Una Ruta del mudéjar en Guadalajara
El viaje por la provincia tiene un buen puñado de ofertas: la visual y la sentimental, la del pasado y la del presente, el paisaje y la historia. Y el arte. Porque a nada que se mire con cierto tino, uno encuentra la filigrana artística en cualquier pequeño, en el más ínfimo, o muchas veces y por muchos sitios en los más grandes.
De los diversos estilos que se han sucedido a lo largo de los siglos, el mudéjar es uno de los que mejor caracterizan a nuestra tierra, a esta que ahora se denomina Castilla-La Mancha pero que estuvo cohesionada desde el siglo XI bajo el apelativo geopolítico de “Reino de Toledo”.
Ahora pido a mis lectores que, como en otras ocasiones han hecho, le den una oportunidad a la imaginación, y la pongan a caminar por tierras, sierras y trochas de nuestra provincia: y que por todas ellas busquen los elementos de una de nuestras más genuinas y olvidadas raíces, las mudéjares, las que explican en callada retahíla algunas páginas de la historia común.
Algo de historia y muchas imágenes
Por no ser demasiado pesado en letras, creo que lo mejor es dar claridad a esta propuesta con lo que es razón fundamental de nuestro tiempo: con la imagen, con las siluetas que en este caso son de complicadas tracerías y asombrosos dibujos en volutas.
Casi cuatro siglos permanecieron los musulmanes controlando políticamente el territorio de nuestra actual provincia, al menos el más poblado, el de los entornos del río Henares: desde su nacimiento por Horna y Sigüenza, hasta su salida al Jarama más allá de Torrejón, los árabes, bereberes y gentes varias del Norte de África y el Oriente Próximo tuvieron el control de los caminos, de los alcázares y los portazgos. Desde los comienzos del siglo VIII hasta el fin del XI, la cultura islámica fue marcando (Marca la llamaron, por ser frontera con el cristiano Norte castellano) esta tierra, y dejando hondas huellas que aún pueden rastrearse.
Arte mudéjar en Guadalajara
De la Literatura, el Derecho, la Música o los Festejos, no quedan sino reflejos pálidos en nuestro vivir actual. El arte es el que mejor ha dejado su evidencia. El color pálido del yeso, de la piedra serrana tallada, o la pintura roja de los muros, todavía se asoman a nuestro camino. Lo mudéjar es la herencia, en tierra ya cristiana, de esa previa dominación o cultura islámica. Muchos moros quedaron a vivir pacíficamente entre el sustrato hispano-romano y visigodo previo, sin dramas especiales con los nuevos gobernantes. Y esos moros tuvieron el saber de muchas cosas. De la construcción sobre todo, de la decoración de edificios, de portadas, de ventanales y cornisas.
Por ello no se hace difícil encontrar sus huellas en múltiples espacios de la provincia de Guadalajara. Tanto en lugares estrictamente civiles, como los más puramente religiosos. Siete espacios nos pueden servir de parada, en una ruta idealizada que empezaría en Guadalajara y acabaría en Campisábalos, en los extremos septentrionales de nuestra tierra.
Los complicados dibujos de líneas y plantas (por algo se llaman arabescos a estas múltiples encrucijadas) reciben su herencia capital de la exquisitez islámica, de Granada, en cuyo palacio nazarita de la Alhambra toda la maravilla de la imaginación geometrizante es posible.
En Guadalajara encontramos un ejemplo primordial: el palacio de los duques del Infantado, construido en los años finales del siglo XV, recibió de las manos de muchos alarifes de origen moro sus más delicados adornos. En la imagen adjunta vemos remarcado el mocárabe que a todo lo largo de la fachada de este caserón mendocino sustenta el nivel más alto de balconadas y garitones. El genial espíritu de la levedad pétrea, de la ingravidez de la madera, tiene aquí su asiento.
Un lugar preciso y magnífico para iniciar una ruta del mudéjar que a continuación se irá hacia la Alcarria, y llegará hasta Brihuega. Subirá hasta el podio de su castillo de los obispos, cruzará el patio de honor, hoy cuajado de enterramientos, y penetrará en la capilla del arzobispo Jiménez de Rada (todavía hoy cerrada a las visitas turísticas). Allí, en sus paredes, y con pintura de oscuro tono rojo, encontrará el viajero los enrevesados y armónicos dibujos que artistas mudéjares al servicio de los toledanos prelados le pusieron a comienzos del siglo XIII. Lo más curioso de todo, un pez en tonos pardos, de gran belleza.
Más allá, en las orillas casi del Guadiela, en el hondo y recoleto valle de Córcoles, la severidad cisterciense de su templo monasterial alberga en los costados de su presbiterio unas credencias que ven tallados rosetones de hermosa parafernalia mudéjar. Escoltadas de cortas columnas y pequeños capiteles románicos de acanto petrificado, los complicados dibujos de geometría soñada dan noticia cierta de alarifes moros por aquellos contornos. Era el siglo XII, Edad Media castellana repleta de gentes pegadas a su tierra secular y querida.
Se sube a Sigüenza luego, y se encuentran en plena ciudad episcopal detalles de la mudejaría andante: en la catedral, sin ir más lejos, en el gran coro de tallada madera que adorna el centro de su principal nave, surge brillante -cardinas y filigranas- la teoría más sublima del mudéjar, del geometrismo aniconográfico por excelencia: ausencia de seres, inexistencia de vida. Parece como si las líneas, al curvarse, solo buscaran producir música. Y en el Museo Diocesano de Arte Antiguo, en un par de arcos que sirven de paso entre sus primeras salas, vemos los restos de sendas casas de las Travesañas, en las que constructores moros pusieron, para adornar los escudos de hidalgos severos, una complicada tracería sobre yeso de curvas, ángulos y mil sueños. No deben ser olvidados, aunque estén tan recónditos ahora. Y se acompañen, desde hace pocos años, de otro magnífico arco mudéjar rescatado en el interior de la Casa del Doncel, y que puede admirarse en ella.
El románico de Pela
Más hacia el norte, el viajero llegará hasta Albendiego, y en la orilla serena del Bornova, se acercará hasta la ermita de Santa Coloma, el ejemplo más excelso del románico rural en Guadalajara. En su ábside, tres ventanales centrales en los que la filigrana tallada del mudéjar pregona viejísimos laureles. Los rosetones múltiples que tienen como motivo central la cruz octopuntata de los sanjuanistas, muestran hasta qué punto el mudéjar adornó los templos medievales cristianos. Junto a estas líneas vemos también un ejemplo de tamaña floritura en la piedra.
Un último enclave, la final frontera que nos circuye: Campisábalos, en su capilla del caballero San Galindo tiene varios motivos mudéjares que mostrar: quizás sea la ventanilla (no más de treinta centímetros de diámetro) que da luz a su presbiterio, ofrece de nuevo la estrella de cruzados rayos que complica el espacio, parte la luz y se lleva la mirada a rebotar en todos los límites que forma.
Un viaje, éste del mudéjar por Guadalajara, que merece emprenderse cualquier día. Aunque ya lo hayas hecho otras veces, lector amigo, esta oferta no decae: es más, se levanta cada año porque el mudéjar guadalajareño está formado de pequeñas sorpresas, y en su esencia la búsqueda paciente puede aportar tantas ofertas que lo que hoy solamente es un artículo puede llegar a ser un día cortejo de sones y filigranas. Una oferta que solo busca darte el camino por donde ir, lejos y cerca a un mismo tiempo, para poder encontrarse en silencio con uno mismo, con su ancestral identidad.
Apunte
La Casa del Doncel en Sigüenza
Aunque siempre pregonada como esencia del gótico civil, la casa palacio que se construyeron los Vázquez de Arce en la plazuela de San Vicente, en la Travesaña Alta seguntina, que ha sido restaurada con amor y sabiduría estos pasados años, ofrece diversos elementos mudéjares que sorprenden al visitante. Uno de ellos es el arco que da paso entre dos amplias estancias. Otro es un ventanal diminuto de celosías caladas en piedra. Y otros son los variados artesonados que, hoy limpios y recuperados, nos muestran escudos heráldicos de hidalgos serranos mezclados a frases y cifras en castellano aljamiado.
La ruta del mudéjar en Guadalajara, que podría tener por basamenta los hilos que hoy ponemos aquí como camino, tendría uno de sus espacios más sustanciosos en la Casa del Doncel, en Sigüenza. Cuenta ya este monumento con un libro explicativo que lo refiere con detalle, y entre sus autores aparece Pedro Lavado Paradinas, uno de los máximos experto en este estilo, que se encarga del capítulo dedicado precisamente a los artesonados. Una parada obligada en el andar turístico de nuestra provincia.