Cita en Pastrana con el Turismo de Futuro
En la semana próxima abrirá sus puertas un año más TUROJAR 2000, la Feria del Turismo Rural, el Ocio y la Jardinería. Una oportunidad para mirar todas las novedades que se van produciendo, de cara a hacer más fácil y asequible el disfrute del mundo interior en nuestra tierra de Guadalajara. Para mirar de qué manera unos y otras se las ingenian para dar valor a esta provincia que, de unos años a esta parte, se ha ido quedando vacía, y sin embargo ha ido ganando en riqueza ecológica, ofertando grandes espacios silenciosos, paradisíacos o que nos devuelven la serenidad, la confianza de estar en contacto total con la Naturaleza.
Desde el jueves (santo) 20 de abril, hasta el domingo (de resurrección) 23, Pastrana va a ser de nuevo la sede de una importante y cada año más entretenida Feria de Turismo Rural. Una especie de FITUR a la alcarreña, en la que comarcas agrupadas, establecimientos de hostelería, empresas de deportes al aire libre, editoriales de libros de turismo y guías, grupos fabricantes de elementos para las «segundas viviendas» en el pueblo, y ofertantes de comidas y bebidas de la tierra, se darán cita en la nave del templo de San Francisco, y en el hermoso claustro mudéjar del mismo. Seguro que habrá regalos y oportunidades para los visitantes. Y, en todo caso, la posibilidad de tomar nota, de mirar, de saber lo que hay por el mundo que se abre, con la mano tendida, para ser visto y vivido.
Pastrana y su entorno alcarreño
En este fin de siglo, los pueblos de la Alcarria comienzan a darse cuenta de que lo realmente importante es lo que hace poco señalaba Francis Fukuyama como clave del desarrollo de un país, o de un grupo humano cualquiera: lo importante es mantener una dosis suficientemente alta de mirada hacia el futuro, y que esta sea, en cualquier caso, mayor de lo que cada país o grupo tenga de capacidad de mirada hacia el pasado. No es bueno radicalizarse en una de las dos posturas. Porque si parece que lo ideal es abrirse al tiempo por venir, y morar en la esperanza solamente, no deja de ser un error que luego se lamenta. Porque los pueblos que olvidan su historia, o la desconocen, están condenados a repetirla. El equilibrio es siempre lo ideal, como la virtud, que está en el término medio. Yo creo que lo mejor anda en un porcentaje de más/menos el 60% al futuro, y el resto al pasado. El latido de cada instante se debate entre las dos anteriores posibilidades. La vida es un «venir de» y un «ir a».
En la Alcarria, que fue tierra muy volcada siempre al pasado, en la que los retratos de los abuelos aparecían presidiendo el comedor, y el cementerio recibía honores de gran salón social, se está empezando a cambiar. En la Alcarria, hasta las Centrales Nucleares (con todo el riesgo que día a día siguen manteniendo sobre nuestras cabezas) son ya cosa del pasado. Hay que buscar alternativas mejores, y distintas. ¿Cuales? Sin duda el Turismo Rural es una de ellas. Bien hecho, con cabeza, con corazón, con ganas, con profesionalidad. Cortando de raíz la picaresca que al amparo de las subvenciones y los amiguismos se han podido generar en un principio. Dejando que sea la iniciativa privada, con lo que de riesgo y de heroísmo conlleva, la que marque el camino.
La Alcarria es una comarca «a la que a la gente ya le va dando la gana ir» según decía el Premio Nobel Cela al comienzo de su segundo Viaje a la Alcarria. Nadie podrá negarle a Cela el gran mérito de haber «vendido» la imagen de una Alcarria pobre y atrasada. De una Alcarria anclada en el pasado. Porque eso sigue atrayendo a mucho público, y además servirá para que quien venga se lleve la sorpresa de que ese mundo de atraso y pobreza ya no existe. La solemne lontananza parda de los carrascales, y el azul grisáceo de los montes de Altomira, son el marco ideal de un mundo que se mueve, de un mundo que tiene fe en el futuro, pero que no olvida, en ningún momento, su rico pasado. Del que hasta vive.
Historia y Patrimonio
Pastrana es el mejor ejemplo de esa doble vía del desarrollo. El anclaje en la historia, en las memorias de antiguas damas turbulentas (la de Éboli) de santas con agallas (de Teresa de Jesús) de faranduleros y ricos-hombres, de moriscos y frailes herejes, sirve para dar un barniz de elegancia e intriga a sus calles. Por aquí pasaron… puede decirse de la calle de la Palma, y recordar los nombres de Ruy Gómez el portugués, o de Juan Bautista Maino el italiano. Estos fueron… y señalar con el dedo los derrumbados muros de un jardín morisco, de un convento de frailes mínimos, de un batán donde se entregaba poderío a la lana.
Podría aquí poner el listado de personajes y de monumentos que hacen grande y hermosa a Pastrana. Lo podría incluso copiar de un libro que sobre ello he escrito. Ya lo hacen otros, y además sin citarme. No: prefiero entregarme al sano e inquietante temblor de pasear por las cuestas pastraneras, darle la vuelta entera a los muros altísimos de la Colegiata, bajar hasta la fuente de San Avero, a ver si aún es capaz de pasar una mula, o un borrico, camino de las huertas. Pisar con energía ante las cruces de los mayos, subir hasta el Albaicín, a contemplar el caserón donde Fernández de Moratín se retiraba en los cálidos veranos de Castilla, a escribir tras pensar, a pensar tras vivir. Y oler la ceniza que se esparce al cielo en el atardecer de otoño sobre los tejados viejos, recomponiendo la añoranza de los niños cantores del colegio de San Buenaventura, los paseos que por el plazal vacío dieran Alonso de Covarrubias, Pedro de Medina y Nicolás Adonza, calculando el efecto que debería dar la fachada del nuevo palacio que les mandaba construir doña Ana de la Cerda, la primera señora del lugar, a la que el concejo y hombres buenos miraron siempre con odio y con respeto. Y aún imaginar las noches del verano, ya casi cantando el alba sobre el valle del Arlés por Valdeconcha, cuando regresaban satisfechos y felices los mozos por haber catado la pimienta de las mujeres de seguida que se albergaban para su gozo en la casa de mancebía que puso el ayuntamiento de costa de sus propios (en el siglo XVI, claro).
Carlos Iznaola, ese gran maestro acuarelista que tiene estos días exposición abierta en la Sala de Arte de la Caja de Guadalajara, ha sabido captar como nadie el aire, la atmósfera, la sonora quietud de Pastrana. La exacta verticalidad de sus muros, la suavidad gris de sus perfiles.
En Pastrana, el viajero, disfrutará si tiene sensibilidad. Si no la tiene, también podrá disfrutar, comiendo y regando las entretelas del estómago. Pero a quien le mueve gracia el sonar de una campana, el mirar desde un plazal escurialense la levedad del aire sobre los huertos, y tiene garra para imaginar un Corpus de alegrías y pífanos entre el color arrebatado de una calle mayor tapizada de paños de Flandes, Pastrana le entusiasmará hasta la lágrima. Solo tendrá una cosa que hacer, quizás al final de todo: Subir de nuevo hasta el atrio abierto de la Colegiata, ponerse ante la cruz de piedra que se deja arrullar por la hiedra que trepa el muro, y leer la placa que recuerda a José Antonio Ochaíta, el poeta que murió recitando, y más que morir resucitó en la palabra. No debo seguir, porque los más de mis lectores ya han cerrado el nueva alcarria, y se están subiendo en el coche para irse a Pastrana. A descubrirla otra vez, porque nunca se acaba.