El Greco en Sigüenza
Iniciamos el año Greco, que se constituye en el recuerdo y la admiración de un artista español (aunque nacido en la isla de Creta, dio su talla en nuestra patria), porque ahora hace (lo va a hacer exactamente en abril) cuatrocientos años de su muerte. La figura y sobre todo la obra de Domenico Theotocopulos, apodado “El Greco”, fue casi ignorada hasta hace 100 años, en que con motivo de su tercer centenario se recuperó. Vamos a hacer lo mismo ahora, en Guadalajara.
Solo por centrar al lector en la figura de la que hablamos, doy aquí una leve pincelada acerca de la figura del Greco. Nacido en la ciudad de Candía (hoy Heraklion, isla de Creta, Grecia) que por entonces pertenecía a la Señoría de Venecia, en 1541, viajó a la Ciudad de los Canales para perfeccionar su arte, que ya había iniciado en su ciudad natal como pintor de iconos. En Venecia copió a Tiziano y Tintoretto, a los que admiraba, y pasó luego a Roma, donde siguió aprendiendo sobre todo de la fuerza y la sabiduría de Miguel Angel. Pero en 1577 decidió viajar a España, invitado entonces por el canónigo Diego de Castilla, quien le encargó hacer un retablo para la iglesia de Santo Domingo “el antiguo” de Toledo. Y allí se quedó para siempre, hasta su muerte en la ciudad del Tajo, en 1614.
De su obra, portentosa, numerosa, creativa y única, se genera la admiración universal por su arte, que, sin embargo, no se hizo mayoritaria hasta 1914 en que, al celebrarse el tercer centenario de su muerte, muchos analistas y especialistas de arte “descubrieron” su figura y su obra. Un poco cegatos estuvieron, hasta entonces, esos analistas, porque solo la composición de “El entierro del Conde de Orgaz” que El Greco pintó para Santo Tomé de Toledo y allí quedo para siempre, le hubiera valido estar entre los más reconocidos artistas de la historia.
La obra del Greco en tierras de Guadalajara
Poco ha quedado de la obra del Greco en tierras de Guadalajara. Pero eso poco, conviene recuperarlo y ponerlo en la memoria de todos. Hoy dedico mis dos páginas a ponderar el cuadro de la Anunciación que hay en Sigüenza, y en dos semanas lo haré con el apostolado que hubo, hasta la Guerra, en Almadrones.
La Anunciacion de El Greco en Sigüenza
En la sacristía de las Cabezas de la catedral seguntina, cobijado en uno de sus arcosolios, se puede contemplar ahora el cuadro de “La Anunciación” de El Greco, una de sus últimas obras (se cree fue pintado entre 1610 y 1614) y posiblemente ayudado por su hijo Jorge Manuel, quien aprendió junto a su padre todas las Bellas Artes. En todo caso, y aunque fuera obra “de taller” como lo fueron muchos de los grandes cuadros del Greco, la impronta del maestro está bien patente.
Es una más de las muchas “anunciaciones” que pintó el artista griego. Los encargos de este tema eran abundantes, y él no se negaba a ninguno. Aunque desarrolló diversas formas de presentar la escena, como luego veremos, la de Sigüenza es de las más simples y efectistas, pues se limita a mostrar a la Virgen María sorprendida por el Anuncio que le hace el arcángel san Gabriel.
No existen datos concretos de cómo el Cabildo catedralicio encargó al Greco esta pintura. Si lo hizo como pieza suelta, o pertenecía al contexto de un retablo. De esto se ha hablado en alguna ocasión, incluso se llegó a decir que aquel retablo completo que El Greco pintaría para la catedral de Sigüenza, acabó en manos del ejército austriaco, y finalmente en el Museo de Bellas Artes de Budapest a donde llegaría, a su vez, de las colecciones imperiales austrohúngaras. No es así, porque los dos Grecos que hoy existen en la pinacoteca magiar (la Magdalena y la Anunciación) no podrían pertenecer al retablo seguntino del que quedaría una escena similar.
Otra teoría que se ha apuntado es que en algún momento incierto, el cuadro llegara a la catedral procedente de otra iglesia de la diócesis. No hay datos. El caso es que desde al menos el comienzo del siglo XX está allí, y como propiedad del Cabildo, no de la diócesis. En 1929, esta “Anunciación” fue prestada por la catedral a la Exposición Iberoamericana de Sevilla, para que luciera en el pabellón de Castilla la Nueva, junto a los tapices de Pastrana.
Bien cuidada y con un marco adecuado, esta Anunciación se ilustra con los tres colores preferidos del griego: rojo, azul y amarillo, sin concesiones a la mezcla ni a la media tinta. Sobre un inquietante fondo de pesadilla inconcreta aparecen María y Gabriel. Un extraño vaho pardo verdusco conmueve el alma del espectador que encuentra un alivio en ese triángulo luminoso del que emerge la Paloma Espiritual, rodeada de dos grupos de aladas cabecillas anhelantes. El Arcángel San Gabriel sostenido por una nube que es, sin duda, lo peor del cuadro, pone sus manos sobre el pecho dando el saludo de Quien le envía. “Ave María, llena eres de gracia, el Señor es contigo”. Frente a él, María, al parecer arrodillada, con una mano sobre el libro piadoso que leía, y la otra en señal de humilde aceptación: “Hágase en mí según tu Palabra”. Junto a ella un jarro con tres azucenas, símbolo de la pureza, y delante un cestillo con labor y unas tijeras.
Lo que Ortega y Gasset, criticaba del Greco está aquí presente como una firma total sobre el lienzo. El desmesurado sentido de acrobacia y descoyuntamiento de sus figuras, se transmite en esta ocasión al cuadro todo. Pero Marañón, aun sin desmentir este hecho indudable le defiende, y recogiendo la idea, le lanza aún más alto a su pintor preferido. Ahí está, según Marañón, la raíz de toda obra intelectual, y, con mayor razón, de toda obra artística. Es ese deseo de elevación, de salirse del cauce común, de alejarse de lo ya hecho y aceptado, de romper con lo establecido, de crear una nueva forma de expresión que todos acepten también como válida, aunque sea mucho tiempo después, de ser más uno mismo, de vivir más intensamente su propio arte y su propia vida. El Greco es un místico. Está impregnado del arrebatador sentimiento religioso y supramundano de la España contrareformista de la segunda mitad del siglo XVI. Ese desmadejamiento y ese descoyuntarse las figuras y las escenas es más acusado en sus pinturas religiosas donde quiere desbaratar todas las leyes de la Naturaleza para que solo haya en ellos Cielo y Santos y Oraciones. El Greco (todo está aún por probar) se lanzó a un complicado y arriesgado camino de imperfección, consiguiendo lo que en estos casos se suele conseguir: crear obras de arte. Así fue Rafael Alberti quien en sus poemas inspirados en la pintura española, dice de los cuadros del Greco que se nos presentan como “Una gloria con trenos de ictericia, un biliar canto derramado / una etérea cueva de misteriosos bellos feos, de horribles hermosísimos”.
El tema de la Anunciación en El Greco
No me he parado ahora a contar todas las Anunciaciones que Domenico Theotocopulos pintó en su vida. Fueron muchas. Y están desperdigadas hoy por todos los museos imaginables, europeos y americanos, toledanos y madrileños. Hay una hasta en Sigüenza… con eso se dice todo. Pero este tema, del que además se ha estudiado la razón teológica por la que El Greco lo prefiere, da para mucho. El artista produce la mayor parte de sus cuadros anunciadores en la época en que vivió en Toledo. Entre 1590 y su fallecimiento en 1614, más concretamente. Pero también antes tocó el tema. En el inventario que se hizo a su muerte, se encontró con que en su estudio había nada menos que cinco representaciones de la Anunciación. Ya en su inicial estancia formativa en Italia, concretamente en Venecia, pintó entre 1567 y 1570 dos veces esta temática. La primera, muy insegura la composición y el trazo, se conserva hoy en la Galería de Este, y la segunda está en el Museo del Prado, donde nos creemos que es de El Greco porque lo pone en el cartel que acompaña a la obra, porque no tiene todavía los rasgos patéticos e impactantes deformaciones del maestro clásico. En su siguiente etapa romana, pinta otras influenciadas, como todo lo que hace entonces, por Miguel Angel Buonarotti, acentuando la perspectiva con suelos embaldosados.
Y es en Toledo cuando, -quizás con el influjo de la excesiva mística que la ciudad del Tajo respira en plena explosión de la Contrarreforma- El Greco desarrolla sus composiciones más grandes, más complejas y más exageradas en la deformación de las figuras. De los cientos de obras que produce y salen de su taller, hay numerosas anunciaciones, entre las que por destacar algunas, me iría a la grandiosa que hoy se expone en el Museo de Santa Cruz de Toledo, la del Prado de Madrid, y esa de cobijo redondo que es pieza mayúscula del conjunto del Hospital de la Caridad de Illescas. También la de pequeño formato con un cielo ocupado por una orquesta de ángeles músicos que posee el Thyssen-Bornemisza, y por supuesto la del Museo de Bellas Artes de Budapest, genial en su composición, formas y colores. Los analistas de la obra de El Greco, siempre han considerado como la mejor “Anunciación” de nuestro artista la que este pintó hacia 1596 para el Colegio de Doña María, de Madrid, y que se conserva actualmente en el Museo Nacional de el Prado.
En cualquier caso, y dado que todo en El Greco es sublime, -sus colores, sus formas, sus irrealidades- en los cuadros de la “Anunciación” estas características se aumentan. Y así podemos gozar de la genialidad del cretense a través de los paños plegados, de sus pinceladas largas, de los duros cielos, de los gráciles y extraños ángeles y, sobre todo, de esos colores tan vivos, que él ponía a sus figuras y trajes a sabiendas de que eran más fuertes que la realidad, porque quería impregnar de esa irrealidad y cargar de misticismo a sus obras.
La suerte de tener una representación de la obra de El Greco en nuestra provincia, concretamente en la catedral de Sigüenza, ha propiciado que nos sumemos a esta conmemoración con derecho propio, esperando que esta circunstancia ayude, -porque este Centenario Greco 14 tiene que servir como nuevo empujón al turismo de nuestra Región- a que aumente el número de turistas y viajeros que se pasen por Sigüenza a lo largo y ancho de este año que comienza.