Armas y colores para Molina de Aragón
Hace unos 20 años publiqué un libro sobre “Heraldica Molinesa” que se agotó pronto, porque al parecer hay todavía mucha gente interesada en los temas de la emblemática personal e institucional. Guadalajara es uno de esos territorios en los que los escudos y tallas sobre piedra continúan siendo abundantes, y siempre gusta rememorarlos, describirlos y descubrirlos incluso. Aquel libro está ahora en proceso de reedición, y el interés que muchos mostraron entonces por el escudo de Molina de Aragón vuelve en estas líneas a manifestarse.
La heráldica es una ciencia que ha de ser, todavía hoy, escuchada y estudiada, para en ella y en sus arcanos entresijos encontrar razón cierta de muchas trazas y andanzas de los pasados siglos. En ella están escondidos nombres, leyendas, historias y biografías que, desde la piedra y el color de sus metales y emblemáticos decires, parecen deshacerse en expresión latiente hacia nosotros. Toda la tierra de Guadalajara, para quien desee conocerla en su anchura y altura ultimas, esta plenamente cuajada de escudos, de blasones que por portaladas y enterramientos hablan de otras épocas.
Vamos a tomar en nuestras manos la razón de una ciudad, la de Molina de Aragón, y ver en su escudo, que con el devenir de los siglos se ha ido transformando, los pasos cruciales de su historia interesantísima. Repartido en antiguos sellos concejiles, documentos y piedras talladas, el escudo molinés ha ido evolucionando a lo largo de la historia, hasta llegar al que hoy utiliza oficialmente, sancionado por unas costumbres y una tradición, en emblemas y documentos oficiales. La descripción mejor, más solemne y pormenorizada, esta en las páginas de la Historia del Señorío que en el siglo XVII escribiera don Diego Sánchez de Portocarrero.
El primitivo escudo de Molina fueron dos ruedas de molino, en plata, sobre fondo azul. En los primeros tiempos, tras la reconquista del lugar a los árabes, usó por armas una sola rueda. De ese modo se veía en uno de los torreones del antiguo castillo de Cuenca, en el muro que daba al Huécar, en recuerdo del señalado papel que habían tenido los molineses, al mando del conde don Pedro, en el asalto y toma de Cuenca en 1177. También en algunos sellos antiguos de la ciudad se veía este escudo de una sola rueda, pues así lo adoptaron sus condes en los primeros tiempos de su dominación.
Algo después, concretamente en el siglo XIII, se añadió un nuevo elemento simbólico al emblema molinés. Concretamente en el primer cuarto de esa centuria se concertaron las bodas de doña Mafalda Manrrique, hija del tercer conde de Molina, con el infante de Castilla don Alonso, hijo del Rey Alfonso X el Sabio. Este entronque matrimonial supondría la incorporación, dos generaciones mas adelante, del Señorío molinés a la corona castellana. Tan trascendente hecho paso al blasón de Molina, y lo hizo en la forma concreta de un brazo armado, revestido del metal fuerte de la armadura, dorado todo el, del que emerge una mano de plata que sostiene entre sus dedos pulgar e índice un anillo de oro. Después de aquel entronque, y concretamente desde la boda de la señora Doña Maria de Molina con el rey Sancho IV el Bravo de Castilla, Molina paso a la corona castellana y es así que, aun hoy, el Rey de España es, además, señor de Molina, heredero directo de aquellos poderosos Laras que tuvieron en la roja altivez del castillo molinés su nido de águilas y su sede de cultura.
El tercer elemento de que consta el escudo de Molina, el más moderno, es una campana inferior en la que aparecen cinco flores de lis, de oro, sobre campo de azul. Otorgó este añadido emblema el primero de los Borbones, el rey Felipe V, cuando fue sabedor de lo mucho que los vecinos de Molina habían trabajado y sufrido en la guerra de Sucesión, antes de su acceso al trono español. Ese símbolo tan francés, cual es la flor de lis, quedó añadido al castizo par de ruedas y al poderoso brazo anillado, como conjunción de fuerzas y de batallas en el largo devenir de una historia multisecular y plena de significados.
A lo largo del tiempo se han ido introduciendo pequeñas variantes, que se han ido admitiendo por el uso, pero que conviene ponderar y dejar en sus justos términos. Una de ellas es la de poner un cetro de oro en vez de una barra en el cuartel primero. Es otra la de colocar una sola flor de lis en la campana inferior, en vez de las cinco más comúnmente utilizadas. Y por fin cabe señalar la versión, equivocada a todas luces, de colocar una moneda entre los dedos de la mano de plata, obra de heraldistas poco conocedores del sustrato histórico del que proceden las armas molinesas.
Finalmente, y para concretar tantas desperdigadas interpretaciones e inconexas reformas o versiones, el Ayuntamiento de la Ciudad de Molina de Aragón decidió someter a sanción definitiva y oficial su blasón heráldico, pidiendo para ello previamente los informes de algunos relevantes heraldistas, y finalmente aceptando la versión definitiva que la Real Academia de la Historia aprobó en su sesión de 17 de enero de 1975. Así queda, en el idioma escueto y preciso de la ciencia del blasón, la estructura del de Molina de Aragón: escudo español, partido, de azur la barra de plata acompañada de dos ruedas de molino del mismo metal, y de azur un brazo defendido o armado de oro, la mano de plata, teniendo entre los dedos índice y pulgar un anillo de oro. En la punta, de azur, cinco flores de lis de oro, puestas en aspa. Al timbre, la corona real cerrada, símbolo de la actual monarquía hispana.
Una vez descrito el escudo de Molina, cabría añadir, como mera curiosidad, las interpretaciones que su historiador más concienzudo, Sánchez de Portocarrero, daba a sus dos primitivos emblemas, tomadas de autores clásicos y tratadistas de heráldica, de los que tanto proliferaron en la España del Siglo de Oro.
Así, dice en principio que las ruedas del molino aparecen como lógica representación del nombre del lugar: Molina. Pero aun pareciéndole corta esta sencilla interpretación, pasa a recordar como era este también el blasón de los Coralios, «nación belicosísima del Ponto», de los que Covarrubias, en su «Emblemas», dice que hacían notar con este emblema «su igualdad y concordia en seguir las armas». También se refiere «a la costumbre antigua del castigo de Ruedas o Muelas grandes de que usaban los señores con sus siervos», significando el implacable castigo que Molina propinaría a quien contra ella atentase. Finalmente, señala Sánchez de Portocarrero la significación de estas ruedas como «el valor y la constancia con que quebrantó Molina a los que se le opusieron o la invadieron, como suele la Rueda de Molino con los granos que intentan cercarla o impedir su progreso».
Para el otro símbolo, el brazo armado con un anillo en la mano, esgrime el libro 8 de las «Metamorfosis» de Apuleyo, en que utiliza la frase «Venire in manum», por casarse, tal como se usaba el rito del matrimonio entre los romanos: entregándose las manos. El mismo Sánchez de Portocarrero añadió la frase «Brachium Domini confortavit me», para señalar el poder del brazo de los señores molineses. Fernán Mexía, en su «Nobiliario», justifica el nombre que tuvo Molina «de los Caballeros», pues compara con ella a las manos, por ser estas las partes mas nobles del cuerpo, y aquellos, de la sociedad. Por otra parte, los romanos utilizaban el anillo como símbolo de la Nobleza, de la Lealtad y de la Fidelidad, y en este sentido amplía Sánchez Portocarrero el significado del escudo de Molina, del que termina diciendo: «Estas divisas están mostrando emphaticamente la Nobleza y Lealtad de Molina, su Religión, su Fortaleza y otras Virtudes«.
Es este el resumen, cuajado de emblemas y significados dispares, de una historia y un devenir que en Molina es denso y no tiene desperdicio. Tres momentos de su historia quedan reflejados en los tres cuarteles de su escudo. Una pieza que, ahora reluciendo en cada rincón de la ciudad, es expresiva de su grandeza.