Alustante, paso a paso
Mañana va a ser un día estupendo en Alustante. En ese pueblo grande que está en los rayanos, en la raya de Aragón. Y lo va a ser porque tres de sus vecinos, a saber, el profesor Alejandro López López, y los licenciados Diego Sanz Martínez y Juan Carlos Esteban Lorente, van a presentar un libro que se titula así, “Alustante paso a paso”, y yo voy a tener la oportunidad de hablar de ellos, del libro, y de Alustante. Que es lo que me gusta, porque a este pueblo fui por vez primera hace ya cuarenta años, siguiendo la Ruta de los Rayanos, y desde entonces se me metió en el alma. De ahí no sale.
Esta oportunidad surge de la idea que a estos tres beneméritos alustantinos se les ocurrió hace algún tiempo de unir sus fuerzas, y sus saberes, para dar el fruto de un libro completo, meditado, trabajado, bien hecho. El empeño inicial era el de recoger todo cuanto se sabe sobre Alustante, y ponerlo bien ordenado, y medido, en poco más de 250 páginas. Con muchas imágenes, antiguos grabados, visiones actuales, recuerdos de siempre.
Repartido el trabajo, Esteban Lorente se encargaría de la historia del lugar. No toda, porque es mucha, y a ratos aburrida. Solamente aquello que en el transcurso de los siglos ha brillado y ha dado sentido al caminar de sus gentes. Sanz Martínez nos hablaría del patrimonio local, desde sus paisajes, a sus fiestas, pasando por el arte y el urbanismo. Y el profesor López, sabio en otros menesteres relacionados con el medio ambiente, y el turismo, nos daría su visión de Alustante desde esas perspectivas. Los bosques, las aguas, las rutas, los hablares, la esencia cultural de un pueblo y una tierra que tiene un latido propio. Que lo ha tenido siempre.
La historia de Alustante
Siempre fue incierto el futuro. Es su razón de ser. Durante siglos, el futuro de Alustante fue saludable, porque la población crecía, la gente producía, los campos daban su fruto, y unos y otros se hacían más y mejores. Desde los años centrales del pasado siglo, tras una Guerra Civil que cambió para siempre el país, la diáspora abdujo a más de la mitad de los habitantes de Alustante hacia otras tierras: a Valencia sobre todo, y a Barcelona, y a Madrid… pero con mejores carreteras y un pueblo bien cuidado la cosa se estabilizó hasta que hoy una nueva amenaza se cierne sobre el pueblo: nos lo contaba en estas páginas la semana pasada el profesor López: pueden cerrarse las escuelas de los pequeños lugares en nuestra provincia, y a Alustante, como a todos, eso le supondría un nuevo empujón hacia la despoblación.
Pero con el futuro incierto se alinea el pasado seguro. Desde un antiquísimo poblado celtbérico a ser población de ganaderos adinerados, de comerciantes y agricultores que basaron su vida en el diálogo productivo con la tierra en la que asientan. Esa es la historia de Alustante. El camino desde Valencia a Burgos, el que de Albarracín conduce a Molina, pasaba por la población, y eso le dió siempre vida, porque se llegaba o se partía de él con facilidad, hacia lugares de más alto tronío. Aquí había aduana (puerto seco de Castilla) y por aquí anduvo sin duda el Cid y su familia. Una historia que da para pocos titulares más, pero que fue en línea recta, hacia delante, hasta nuestros días, en que esperemos no se pare.
El patrimonio de Alustante
La nutrida representación del arte y de la vida tiene en Alustante muchas páginas escritas y muchos espacios en qué leerlas. El patrimonio no es aquello que heredamos de nuestros mayores (que también lo es) sino fundamentalmente aquello que legamos a nuestros sucesores. De ahí el respeto que debemos tener por él, porque no es nuestro, somos solamente sus administradores temporales.
Denso y hermoso es el patrimonio de Alustante. Si lo miramos desde el punto de vista estructural, el pueblo y sus edificios forman un conjunto armónico creado a lo largo de siglos, con muchos cambios pero también con muchos elementos que perviven de tiempos antiguos. Así sus casas grandes, entre las que destacan los llamados “palacios” de los Lahoz, de la tía Angela, de los Eusebietes y de los Magras, etc. Entre ellos, muchas casonas y caserones, levantados con la firmeza que les da la piedra rodena, sus dinteles tallados, algunos escudos, muchos símbolos cristianos, ganaderos, personales. Se está, además, recuperando poco a poco la antigua forma de hacer. El empeño del actual Ayuntamiento es ir recuperando un perfil propio, el que tuvo y no debió perder. Menos muros encalados y más firmeza sillar.
En el arte, hay cosas espléndidas. No uno sino varios artículos merecería la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, lugar donde a lo largo de los siglos se concentró, -con el dinero-, la exuberancia artística. Del templo hay que destacar, además de su solemne espacio, la torre y su escalera de caracol que es emblema (forma parte del escudo heráldico) del lugar. También el retablo mayor, que hace pocos años recibió una limpieza y restauración que le ha dejado brillante, espléndido: un conjunto de imágenes, arquitecturas alzadas y simbología que le convierten en espectacular muestrario del barroco inicial. Entre otras cosas, merece verse el grupo de La última Cena que aparece tallado en madera policromada dentro del sagrario. El exuberante conjunto está firmado, o registrado a nombre de sus autores, que fueron a comienzos del siglo XVII Teodosio Pérez, Juan de Pinilla y Pedro Castillejo.
En la iglesia destacan, hay que citarlos, los retablos de la Virgen de la Natividad y el del Cristo de las Lluvias, pero tampoco se quedan atrás las tallas de Cristo Nazareno con la Cruz a cuestas, y el Ecce Homo. Todas ellas tallas barrocas que junto a la de origen románico, Virgen de Cirujeda, forman un conjunto escultórico de primera magnitud. Si a eso le añadimos la impresionante cruz procesional, de plata sobredorada, que a mediados del siglo XVI construyó el artífice orfebre seguntino Gerónimo de Covarrubias, creo que el conjunto supone un verdadero museo que merece visitar alguna vez en la vida, de la mano de alguien que entienda.
Y es Diego Sanz Martínez, en este completo capítulo del patrimonio, quien demuestra ser quien lo entiende: además de la referencia a todas las ermitas del término (la de la Soledad, la de San Roque, la del Pilar, la de San Sebastián y la de Cirujeda) suma la descripción de sus molinos, entre ellos el de viento, recién restaurado, una curiosidad de tinte manchego en lo alto del Señorío molinés.
La Casa Lugar es otro de esos monumentos que merece la pena visitar. Antiguo caserón comunal, sirvió para todo: como tienda, lugar de juegos, de reuniones del concejo, de salón de baile, de escuela… hoy es sede del Ayuntamiento, y se ha restaurado meritoriamente, con el aire espléndido de los edificios comunales de tradición aragonesa. Por Alustante y sus alrededores surgen aún fuentes y abrevaderos, y en Motos los restos de un viejo castillo, el que levantara en la Edad Media su temido señor don Alvaro de Hita. Siempre en el horizonte, la querida ermita/santuario de Nuestra Señora del Tremedal, atalaya desde la que se divisa buena parte del Señorío molinés y las tierras de Albarracín, aquí hermanadas.
Y aún recoge Sanz ese otro patrimonio que es el ambiental, los campos y los montes, los ríos y los prados (las Eras, el Calvario, los Quemados y el Carrascal) en que discurrió durante siglos la vida de los alustantinos, más la referencia somera a sus fiestas y celebraciones… un manantial hondo de saberes, anécdotas y sorpresas.
El medio ambiente de Alustante
Polimorfo, extenso, con aire de jota y frescor de andares, el tercero y último capítulo de este libro sobre Alustante (su último paso para conocerlo en totalidad) es el que escribe el profesor López López. En él nos cuenta lo mucho que hay que saber de ecosistemas naturales, de pinares y dolinas, de sabinas rastreras y parques naturales como el del Alto Tajo, una parte del cual se encuentra en término de Alustante.
De tal repertorio de saberes, yo entresacaría el relativo a los personajes de Alustante, tantos y tan variados a lo largo de la historia (los engloba en otro subcapítulo que viene a ser “alustantinos por el mundo”), y allega el saber secular del lenguaje para darnos listados de apodos, de topónimos y de palabras originales del pueblo. Un trabajo largo, dedicado, meticuloso. Creo que no puede pedirse más y que este “Alustante paso a paso” que mañana se presentará en la localidad molinesa ha de servir de referencia para lo que un libro de información y saber local debe tener.
Alustante, paso a paso, un libro entero
El libro que mañana se presenta en Alustante forma parte, como número 84, de la colección “Tierra de Guadalajara” de la editorial alcarreña AACHE Ediciones. Tiene 248 páginas y numerosísimas fotografías, planos y cuadros, de tal manera que ya visualmente es un gozo contemplarle, pero además reúne en su interior la información que le aportan sus tres autores: Juan Carlos Esteban (la Historia), Diego Sanz Martínez (el Patrimonio) y Alejandro López López (el Medio Ambiente). El prólogo se lo pone don José Lisón Arcal. Se completa con la imprescindible bibliografía, listados de topónimos, referencias a personajes, a lugares de interés en la Naturaleza del municipio, excursiones por la zona, y, sobre todo, una información entrañable que recoge el ser y el estar de este pueblo de tan larga tradición y acusadas características del Señorío de Molina.
MI ALUSTANTE DE INFANCIA,SIEMPRE ANDADO ENTRE CARRERAS,POR LO DEMONIO QUE ERA,FUENTES DE AGUAS CRISTALINAS, MONTEES DONDE SE RESPIRABA EL AIRE PURO DE LAS CUMBRES,ERAS, DONDE SOLÍA SUBIR A LOS TRILLOS.MIENTRAS SE TRILLABA Y DE VEZ EN CUANDO, CANTABA UNA JOTICA,COMO MAÑO QUE SOY,MOLINO IMPERECEDERO,VALLES FRONDOSOS Y RICOS,Y QUE MAS VOY A DECIR.
PUES MI PADRE NACIÓ ALLÍ,EN UNA CASA EN EL CERRILLO.
(SIEMPRE UN TROCITO DE ALUSTANTE ESTÁ EN MI CORAZÓN)