Ruta de la ciudad de Molina de Aragón
Molina de Aragón es la capital de la comarca natural y territorio histórico del Señorío de Molina. Grabado en antiguos fueros y crónicas con una memoria de dos siglos enteros de independencia entre Castilla y Aragón, y productor de una serie de elementos (edificios, instituciones, personajes y costumbres) que le hacen único y misterioso a un tiempo.
Para conocer al completo el Señorío molinés, cosa que estamos haciendo desde hace algún tiempo, por medio de rutas que aparejan ríos, hermanan casonas, y buscan pueblos de un conjunto o sesma, hay que pararse un día entero, al menos, a visitar la capital, la ciudad de Molina. Mejor en estos días, además, porque va a celebrar como cada año sus grandes fiestas patronales.
La ciudad de Molina de Aragón asienta en la orilla derecha del río Gallo, sobre una llanada escueta que asciende lentamente hacia el cerro donde asienta el gran alcázar medieval que la corona e infunde personalidad con su silueta. Toda la ciudad conserva un recio carácter de antigüedad y sobria presencia, estando siempre animada con las gentes de todo el Señorío que acuden a diario a sus compras o asuntos. La «calle de las Tiendas» es estrecha y llena de sabor antiguo. La «Plaza Mayor» es un amplio recinto rodeado de palacios, casas de típico aspecto molinés, y el Ayuntamiento de antigua construcción. La zona más comercial son «los adarves» o calle paseo construida en la orilla del río y en el lugar donde antiguamente corría la muralla ciudadana. Son muy evocadoras las plazas de «Santa Clara» y «Tres Palacios», la calle de «las cuatro esquinas» y el «barrio de la judería». Quedan todavía muchas casas típicamente molinesas, algunas del Medievo, construidas en su fachada con sillar el piso bajo, y entramados de madera con revocos en los superiores, siendo muy característico su remate en galería abierta.
El acervo monumental de Molina de Aragón es todavía muy importante. El castillo de los condes de Lara es pieza fundamental del mismo, y por la ciudad aún pueden admirarse restos de la muralla, obra también del siglo XIII, y algunas torres, entre las que destaca la torre de Medina, de la misma época.
Del arte religioso, destaca la iglesia del convento de Santa Clara, que cuando la construyeron en el siglo XIII fue denominada de Santa María de Pero Gómez. Es una construcción de arte románico, rematada toda ella con robusto y bien tallado sillar de tono rojizo. Tiene planta de cruz latina, con un crucero de brazos muy cortos; ofrece una sola nave y concluye en ábside de planta semicircular tras un reducido presbiterio. La bóveda es de crucería, sencilla, algo apuntada, y sus arcos fajones van sostenidos por haces de tres semicolumnas adosadas, rematadas en capiteles con decoración de hojas de palma. En el ábside aparecen ventanas con arco de medio punto en los que como decoración aparecen puntas de diamante y columnillas laterales rematadas en foliados capiteles. La portada, a mediodía, muestra una influencia francesa en su traza: está encuadrada por dos columnillas gemelas a cada lado, sobre cuyos capiteles carga una cornisa que se sujeta por modillones, y entre ellos aparecen profundas metopas, todo ello bellamente decorado con temas vegetales y geométricos. El arco de entrada es semicircular y se forma de numerosas arquivoltas baquetonadas que descansan sobre columnillas rematadas en elegantes capiteles de tema vegetal.
La iglesia de San Martín, hoy claramente necesitada de un concienzuda restauración, fue levantada en la segunda mitad del siglo XII, y muestra todavía, en su muro norte, la puerta de acceso que consta de varios arcos apuntados, adornado el exterior con flores cuadrifolias, y con detalles consistentes en el Crismón o anagrama de Cristo sobre la arcada gotizante. De lo primitivamente románico solo quedan restos del ábside semicircular y una ventana moldurada en el muro meridional. Está al final de la calle de las Tiendas, y aunque se dijo en varias ocasiones que se iba a restaurar enseguida, ahí sigue muda y perdida, como un auténtico grano en medio de una tez pulcra.
La iglesia de Santa María del Conde, junto al Ayuntamiento en la Plaza Mayor, fue la más antigua e importante de Molina. En su parroquia o colación residía la alta nobleza del Señorío. Hoy muestra su arquitectura sobria, correspondiente a la reconstrucción total que de ella se hizo en el siglo XVII, con portada de líneas simples y torre poco expresiva. El interior, después de una restauración sistemática, y sobria, se dedica a las actividades culturales del municipio.
La iglesia de San Gil es la única parroquia que pervive activa. También en su origen fue románica, pero, a lo largo de los siglos, sufrió restauraciones, dejando de interesante un par de sobrias portadas manieristas del siglo XVI, una torre muy chata sin detalle artístico, y un interior de grandes proporciones, pero vacío de testimonios artísticos tras el grave incendio que sufriera en 1915, en el que perecieron altares y otras cosas de interés. Hoy preside su nave principal un extraordinario retablo renacentista, realizado en el siglo XVII por la escuela de Sigüenza, y que procede de la parroquia de El Atance, pueblo desaparecido bajo las aguas de un embalse, en las cercanías de la ciudad episcopal.
El antiguo convento de San Francisco se fundó, por doña Blanca de Molina, a finales del siglo XIII, y lo que en principio fue un templo de puras líneas góticas, sufrió posteriormente reformas que transformaron su interior en una amalgama de estilos y ornamentos. Un gran coro a los pies, y en la cabecera sendas capillas de la familia Malo y de la de Ruiz de Molina, en severo estilo renacentista. En la portada, y orientada al norte, se halla un ingreso del siglo XVIII muy sencillo y elegante, con puerta claveteada y emblema de la Orden franciscana bajo el frontón. A un costado de los pies del templo, surge la capilla de la Venerable Orden Tercera, obra del siglo XVIII, con portada barroca y ábside semicircular. De la misma época es la torre del templo, que hoy se conoce popularmente por el nombre del Giraldo, por tener de veleta una figura metálica que gira al impulso del viento.
La ermita de la Virgen de la Soledad, a la entrada de la ciudad, forma con su entorno una evocadora estampa del siglo XVII en que fue construida, lo mismo que la iglesia de San Pedro, en pleno centro, sin más interés que lo monumental de sus proporciones, o la iglesia de San Felipe, barroca, con una portada sencilla en la que luce gran relieve escultórico alusivo al patrono del templo, en cuyo interior merece admirarse la riqueza y abundancia de retablos barrocos, pinturas y esculturas del siglo XVIII.
La arquitectura civil es en Molina abundante y ofrece elementos dignos de ser admirados. De la época románica se conserva el puente sobre el río Gallo, con tres arcos y lomo pronunciado, construido con el típico sillar de arenisca rojiza. El edificio del Ayuntamiento es sencillo, obra del siglo XVI, con reformas y restauraciones posteriores. En su interior se conserva un pequeño museo y un archivo documental importante. Algunos palacios y casonas típicamente molineses pueden visitarse. Es la más interesante el palacio del virrey de Manila que construyó don Fernando de Valdés y Tamón, en el siglo XVIII. Da su fachada a la estrecha callejuela de Quiñones, y presenta una portalada barroca que derrocha cintas, frutas y moldurones retorcidos, con un cimero blasón de capitán. Pero lo más interesante son las ya medio borradas pinturas al fresco de la fachada, que sorteando balcones completaban un programa iconográfico complejo y literario; aún puede verse el cuadro central de este «museo al aire libre», en el que se representa la ciudad de Manila con una larga serie de árboles exóticos y monumentos extraños que en Molina, cuando lo pusieron, debió causar un asombro tamaño.
Otras casonas de este estilo son las del marqués de Villel en la calle de Cuatro Esquinas; la de los Arias en Capitán Arenas; la de los marqueses de Embid en la plaza Mayor, o la de los Garcés de Marcilla (hoy Casino) en los Adarves. Es también muy bella la casona de los Molina, a la que llaman «la subalterna», que ha estado destinada, por temporadas, a establecimiento hotelero. Y no pueden dejar de citarse, y aun de admirarse, los palacios de los Montesoro, también en la calle de Cuatro Esquinas, en cuyo edificio, con portada heráldica e interior magnífico, vivió su infancia la Beata María Jesús López de Rivas, llamada «el letradillo de Santa Teresa», o la casona de los Obispos, en el barrio de San Francisco, en la orilla izquierda del río, construida en el siglo XVIII por el «obispo albañil» don Juan Díaz de la Guerra, para poner en ella la sede de las finanzas episcopales seguntinas en el territorio molinés. En la periferia de la ciudad, en su extremo sur, destaca la bella casona del Esquileo, que construyó don Tristán Muñoz de Pamplona, en el siglo XVII, con destino a explotación ganadera. Como edificio notable del siglo XIX, el Instituto de Enseñanza Media, antiguo colegio de Escolapios; y un monumento, el que se encuentra a su puerta, dedicado al molinés Capitán Arenas, héroe de las guerras africanas, que talló el escultor Coullaut Valera.