, que quieren permanecer en la memoria de todos, durante siglos. Eran sabios, porque así ha ocurrido: se recuerda mas a don Fernando de Montemayor por su capilla de la Anunciación, que al humilde cantero o al grupo de yeseros que la hicieron. Él mandó poner sus armas heráldicas con profusión por la fachada de esa capilla.
Y así ocurre con otras. Por ejemplo, con el mausoleo del obispo don Fadrique de Portugal, en el brazo norte del crucero, o en la capilla de San Juan y Santa Catalina, en el brazo sur del mismo. Esta fue fundación de los Vázquez y Sosa, y sirvió de enterramiento a sus miembros más destacados, en los inicios del siglo XVI. Por eso la memoria de Martín Vázquez de Arce, el Doncel, y la de sus padres, o su hermano don Fernando, ha quedado indeleble, por los siglos, y cada día les recuerdan cientos de personas. Hablan de ellos, opinan, recuerdan, se dictan sus fastos: viven, en definitiva,más allá de la muerte física, de la parada cardiaca que les detuvo un instante, y para siempre. Están vivos porque han quedado retratados en la catedral, con sus estatuas, sus escudos, los altares que han promovido, las rejas que han encargado.
Y lo mismo ocurre en el claustro, con la capilla de la Concepción, patrocinada por don Diego Serrano, quien además s epermite el lujo de encargar a un humanista, y a un pintor fiel, que reflejen sus ideas peregrinas y alambicadas sobre la muerte y el Más Allá. Qué obsesión con ella, qué alegría de vencerla mientras se está pensando, y qué lujo seguir vivo en los libros, en las parlas y en las visitas guiadas, por los siglos de los siglos.
Los detalles escultóricos
En los enterramientos de naves y capilla mayor están no solamente los epitafios y aún los retratos de bulto de obispos y señores. Está las historias de su admirados patrones, o los colores que les confieren las vidrieras que les iluminan. Así en el presbiterio, aunque en alto, el mausoleo del obispo Alfonso Carrillo de Albornoz sirve para reflejar la historia áurea del patrón de los cazadores de ciervos, y cómo perseguido y percutor encuentran en medio del bosque un gran astado entre cuya florida testuz se aparece un crucifijo que impora perdón al cazador. Leyendas, que se transforman en obras de arte, como la de Santa Catalina de Alejandría, martirizada por orden del emperador Máximo, en el frontal del enterramiento del Obispo Fernando de Luxán, en la capilla de San Pedro.
Y en el altar de Santa Librada las peripecias de sus ocho hermanas, el martirio de la misma patrona, la aparición de Hércules en sus trabajos como prueba de la fortaleza de espíritu, y llegada de los alados cupidos en su tarea de flechar corazones y tórtolas. Tondos después, carátulas, enjutas y rosetones. Todo en esta catedral, cualquier espacio que iba para vacío, se llena de tallas. Nombres como Covarrubias, Pierres y Vandoma siguen llenando las crónica spor haber trabajado sin descansando esculpiendo la piedra y dándole sentido. ¿Quién dice que la Roma de Julio II era una febril insistencia de artistas y pensadores? Sigüenza, en lo alto del páramo celtibérico, no le iba a la zaga. Un Renacimiento pleno se pasea por estos pasillos que ahora son de hielo, pero que toman cada minuto el calor de los cuerpos traspasados y entusiastas: esas tallas de Pierres en las contraventanas de la Sacristía; el epitafio en relieve dedicado al primer obispo don Bernardo, al inicio d ela girola, tallado por Lande, o las escenas vibrantes de madera policromada que forja Giraldo Merlo en el retablo principal. Cada detalle de sus púlpitos, de los escudos y filigranas de la madera del claustro, de las láminas de hierro recortadas en los remates de las rejas… todo es llamativo, se explica por sí mismo, predica.
Por todo ello, y aunque el libro que me da pie a este comentario, lo haya escrito yo, no dejo de reconocer mi deuda para con Pérez Villamil, Muñoz Párraga, Peces Rata, Aurelio de Federico, Sanz Serrulla, Gómez-Gordo y tantos otros que me precedieron en estos estudios y, lo que es más importante, en este amor al edificio, que supieron hacerlo contagioso. Eso es lo que fundamentalmente pretendo: captar adeptos –así de claro- para visitar y ensalzar el arte y la fe que atesora este templo.
Resumen del libro
Herrera Casado, Antonio: ”La catedral de Sigüenza”. Aache Ediciones. Guadalajara, 2016. Colección “Tierra de Guadalajara” nº 101. 144 páginas, 200 ilustraciones, con planos, fotografías y dibujos. Prólogo de Jesús de las Heras Muela. Dibujos de Isidre Monés Pons. Fotografías de Antonio López Negredo. ISBN 978-84-15537-99-1. P.V.P.: 12 €.
Aunque existen ya varios libros y estudios sobre la Catedral de Sigüenza, algunos clásicos, y otros recientes, con documentación exhaustiva, y con carga gráfica preciosa, la editorial Aache se atreve a proponer este libro sobre el mismo tema, con una serie de aportes que considero novedosos, manteniendo intacta su probada línea divulgativa.
Lo primero que cabe destacar de este libro es su claridad y sencillez, de tal modo que en él aparece reflejado todo cuanto debe saberse sobre el edificio y el contenido de la catedral, y sobre los personajes que fueron sus protagonistas, sin que falte nada sustancial en él, ni tampoco sobre sus elementos artísticos.
Al texto que ofrece la historia de la construcción, la descripción de su aspecto externo, y el relato minucioso y ordenado de su interior, se le suman en este libro una docena de intervenciones monográficas sobre aspectos muy puntuales y muy poco conocidos o valorados de la catedral. Entre ellos el análisis de algunas capillas, como la de la Anunciación y la de la Concepción, o la colección de tapices barrocos, ahora restaurados, incluyendo sendos estudios breves pero muy novedosos sobre la presencia de Hércules en el altar de Santa Librada, la del dios Apolo en el coro, o la de los guerreros y sibilas de la Antigüedad en la sacristía de las cabezas. Todo ello sumando puntos a la valoración del edificio como un monumento al humanismo renacentista, parejo a los símbolos cristianos y al mensaje de espiritualidad y rito que emana de muchos otros ámbitos, capillas y enterramientos.
Aunque es difícil añadir algo nuevo sobre el tema, este libro aporta una visión sobre el Doncel que se centra en ese valor humanístico que tiene la estatua, y la capilla en que se contiene, como suma de simbolismos a caballo entre la Edad Media y el Renacimiento.
En todo caso, y además del texto sencillo y clarificador, que sirve de acompañante al viajero que desea conocer, de principio a fin, este templo catedralicio, el libro suma otros valores, especialmente gráficos, entre los que se incluyen un buen número de dibujos antiguos (rescatados de la obra de Prentice a principios del siglo XX), dibujos magistrales de Monés Pons, y muchos escudos y sepulcros salidos de mi estilógrafo. Todavía nos brinda una extraordinaria colección de fotografías, muchas de ellas salidas de la cámara atrevida de López Negredo, y otras de mínimos detalles apenas apreciados hasta ahora. Un plano final permite al lector situar cada elemento descrito en el contexto del entramado catedralicio.