València y su oferta románica y medieval
València es la tierra de las flores, de la luz y del color. Eso dice el cantar y eso es lo que hemos podido comprobar, una vez más, durante los días que ha durado el “IX Seminario de Fotografía Turística” que bajo el patrocinio de la Consellería de Turismo del gobierno autónomo y la colaboración del Hotel Sidi Saler, se ha celebrado en València los días 6 a 8 de este mes. Un Seminario en el que bajo la presidencia de Miguel Angel García Brera, y con la organización de Joan Portolés, se han dado cita los más señalados fotógrafos españoles de temas turísticos, revistas de viajes, etc y en el que la estrella ha sido la polémica en torno al uso de la tecnología digital en la toma y el uso de las imágenes.
València tiene mil recursos extraordinarios para poder hacer fotografías turísticas. Más de trescientas he podido hacer estos días, en lugares tan emblemáticos y ya universales como la “Lonja de los Mercaderes” (Monumento Patrimonio de la Humanidad), el atardecer en la Albufera valenciana, o los mil entresijos de la Ciudad de las Artes y de las Ciencias del arquitecto Calatrava. La ciudad ya es en sí misma un retablo de formas y colores. En el mercado central, edificio modernista de los inicios del siglo XX, se condensa las imágenes coloristas y vívidas de las frutas, los pescados y las curiosidades. En el Museo Nacional de Cerámica del palacio del marqués de Dosaguas, los brillos dorados de las antiguas cacharrerías de Manises y Paterna. En la Plaza Redonda, la policromía de los hilos, las sedas y las imágenes mínimas de la Patrona. Y en las plazas y calles el contraste perenne de las palmeras y las curvas abigarradas de los balcones de art nouveau. València es, sin exagerar, un festín para la vista.
El románico valenciano
Pero vamos a lo nuestro. Parece (lo hemos dicho muchas veces) que el arte románico es la mejor expresión de una época, de una tierra, de una vivencia antigua que en Castilla se condensa en sus viejos templos, en las portadas de las iglesias, en los capiteles de sus atrios. El románico es, también, el arte más genuino de nuestra provincia de Guadalajara. Y siempre se dijo que era este el románico más meridional: el de la Alcarria, el del valle del Henares bajo. No es así, muchos lo saben. Hay magníficos edificios de arte románico en las orillas del Jarama en Madrid, en tierras casi manchegas de Cuenca, en Ciudad Real y aún en la andaluza Baeza.
Pues para añadir variedad al gusto, hemos encontrado (y nos ha admirado su belleza, su perfecta conservación, su interés iconográfico) una gran portada románica en la Catedral de València, la llamada “Puerta del Palau”, que se abre en el costado meridional del grande y polimorfo templo cristiano. Presidiendo en su extremo norte la Plaza de la Reina, se alza la catedral valenciana, que es sobre todo conocida por tres elementos: su torre, gótica, a la que llaman del Miguelete o Micalet (emblema de la ciudad); su Santo Grial, joya de las reliquias, que dicen usó Jesucristo para consagrar el vino en la Última Cena; y su Puerta de los Apóstoles, de pulcra estética gótica, donde cada jueves se reúne (ellos revestidos de largas blusas negras) el Tribunal de las Aguas de la huerta valenciana.
La Portada del Palau es un elemento plenamente románico, construido al tiempo en que se inició al levantar la catedral o iglesia mayor de la ciudad. Sabido es que la ciudad levantina, bien defendida en medio de la Huerta, en las orillas del río Turia, y aun alejada del mar, fue conquistada fugazmente por el Cid Campeador (1094-1101) pero fue luego retomada por los árabes, y sólo conquistada por el rey aragonés Jaime I en 1238. Como siempre se hacía, la mezquita mayor de los musulmanes fue transformada en templo cristiano dedicado a la Virgen. Quizás se aprovechó el alminar para levantar sobre él el Micalet. Y quizás el mihrab para por él abrir la inicial portada al templo: que sería esta puerta del Palau, construida hacia 1270 por un tal Arnau Vidal.
Muchos estudios ha concitado, muchas opiniones vertidas, muchas miradas acumuladas. Porque esta portada románica del Palau de València es un elemento poco conocido, pero superinteresante, de la arquitectura y esculturas románicas. Mientras que Sanchis Rivera la atribuye a Arnau Vidal, Elías Tormo la emparenta con la gran portada abocinada de Rueda, y Pérez Sánchez con las portadas catedralicias de Lérida y Tarragona. Se ha afirmado que es más protogótica que tardorrománica, pero en cualquier caso, para el no demasiado experto, lo que sí queda claro es que se trata de un elemento claramente románico con un dinamismo medieval incuestionable. Seis elegantes arquivoltas de medio punto se abocinan y se decoran con motivos geométricos y vegetales, en un aire mudejarizante. En la más interna aparecen tallados perfectos ejemplares de querubines de grandes alas bajo estructuras de aspecto casalicio.
Esas grandes arquivoltas, majestuosas, cargan sobre 6 pares de columnas que se apoyan en las jambas, rematadas cada una en capiteles de ábacos cuadrados. Esos capiteles ofrecen perfectas tallas de escenas bíblicas. En el lado izquierdo aparecen escenas del Génesis (La Paloma que sobrevuela el caos, la Creación del Universo, la Creación de Eva, la Tentación de Adán…) y en la zona de la derecha imágenes tomadas de los textos del Éxodo (El Sacrificio de Isaac, Abraham visitado por tres ángeles, Moisés ante la zarza ardiendo, y Moisés recibiendo las Tablas de la Ley). El conjunto de la puerta, al ser muy abocinado, precisó de la construcción de un cuerpo que emerge del muro del templo, todo ello perfectamente restaurado hoy en día.
Aún se sorprenderá el viajero al admirar toda la cenefa de canecillos que corren bajo el tejadillo de ese cuerpo saliente. Según la leyenda se representa allí los rostros de los siete hombres y las siete mujeres (siete matrimonios o parejas) que vinieron desde Lérida para traer a València a las 700 doncellas que se necesitaban como esposas para los repobladores de la ciudad levantina. Cierto o no, esta leyenda aclara aún más el entrevisto origen estilístico de la portada del Palau, que se adivina directa heredera de las portadas románicas de la Seo de Lérida.
Y para terminar, una vez más insistir en la sorpresa que València supone para cualquier viajero: hoy es la ciudad más dinámica, en crecimiento, en alegría y luz de toda España. Ya tiene Metro, aeropuerto, unas fiestas inigualables, mar y playas por todos lados, la horchata y los pasteles, la paella y la fideuá, una Universidad moderna y prestigiosa, Museos (el de Benlliure, el de Sorolla, el de Cerámica, el San Pío de pintura…) exquisitos, vida cultural que se sale, y esa maravilla de las maravillas que es la Ciudad de las Artes y las Ciencias, con un Oceanográfico (puntero en Europa) que se inaugura mañana sábado). Una ciudad como para no perdérsela.