Un paseo por Quer
Llegada la primavera, se impone salir a conocer la provincia. Aparte del centro, magnífico, de divulgación del Turismo Provincial que ha comenzado a preparar la Diputación Provincial en el castillo de Torija, y que estos días ha sido dado a conocer a cuantos han querido saborearlo de primera mano, están esas cien o mil rutas que pueden hacerse, sábado a sábado, domingo a domingo, por los caminos de nuestra tierra. Hoy propongo una ruta, breve y sabrosa, a mis lectores. Está aquí mismo, en la Campiña, desde Alovera o desde Azuqueca la llegada es fácil, instantánea casi. Y pueden quedar buenos sabores del paseo.
Llegando a Quer
Aunque ya en plena Campiña del Henares, y con una altitud media de 700 metros, aún aprovecha este pueblo el pequeño hueco que le procura un naciente arroyo, para recostar sus casas en la vaguada que forma el mismo. A Quer se llega desde Alovera: en rotonda que hay junto a la ermita de la Paz, surge la carretera local que en cinco minutos nos lleva a Quer. También se puede bajar desde la carretera N-320 una vez pasado Cabanillas, a la izquierda sale la carretera local que nos cruz por el polígono industrial y nos lleva directos al pueblo. En su origen fue lugar de buenos edificios hechos con mortero de piedras y cal, barro y adobe, y escasos entramados de madera; también se usó el ladrillo; la piedra, en cambio, en muy pequeña cantidad. Todavía quedan algunas casas como ejemplos notables de esta arquitectura popular campiñera, que ejecuta bellos edificios con tan escasos recursos materiales. En el momento actual, censo de 2007, Quer tiene 612 habitantes, aunque es el municipio con mayores perspectivas de crecimiento de toda el área, pues están surgiendo numerosas urbanizaciones y aún polígonos industriales en su entorno.
Su nombre es de origen ibérico, procede del vocablo karrio, que se traduce por piedra, o por camino pedregoso. Tendría parentesco la palabra con la de Alcarria, o la de alquería, significativas todas de lugares pedregosos.
La iglesia parroquial está dedicada a Nuestra Señora de la Blanca, ya existía en la Edad Media, muy pequeña, sin duda de estilo románico-mudéjar, hecha con poca piedra y mucho ladrillo, al estilo de otras de la zona y que aún en el cercano valle del Jarama perviven. La iglesia actual fue construida a finales del siglo XVI, y fue dirigida por Pedro Medinilla y Juan de Ballesteros, sucesivamente, dos de los arquitectos / maestros de obra más acreditados en el valle del Henares en aquella época. A ellos se debe toda la obra de cantería del interior, y el pórtico exterior. La cabecera del templo hubo que rehacerla por amenazar ruina, y es de finales del siglo XVII. Es de planta de cruz latina, y tiene tres naves separadas por columnas toscanas, de corta altura, debiendo de haber sido proyectada para ser iglesia columnaria, pero que no pudo llegar a concluirse de esa manera. La nave central se cubre de cúpula hemiesférica sobre pechinas y linterna en lo alto. A los pies aparece el coro elevado. Sobre el muro de occidente se levanta una airosa espadaña. Al exterior, toda de ladrillo y piedra caliza en sillar por las esquinas, destaca la portada, con relieves tallados representando a San Pedro y San Pablo, en las enjutas. Y finalmente la torre, que se alza sobre la cabecera del costado del evangelio, tiene por remate un airoso chapitel obra de Juan de Córdoba en 1728.
El pórtico que por el sur precede al templo es airoso y elegante, como los de la mayoría de las iglesias del Henares: presenta seis arcos semicirculares sobre columnas dóricas. En ese atrio, dicen los antiguos, era donde se celebraban las reuniones concejiles y donde los niños recibían sus enseñanzas de los maestros. Tras numerosas obras de reforma a lo largo de los siglos, las más recientes han sido la reconstrucción de la torre, que se hundió parcialmente en 1975, y el afianzamiento completo de las cubiertas de naves y atrio.
En el interior, destacan algunos retablos antiguos, y el altar mayor, con la talla del Cristo de las Misericordias, pero tras la Guerra Civil, en la que casi todo el patrimonio artístico religioso fue arrasado, han quedado muy pocas evidencias de su antiguo esplendor. Son destacables las lápidas talladas existentes en el suelo de la nave, que abrigan los restos de personajes de relieve del pueblo, en siglos pasados. Una es la que memoraba a María Pérez de la Cal, muerta en 1562, y que dice “aqui esta sepultada la honrada maria perez fundadora de una capellania en este lugar quer mujer que fue de miguel pz. fallescio el 7 de septiembre de 1562”. La otra es la del doctor Juan Fernández, que fue cura de Quer en los comedios del siglo XVIII, y que dice así en lo que se puede leer: “maestro joan fernandez cvra propio de quer y comisario del santo oficio fallescio año…” y siguen los fragmentos de una frase latina. En ambas lápidas aparecen tallados sus escudos personales, ya muy deteriorados.
Es un verdadero museo de heráldica la iglesia parroquial de Quer, pues hay nada menos que otros seis escudos, tallados y policromados, aparecen distribuidos por sus paredes. Así en el crucero aparecen dos escudos de mármol, del siglo XVI, situados a ambos lados del altar. Son pertenecientes al linaje de Arnedo. En 1713 un visitador eclesiástico reflejaba el hecho de que doña Beatriz de Arnedo, señora a la sazón de la villa, tenía “fijados los escudos de armas de su familia en la pared del cuerpo de la iglesia”, y añadía que se habían colocado también las armas de don José Arredondo, su yerno, porque su mujer Ana María Arnedo era titular del patronato de la capilla mayor, y que lo reprobaba. El caso es que todos esos escudos, muy bien tallados y policromados, siguen en este templo, hablando de la historia de siglos pasados.
La imagen del Cristo de las Misericordias de Quer es obra del siglo XVII. Fue encargada por don Martín Íñiguez de Arnedo, y fue tallada en madera de cedro, sin barnizar y a tamaño natural. Ofrece una expresión de hondo dolor dramático. Nos consta que el señor de la villa, caballero que era de la Orden de Santiago, la mandó tallar en Indias para el oratorio de su casa, pero tras adquirir el señorío de Quer decidió edificar una capilla en la iglesia parroquial para que en ella se enterraran los miembros de su familia, decidiendo ponerla en el altar de dicha capilla. No lo pudo hacer ni él, ni su hijo, ni sus primos, Juan Francisco de Arnedo y Juan Iñiguez de Arnedo, colegiales de Alcalá, que se hicieron cargo del patronato fundado por sus antecesores. Fue su descendiente María Beltrán quien, a finales del siglo XVII, consiguió inaugurar la capilla y poner en ella la talla del Cristo. Las gentes de Quer hablan y no acaban de las maravillas del Cristo, de los milagros que ha hecho, de las pestes que ha detenido, y de la devoción que le tienen. Una de esas epidemias, de peste bubónica, en el siglo XVIII en sus finales, la paró esta imagen. Durante la Guerra Civil española (1936-39) en que se masacró el patrimonio artístico religioso de muchos lugares de España, el Santo Cristo de Quer se salvó porque unos vecinos de la villa tuvieron la precaución de bajarla de su lugar y esconderla en una tumba vacía del cementerio. Ocurrió que pocos meses después murió la propietaria de la tumba, y al ir a enterrarla se descubrió que allí estaba guardado el Cristo, que fue sacado, y maltratado, aunque nadie se atrevió a quemarlo, resultando que tras la Guerra se llevó a restaurar, y hasta hoy, en el retablo mayor. Tuvo una buena colección de piezas de orfebrería antigua este templo, que también se perdió en la Guerra, salvándose una exquisita talla, en marfil, sobre colmillo de elefante, de la Virgen María. Es obra de tradición filipina, del siglo XVIII, y ponemos su imagen junto a estas líneas dada su rara belleza.
Las ermitas
Existe también en el término, muy cerca del caserío, una curiosa edificación, la ermita de la Magdalena, que erigió a comienzos del siglo XVII el fraile carmelita natural de Quer fray Diego de Jesús. Allí sitúa la tradición popular la aparición de la Virgen de la Blanca. Se trata de un curioso ejemplo de ermita excavada en el interior de un pronunciado terraplén, constituyendo una cueva dedicada al culto. A los lados de la puerta, de la que ya quitaron la reja, existen dos viejos olmos, y sobre ella se alzaba un pequeño campanil. Su interior tiene forma de cruz latina, teniendo bóveda en los brazos y una cupulilla central, de ladrillo, con un orificio en el centro para la entrada de luz. Quedan restos de altares y de pinturas sobre el yeso de las paredes. Hoy se encuentra en lamentable abandono. De otras ermitas que hubo en el término, solo queda el recuerdo de sus nombres: la Soledad, San Vicente, San Lorenzo, la Virgen del Rosario… A esta de la Magdalena invito a pasear a quien llegue de turismo a Quer, porque aún siendo algo mínimo, casi anecdótico, se le puede aparecer como en un escalofrío la presencia y el temblor de otros tiempos, de los que aún quedan estas sombras, estas memorias apenas intuídas.