Memoria de la Alcarria en Lerma

viernes, 11 agosto 2006 0 Por Herrera Casado

Paseando por las llanuras de Castilla, los viajeros llegan a la orilla del río Arlanza, y suben hasta el alcor donde asienta Lerma. Una encrucijada de caminos en todas las épocas históricas. Corazón de Castilla, cerca duerme el Conde Fernán González, su primer mandatario: en Covarrubias hemos visto también su morada pétrea, y en San Pedro de Arlanza el costillar reseco de su viejo monasterio derruido.

Pero a Lerma nos lleva, sobre todo, la intención de encontrar una memoria cierta de la Alcarria. En su plaza grande y ducal, junto al palacio del valido Gómez de Sandoval, hoy convertido en Parador Nacional, el más moderno de toda la serie, espléndido en su concepto y su recuperación, pegado a sus muros se alza el convento de San Blas, de monjas dominicas. Aquí llegó trasladado desde Cifuentes, y aquí le visitamos ahora, en su consistencia granítica cuajada de tallas, escudos y memorias de nuestra tierra.

Fachada del convento de Dominicas de San Blas, en Lerma, junto al palacio ducal.

Apunte de Lerma

Dominando el amplio valle del río Arlanza, Lerma es una villa de fundación prerromana, asiento primitivo de tribus celtibéricas. Tierra de paso, en ella asentaron diferentes culturas: romanos, suevos, visigodos, arabes…  Su repoblación castellana se inicia hacia el año 900, cuando la frontera se instala en el río Arlanza. A partir de ese momento se fortificó el lugar, poniendo castillo y fuertes murallas, de las que hoy quedan fragmentos y el “Arco de la Cárcel”, puerta principal de la antigua villa medieval.
Propiedad en señorío de los Lara, pasó después a ser de patrimonio regio hasta 1414, en que Fernando de Antequera hizo donación de la villa y sus propiedades con todos sus términos a Diego Gómez de Sandoval y Rojas por su apoyo a la corona en la batalla de Antequera. En esta familia siguió, heredando el señorío en 1574 don Francisco Gómez de Sandoval y Rojas titular del mayorazgo de la Casa, como cuarto Conde de Lerma y quinto Marqués de Denia. Obtuvo del Rey el título de Duque [de Lerma] y puso en la villa la cabecera de sus estados. El traslado de la corte española a Valladolid en 1601 fue el incentivo para que el duque tomara la decisión de crear una corte propia en su villa.

La importancia de Sandoval y Rojas en la historia de la España imperial surge de haber sabido colocarse como valido, primer ministro y alter ego del rey Felipe III. Durante 20 años se mantuvo este individuo como privado del rey, y en esa época, entre 1600 y 1617, erigió sobre Lerma uno de los conjuntos histórico-artísticos mejor conservados de España, una auténtica “ciudad ducal” en el más sobrio y elegante “estilo herreriano”. Los mejores arquitectos reales de la época, como Francisco de Mora, Juan Gómez de Mora, o Fray Alberto de la Madre de Dios, dirigieron las obras de sus grandes edificios. Lerma se convirtió en Corte de Recreo, adonde acudían personajes relevantes y artistas (Góngora, Lope de Vega…), y se celebraban fiestas y banquetes en honor de los reyes de España. En Lerma nació el séptimo hijo de Felipe III, la Infanta Margarita, que fue bautizada con pompa y solemnidad en el Convento de las Clarisas.

Memoria del convento dominico

La fundación del Convento de San Blas, para monjas de la Orden de Santo Domingo, se realiza en el paraje de “El Tovar”, en un altozano entre Cifuentes y Gárgoles de Arriba. Lo funda el infante don Juan Manuel, señor del territorio, y en 1344 se pone la primera piedra y se bendice. Desde entonces, lleva una vida activa hasta 1611 en que por petición de las monjas y favor del primer ministro de Felipe  III, se traslada la comunidad a Lerma. Allí está haciendo el valido del rey una gran “ciudad ducal”, un centro de poder alternativo, con palacio, conventos, instituciones, etc.

No hemos encontrado razón clara del por qué Sandoval y Rojas, el todopoderoso “duque de Lerma”, para engrandecer con fundaciones religiosas su ciudad, se fija en las dominicas de la Alcarria. El caso es que ellas, encantadas de tan maravilloso “ascenso”, aceptan el traslado. Los primeros años vivieron “en unas casas propiedad del duque”, empezando las obras de su convento en 1613.

Las monjas concedieron al duque de Lerma el «señorío y patronazgo» de su monasterio, para incorporarlo a su «casa y estado» y que pudiera ser heredado por sus descendientes; el privilegio de nombrar y presentar doce monjas «de velo y coro» sin dote alguna; la dedicación de una misa mayor cantada, de la salve «que cada día se dice después de completas» y de otras fiestas. También se obligaron las monjas a celebrar «honrras» por el duque, «después de sabida su muerte”, y un solemne aniversario perpetuo con vigilia, misa cantada y sermón. El documento de acuerdo y patronato es tan pomposo y solemne, que, como dice Américo de Castro, pertenece a la «inconmovible bóveda  del sistema social eclesiástico‑regio‑señorial‑cris­tiano‑viejo» que dominaba en aquella época en Castilla.

Es el gran estudioso, historiador y arquitecto Luis Cervera Vera, por tantos motivos querido y admirado en la Alcarria por sus estudios mendocinos y arquitectónicos, quien publica un libro, hace ahora 40 años, sobre la historia y descripción de este convento castellano. Él es quien nos informa de que el proyecto inicial fue realizado por Francisco de Mora, en el mismo momento de que el duque planifique su fundación. Pero la muerte de Mora en 1610 deja su trabajo apenas en un esbozo, continuando los maestros de obra la erección del palacio ducal, ese sí planificado y dirigido por el arquitecto real desde años antes.

Tras la muerte de Francisco de Mora, el duque de Lerma hizo intervenir en algunas de las obras, previamente trazadas por su arquitecto, al carmelita fray Alberto de la Madre de Dios, cántabro que marcó un estilo propio en la arquitectura religiosa del siglo XVI, y que finalmente acogido en la Alcarria murió en su convento de Pastrana.  Fue sin duda este fraile arquitecto quien diseñó las trazas definitivas de San Blas.

Desconocemos el número de trazas que ejecutó fray Alberto y cuándo fueron terminadas. Pero las primeras trazas y monteas «con las declaraciones y apuntamientos a las espaldas dellas» fueron entregadas por fray Alberto de la Madre de Dios, y «firmadas de su nombre», en el mes de abril del año 1613.

Es por ello que este convento que hemos visitado, tiene por dos motivos una razón alcarreña: por su origen institucional, y por su constructor.

El convento que vemos

Acostado sobre los muros de poniente del palacio ducal, el monasterio dominico de San Blas ofrece una imagen espléndida, sobre todo al caer la tarde, iluminado en su frente y fachada por el sol rojizo.

Primitivamente estuvo unido al costado occidental del palacio, donde estaban las Cocinas de Boca y Estado. Dejando un gran arco a nivel de suelo, para que pasara el camino que llevaba a Soria, por un pasadizo alto los duques podían ir al convento, y recalar primero en el “Cuarto del Duque”, desde donde podían oir misa.

La fachada del convento es un prodigio de elegancia arquitectónica, de formas y medidas equilibradas, de adornos sucintos, justos y limpios. Tiene cuatro cuerpos superpuestos. La puerta, muy amplia, da paso a un zaguán y está entre dos huecos adintelados. Encima va un hornacina que acoge una talla barroquizante del santo patrón de las enfermedades de la garganta. Sobre ella, un ventanal central escoltado por dos emblemas heráldicos finamente tallados en piedra, y enmarcados en una orla circular, con corona ducal, y las armas de Sandoval y Rojas a la derecha, y de La Cerda a la izquierda. El cuarto cuerpo ofrece tres anchos ventanales con celosías, para que desde ellos las monjas pudieran ver todo lo que acontecía en la plaza de palacio, sin que pudieran verlas a ellas. Y rematando el conjunto de esta fachada un frontón triangular con óculo en el centro, y remate de cruz de piedra. La espadaña va lateral, como las solía poner fray Alberto en sus obras carmelitanas, entre ellas de las “Carmelitas de Abajo” de Guadalajara.

El interior de la iglesia es muy espacioso, constando de una sola nave y crucero con cúpula y linterna. El retablo de fue hecho por Juan Gómez de Mora con quince buenas tablas, rodeando al santo titular y dos tallas de la Virgen y San Roque. El órgano es de 1614. El interior del convento, sobrio y de humanas dimensiones, sin llegar a la grandiosidad arquitectónica, tiene dos amplios claustros en torno a los que se desarrolla la vida de la comunidad.

Apunte

Escudos en piedra

Lerma tiene una obsesiva imagen clavada en las frentes de sus edificios todos: el escudo de su señor y gran duque, don Francisco Gómez de Sandoval y Rojas. Lo vemos tallado en la fachada de su palacio, en la frente de la colegiata de San Pedro, en los altos muros de los conventos de Dominicas, Carmelitas, Dominicos y Clarisas. Del lado derecho, las armas de Sandoval, una banda de sable en campo de oro. Del izquierdo, las de Rojas, cinco estrellas de azur bien dispuestas en campo de oro. Por bordura, los veros de los Velasco, y al timbre, la corona ducal. En la mayor parte de los casos, como este escudo que vemos junto a estas líneas, que adorna la fachada del convento de San Blas de Lerma, el emblema va engastado en una lauda circular, símbolo del honor renacentista.