El Centro Cervantino de El Toboso
Puede el viajero que se acerca a El Toboso asociar su previa evocación con muchas cosas: la blancura de sus casas, la eminente llanura donde asienta, el sol vigoroso de su horizonte, y la sin par figura de aquella aldeana imaginada en la mente prolífera del por Cervantes imaginado y manchego Don Quijote.
De todo ello tendrá cumplida satisfacción mientras en El Toboso permanezca. Porque el andar por sus calles le dará la dimensión segura de todos los grados de la blancura arquitectónica. La visión del pueblo en la distancia se fijará en el alma como típica ciudad del ensueño manchego. Y hasta la casa, que nació que ni pintada para ser albergue de castas doncellas, de Dulcinea traerá el recuerdo y la melancolía.
Pero después de andar los amplios espacios de la villa, admirar esa plaza ancha y lucida donde caballero y dama en sendas férreas esculturas se asoman, ver la gran iglesia parroquial de San Antonio Abad y, por supuesto, evocar a Dulcinea entre los enormes trastos de antiguos trajines vitivinícolas, deberá penetrar en otro de los lugares que El Toboso tiene reservados para la admiración y el pasmo de los viajeros: el «Centro Cervantino».
Junto al Ayuntamiento, frente a la iglesia, en un caserón enorme y tradicional que es utilizado como Casa de la Cultura, la planta baja se dedica a «Centro Cervantino» en el que hace de protagonista el libro más universal de los que en España han surgido. Allí está el «Museo de los Quijotes» que, refundado y puesto como hoy se ve, abrió sus puertas en 1983. Es este, ya, otro de los elementos que hacen a El Toboso meca perfecta de un viaje con ingredientes de sazonada cultura. Porque tras la fachada sobria y pétrea, bajo el metálico escudo heráldico del municipio en el que la corza escoltada del laurel y acolada de la cruz de Santiago parece desear la paz a quienes entran, se esconde un mundo mágico de libros, de estampas, de historias y curiosidades que entregan al visitante la seguridad de encontrarse en un sitio único en el mundo, en un verdadero santuario de la sabiduría y el regocijo.
Interior del Centro Cervantino
Por breves escaleras en escorzo se baja a la sala principal. En ella, la vieja mesa en que Cervantes bien pudo posar sus manos finas, y en ella tomar la pluma que apoyada en el tintero seco parece pedir todavía nuevas andanzas imaginativas. Un busto, pequeño, del inmortal autor nos sitúa perfectamente en este cálido mundo de los quijotes repetidos.
También en un ángulo se ofrece, grande y prolija, una maqueta de la iglesia parroquial de El Toboso, que hicieron en su día César Plaza y Felipe Guerrero, se supone que con toda la paciencia del mundo, porque no la falta detalle.
Pero eso no es lo importante de este «Centro Cervantino» que el viajero no está dispuesto (sería imperdonable) a pederse. Lo importante es que en él se exponen, por vitrinas, mesas y estanterías, una colección increíble y maravillosa de ediciones del primero y más notable de los libros escritos por Cervantes: las más peregrinas formas de «El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha» tienen aquí su cabida, y se dejan ver, con asombro que no acaba.
Un total aproximado de 300 ediciones forman actualmente el Museo. Algunas más están guardadas porque ya no caben en sus anaqueles oferentes. La idea surgió casi a comienzos del siglo xx, entre los ediles de El Toboso. Fue en 1927. Al Alcalde que entonces regía los destinos de la villa, don Jaime Martínez‑Pantoja Morales, se le ocurrió pedir a cada embajador destacado en España, una edición de El Quijote hecha en su respectivo país, con la firma del propio embajador, o, si posible fuera, del presidente o primer mandatario del mismo. Y la mayoría las mandaron. Así ocurre que se ven «quijotes» de mayor o menor envergadura, salidos de las más remotas y sorprendentes imprentas, traducidos en decenas de idiomas cercanos o remotísimos, con firmas conocidas y otras menos. Muchos de ellos tienen junto a sí la carta del embajador, del Rey correspondiente, del Presidente adecuado, en que dicen mandar el libro a El Toboso con toda la simpatía y cariño que la aventura de don Alonso y su pasión por Dulcinea les suscitan.
Además, ya puestos, los sucesivos alcaldes y concejales de El Toboso han ido atesorando ediciones raras, curiosas, singulares de la misma obra. Y entre todas, añadidas de fotografías de los dibujos más hermosos, de encuadernaciones sorprendentes y de alguna que otra fotocopia, se arraciman por las paredes de esta sala, que dejará, tras la media hora que como mucho lleva estarse viendo cosas nuevas, una honda y permanente huella en el visitante.
Ediciones raras del Quijote
Sería largo, y monótono, poner aquí la relación de las ediciones quijotiles que en el «Centro Cervantino» de El Toboso se albergan. Además, lo más emocionante es descubrirlas por sí mismo, asombrarse de que ‑¡Qué barbaridad, hasta en chino está «El Quijote»!‑ la cervantina epopeya está traducida a todos los idiomas imaginables, y contemplar dibujos, grabados y sombras de Doré por cualesquiera rincones.
Pero por dar alas a la imaginación y al deseo, no me resisto a mencionar algunas de las más curiosas cosas que en este lugar ultramundano se atesoran. Porque con su solo enunciado sirvan para que el lector, y ya seguro y futuro viajero hacia El Toboso, prometa no perderse este recinto de suave penumbra y olor a pastas de papel y a pergaminos.
De ediciones raras, pueden contarse, entre otras muchas, la que en 1912 hicieron en Irlanda en lengua celta, que parece una canción tan lenta y húmeda; o en islandés, más reciente, en 1981; o en esperanto, que se titulaba «Don Kihoto de la Manco» y que se leía, como puede suponerse, de corrido… la más moderna de estas quijotescas ediciones del Quijote esperantesco es de 1977, y también está aquí. Las hay en euskera, en gallego, en catalán, en todas las lenguas y dialectos hispánicos. Y de 1853 hay una preciosa, en letra gótica de enrevesados caracteres, hecha en Alemania, por supuesto.
Una de las más curiosas, ‑y que yo más quiero por haberla fraguado un paisano mío, un alcarreño de Horche, concretamente don Ignacio Calvo‑ es la que escribió, entre castigo y chanza, en latín macarrónico, titulándola «Historia Domini Quijoti Manchegui traducta in latinem macarrónicum» y constituyendo un ejercicio de rejuvenecimiento indudable su lectura, pues quien tal haga no parará de reir mientras le duren páginas. ¿O no es para partirse este primer párrafo, preámbulo de tan ancho manjar?: «In uno lugare manchego, pro cujus nómine non volo calentare cascos, vivebat facit paucum tempus, quidam fidalgus de his qui habent lanzam in astillerum, adarga antiquam, rocinum flacum et perrum galgum, qui currebat sicut ánima quae llevatur a diábolo…»
Pero además se añaden, por mencionar las que en caracteres no latinos se han producido, en hebreo, en ruso, en griego, en árabe, en chino, en japonés, y hasta en coreano. Esta última la mandó el correspondiente embajador, en 1978. Y del año siguiente es la que en árabe firmó el ya extinto Sha de Persia, poco antes de que Jomeini le expulsara de su trono.
En punto a firmas curiosas, está la del General Franco, que quiso colaborar a esta idea enviando un Quijote signado de su mano; y, por supuesto, la de José Bono, presidente que fue del gobierno de la Región de Castilla‑La Mancha en que asienta El Toboso y por la que Alonso Quijano paseó sus delgadeces y locuras.
Hay ediciones muy antiguas y valiosas. De la primera edición de Juan de la Cuesta en 1605, se conserva un facsímil. Y una reimpresión de la primera edición inglesa de 1620 por la Navarre Society traducida por Shelton. Es original el Quijote editado por Gabriel de la Sancha en 1798. Y aún pueden contabilizarse ediciones antiguas y valiosas como la de Bruselas de 1706, o la de Amberes de 1719.
Y hay otros quijotes en los que priman, por su vigor y hermosura, las ilustraciones. Las ediciones en que Gustavo Doré fundamentó, con su desbordante imaginación, su mejor hispanismo. O la que en 1969 se hizo con las geniales disposiciones de Gregorio Prieto, el pintor manchego que podría ser calificado de padre de todos los «ismos» de este siglo ísmico. O la que en 1929 apareció con los dibujos al manchego dedicados por Heinrich Heine. Precisamente la mejor de Doré fue la que en 1947, y con motivo del Cuarto Centenario de El Quijote, fraguó la Editorial Castilla, con el estudio de Astrana Marín y la ya mentada firma del General Franco. Por supuesto que está la que Salvador Dalí ilustró con su onírica trascendencia. Y la que, mas recientemente, Saura ha suscrito entre sombras y escorzos propios de su estilo.
Mi amiga Natividad Martínez Argumánez, que fue en su tiempo alcaldesa de El Toboso, tiene un quijote preferido entre todo este «mare magnum» de los mancheguismos: se trata del manuscrito (único, logicamente, en todo el mundo) que fabricaron en 1926 los reclusos del penal de Ocaña, y que en varios cuadernos pusieron, con bonita letra de plumilla, la historia entera del caballero de la triste figura, añadida de ilustraciones que ofrecen escorzos de todos los pelajes. Ella intentó, porque además es maestra, que los niños de El Toboso de hoy la hagan también, a mano, y con sus propios dibujos ¿A qué esperan? Sería la más bonita del museo.
Mientras se repasan recuerdos y se planean proyectos, el viajero ocupará un rato de su viaje a El Toboso en este breve y simpático «Centro Cervantino» que va a suponerle, estoy seguro, el más firme sedimento de sus recuerdos tobosinos.