Guadalajara: señas de identidad

viernes, 14 septiembre 2007 0 Por Herrera Casado

  

Gigantes y cabezudos de Guadalajara

 

Como en una danza giróvaga, la fiesta de Guadalajara desprende a quien la vive de contingencias diarias y preocupaciones vanas: suena la música, corren los toros, brincan los caballitos y la noria se hace rodal multicolor en el cielo alcarreño.  Mientras se suceden los actos y la vida se toma una pausa, no está mal que reposemos también del viaje semanal por la provincia, por los caminos de Guadalajara y vecindades, y nos dediquemos a pensar en lo que supone estar aquí, ser de aquí, vivir aquí con perspectivas de hacerlo mejor cada día. Un repaso a las señas de identidad arriacenses no parece tarea que sobre ahora. 

Un escudo heráldico 

 El símbolo primero de la ciudad es el escudo heráldico de la misma. Debieran tenerlo todos los pueblos y ciudades de España, como lo tienen, ya desde hace muchos años, todas las villas y ciudades de algunos paises europeos, especialmente la República Checa, Alemania, Gran Bretaña, Eslovaquia, etc. En algunos lugares, están cambiando el escudo heráldico por logotipos, lo cual supone confusión con marcas de otro tipo, y renuncia a una identidad de fondo histórico que es lo que el escudo proporciona. 

El de Guadalajara es complejo y elegante. Falso, porque se ha inventado modernamente, y falto aún de declaración y aprobación oficial. El escudo de la ciudad se forma de un campo verde sobre el que aparece un caballero medieval seguido de una numerosa tropa, y al fondo una ciudad amurallada de la que destacan edificios contundentes, torre y banderolas. Todo ello sumado de un cielo azul sembrado de estrellas de plata. Siempre se ha dicho que representa el momento de la conquista de la ciudad por Alvar Fáñez de Minaya, hecho legendario ubicable en el mes de junio de 1085. 

Pero la realidad es bien distinta. El escudo original de la ciudad, el que puede verse en sellos de cera pendientes de los documentos concejiles del siglo XIII, y luego en escudos tallados procedentes de iglesias, concejos y palacios, es más sencillo. Trátase de un caballero armado, cubierto de arneses metálicos, con espada en una mano y un pendón o banderola en la otra, sobre caballo, con un fondo de estrellas. Esta enseña es más lógica y genuina, pues procede del símbolo de la representatividad democrática del pueblo arriacense por antonomasia. El caballero de la imagen es el juez o primera autoridad elegida por los caballeros, hidalgos y pecheros. 

Este símbolo heráldico, que viene estudiado con más detenimiento en la variada bibliografía existente sobre el tema, debería ser adoptado como auténtico escudo de la ciudad. Siempre es buen momento para articular el correspondiente estudio y la propuesta al pleno del Ayuntamiento, para que si existe consenso suficiente, sea enviado a la aprobación de la Junta de Comunidades previo informe favorable de la Real Academia de la Historia.    

Alvar Fáñez de Minaya 

Todas las ciudades tienen su mitológico nacimiento de las artes de un dios pagano, de un héroe griego, de un ejército romano, o de un guerrero medieval que la sacó de ajenas manos. León fue fundada por una legión romana, y Tarazona nada menos que por Hércules. Así hasta el infinito. Guadalajara, para no ser menos, tiene en el héroe Alvar Fáñez de Minaya su iniciador más contundente. Primo y alférez del Cid Campeador, participó junto al rey Alfonso VI de Castilla en la campaña de acoso y conquista final del reino andalusí de Toledo. Luego tuvo mando en diversos alcázares de la tierra (leáse Zorita, Alcocer y algunos otros) y quedó en las leyendas de diversos pueblos, como Armuña, Horche e Hita como su mítico conquistador. 

Del guerrero y estratega (que entonces, en el siglo XI, era sinónimo de político, porque la política se hacía con  lanzas y catapultas) han quedado entre nosotros algunos recuerdos someros: el torreón de la primitiva muralla medieval, por donde se dice que entró a tomar posesión de la ciudad en la estrellada noche de San Juan de 1085; la calle de su nombre, que parte del referido torreón y llega al Mercado de Abastos, y el busto en bronce que modeló Sanguino y hoy vemos en el paseo de las Cruces. 

Es muy acertado el tratamiento, basado en imágenes, frases, recuerdos, del héroe castellano, en el espacio museificado de ese Torreón de Alvarfáñez, que durante siglos se llamó del Cristo de la Feria, por haber dedicado su espacio al culto de una talla de Jesús crucificado. Es una forma de entregar a las nuevas generaciones la memoria de un personaje, de su época, y de sus hechos. 

El Alcázar Real 

Ya inaugurado como espacio visitable, la pasada primavera, la ciudad adquiere otro lugar donde mirarse como en un espejo. Bien es verdad que queda mucho por hacer en ese edificio, que deparará sorpresas cada vez que se le meta la piqueta arqueológica y el cepillo de sacar a la luz los tesoros de su pasado. 

Los estudios concienzudos previos de Pedro Pradillo, y las tareas de excavación dirigidas por Julio Navarro han llevado a cambiar la visión de la que era lastimosa ruina del alcázar o “cuartel de globos” como aún los más viejos le llaman. El esfuerzo de estos últimos años ha supuesto entrever, como a través de una celosía, la estructura antigua de este edificio, y parece bastante claro que se trata de un magnífico palacio de construcción islámica adaptado sucesivamente a palacio real cristiano. La aparición de una alcoba (qubba o salón del trono) sobre la más antigua pared norteña; la perspectiva cierta de que en su centro existiera un patio con alberca, rodeado de finas columnas, y la perspectiva de haber tenido salones abiertos de recepción junto a las alhanías, nos hace pensar en recintos similares como los de Medina Azahara, en la califal Córdoba, o los de la Aljafería zaragozana. Todo ello hace brotar un nuevo espacio donde la ciudad adquirirá mejor conciencia de sí, más certeza de su ya conocida y contundente historia. 

Es una pena que el interesante espacio expositivo sea asaltado, cada vez que les viene en gana, por los pintamonas que siguen campando a sus anchas por toda la ciudad. Hace un par de semanas, aparecieron todos los carteles explicativos, que tantos esfuerzos han costado y tanto dinero han supuesto al contribuyente, tiznados con firmas surrealistas. La pasarela que permite recorrer y ver desde la altura las excavaciones y las perspectivas del antiguo alcázar, nos deja soñar y esperar que pronto llegue el día en que aquello desvele sus viejos misterios. 

El Museo de la ciudad 

Uno mi voz, -que más bien es eco-, a la de otros estudiosos y gentes de fiar, para pedir una vez más la creación de un Museo de la ciudad. Para que Guadalajara afiance el saber de sus esencias sobre la material perspectiva de unos planos, unos documentos, unas piezas y unas maquetas que nos digan cómo se ha ido haciendo, con los siglos, el viejo enclave ibero de junto al río, hasta cuajar en esta metrópoli que hoy alberga gentes de todas partes venidas. La historia es incesante, se hace cada día, y la ciudad ha tenido tantos nombres ya, tantas perspectivas cambiantes, tantos monumentos que fueron y desaparecieron, que bien merece concretar esos recuerdos y ponerlos con claridad ante los ojos de sus habitantes de hoy, ante los del mañana. 

En el programa electoral del PP, que le llevó al contundente triunfo en las pasadas elecciones municipales, estaba la creación de un Museo de la Ciudad. Es esa una tarea que lleva mucho tiempo, y que, dado que las legislaturas duran cuatro años, si no se empieza ya a trabajar en ello, probablemente en la próxima campaña habrá quien diga que no se ha hecho algo que estaba comprometido. 

Me limito a repetir las frases que en otras ocasiones he puesto en letra impresa para apoyar esta idea, que va siendo poco a poco compartida por otras voces: “La mayoría de las grandes ciudades españolas, disponen desde hace tiempo de un Museo de la Ciudad, una especie de grandioso “album de fotos” en el que se reúne todo cuando a lo largo de los siglos ha definido el ser de esa ciudad. Madrid dispone uno, fantásticamente montado, en la plaza de San Andrés: es el ”Museo de San Isidro”; y otro, el “Museo de la ciudad”, en el número 140 de la calle Príncipe de Vergara. Barcelona dispone de su “Museo de la Ciutat” en la plaza del Rey. Melilla tiene uno perfecto. Y Lerma, y Murcia, y Albarracín, y Valencia… Y así, hasta cien”. 

El lugar, también está bastante claro: un viejo monasterio, hoy vacío, como es el de San Francisco, donde se ha preparado una operación urbanística de altura. Entre las nuevas casas, el tráfico que se montará, y la algarabía de los colegios, ese Museo entre las arcadas mudéjares del claustro francisco sería un referente de paz y de memorias.  

“Cosas a poner en el Museo: Los privilegios rodados (o sus reproducciones fidedignas); los retratos y escudos de los Mendoza que marcaron una época y unos siglos; la memoria popular del Mangurrino, de Pepito Montes y los encierros de toros; las vivas y coloridas presencias de tantos gigantes y cabezudos que fueron llamados al retiro. Los escudos de armas tallados en piedra que se salvaron de derribos y destrucciones. Los planos de la ciudad, según los siglos. Y sus maquetas. Las canciones de los niños, las leyendas de los viejos, la visión completa de una historia y sus gentes. Eso y muchísimo más se puede poner en un Museo. Un lugar que aseguraría más visitantes, y en el que los niños sí tendrían cosas que aprender”. 

Apunte 

Las viejas Ferias 

La fiesta de Guadalajara, que hoy continúa a la celebración religiosa de la Virgen de la Antigua, patrona de la ciudad, tiene un origen antiguo, muy antiguo. Fue el rey Alfonso X el Sabio quien estableció que la villa guadalajareña celebrara sus días feriados en torno a San Lucas (mediados de octubre) y en ella las gentes de la comarca y de Castilla toda pudieran venir a comprar y vender, manufacturas y animales, alimentos y tejidos, sin pagar impuestos. 

Siglos después, y dado que San Lucas es –probado está- santo llovedor y friolero, se adelantaron las Ferias y Fiestas al entorno de San Miguel, porque este alado personaje asegura una semana de soles y de membrillos. Entonces (por los años 60 del pasado siglo) se inició la costumbre de las carrozas, y después, cuando un alcalde de apellido navarro creó tradición sacando los toros a correr por la Carrera (que lo había sido de caballos, no de toros…) se abrió nueva perspectiva a la ciudad que, finalmente, ha puesto la fiesta en el amable contexto del comedio septembrino.