Huella romana en la Alcarria: el puente de Murel
Huellas romanas por la Alcarria. Cuando uno se pasea, aunque sea cuatro horas y auténticamente a «matacaballo» por la ciudad de Roma, queda impresionado de la grandiosidad que hubo de tener la ciudad de los Emperadores, la capital del conocido mundo durante varios siglos. Ese Coliseo junto al arco de Tito, ese «Ara Pacis» refulgente, esas columnas del Foro, ese grito de guerra y triunfo que es la columna de Trajano… y entonces piensa que no es raro que aquellos hombres, todopoderosos, alcanzaran tan lejanos objetivos como el interior de la Península Ibérica, una región de salvajes a comienzos de nuestra Era. ¿Para qué llegar hasta aquí, para qué desarrollar obras de tal contundencia como el acueducto de Segovia o el puente de Alcántara? ¿Para qué, incluso, en lugar tan escondido y remoto como el río Tajo cuando pasa por Carrascosa y Morillejo, poner un puente de monumentales dimensiones? Pues para hacer llegar las legiones hasta el límite del mundo conocido, y traer de lejanas tierras botines y riquezas que permitieran a Roma seguir siendo la más grande, la favorita de los dioses, el asiento de los Emperadores.
El puente de Murel
En un lugar de difícil acceso, entre Morillejo y Trillo, cruzó durante siglos el Tajo un gran puente que levantaron los romanos, que dirigieron sus arquitectos y labraron sus piedras y las colocaron los hombres de la tierra. Pocos lo saben, y así ha ocurrido que en casi ningún libro se le menciona. Incluso la conocida obra de Juan Manuel Abascal, ya clásica por otra parte, sobre las Calzadas y Vías Romanas por Guadalajara, no lo cita. Ello llevó a un benemérito y entusiasta hijo de Carrascosa, a don Francisco García Escribano, a iniciar una auténtica campaña de divulgación de la existencia de esta obra monumental, a través de artículos en este mismo periódico, en revistas y en un libro espléndido, la «Historia de Carrascosa de Tajo» que lo ofrece completo con sus planos, fotografías, etc.
La posibilidad de que muy pronto una minicentral eléctrica se construya sobre el río, de tal modo que pueda alterar un tanto el entorno de las ruinas venerables del Puente romano de Murel, es lo que ha hecho a García Escribano insistir en su campaña. Y como parte de ella me brindo gustoso a dar a conocer en este rincón provincianista esta curiosidad arqueológica, y pedir respeto para su entorno, en cualquier caso una maravilla natural dentro del futuro «Parque Natural del Alto Tajo».
Lo que dicen los arqueólogos
No hace mucho publicaba un libro de gran interés el profesor de Historia Antigua de la Universidad de Alcalá, don Jesús Valiente Malla. En su «Guía de la Arqueología en Guadalajara» que así se llama la obra, aparece descrito y con mapas, dibujos y fotografías ilustrado el puente de Murel. Como oferta para cuantos quieran conocer esta joya, aquí van resumidas sus consideraciones en torno al monumento: «El puente romano de Murel unía las dos orillas del Tajo hasta que fue destruido, como otros de la comarca, durante la francesada. Sus restos aparecen ahora en las dos orillas y en el cauce del río, que en este punto marca la divisoria entre los términos de Carrascosa de Tajo y Morillejo».
La visita al lugar donde están las ruinas de este puente debe hacerse yendo primeramente a Cifuentes por la carretera N-204, que parte de la N-II en Almadrones, y desde allí tomar la carretera de Canredondo, que a su vez se deja en su punto kilométrico 13,400 en dirección a Carrascosa de Tajo, desde donde hay que seguir un camino paralelo al curso del Arroyo Palomero hasta la margen derecha del Tajo. A la orilla opuesta se accede desde la misma N-204 por la carretera a Trillo, Azañón y Morillejo; un kilómetro antes de llegar a esta última localidad, se toma un sendero hacia el Tajo que lleva al mismo puente.
Valiente Malla nos describe lo que queda del puente de Murel de esta manera: «Del puente antiguo son aún visibles los estribos y varios pilares. Del estudio de lo poco que aún subsiste se deduce que la obra original es romana, de época del Alto Imperio, aunque con numerosas reparaciones de fechas posteriores, como es habitual en estos monumentos. El estribo de la orilla derecha está casi enterrado por la arena y la maleza; en el estribo de la orilla izquierda llama la atención la buena factura y regularidad de los sillares, puestos en hiladas alternantes a soga y tizón, del intradós de la bóveda, cuyo arranque aún es visible. Los arcos eran de medio punto y de unos 9 metros de luz, a juzgar por las distancias a que están ahora los pilares, uno dentro del cauce del río y otros tres fuera ya de la corriente, aunque es posible que originalmente hubiera alguno más.
En la zona circundante hay numerosos topónimos y vestigios materiales de época romana, entre los que destacan algunos tramos de vías o construcciones romanas, como La Fuente, cerca de Morillejo, o el tramo de calzada que atraviesa el casco urbano, convertida en calle que recibe el significativo nombre de Empedrada, y que se prolonga en el camino de la Fuente de la Noguera, hacia Azañón. Después de la Guerra de la Independencia se reconstruyó el puente de Trillo, y hacia allá se desplazó el tráfico, con lo que los restantes puentes se fueron degradando progresivamente e incluso algunos cayeron en el olvido.
La distancia que separa los estribos del puente, los cuales aún existen, es de 79 metros, y como punto de apoyo existían además cinco pilares, de los que siguen en pie dos y otro se halla volcado sobre el cauce del río».
Un camino frecuentado
El camino al que servía el puente era muy frecuentado en la Antigüedad. A través del mismo se comunicaban las comarcas romanas de Valeria (Cuenca) con la de Segontia (Sigüenza, Guadalajara), habiendo tenido gran importancia hasta principios del siglo XVII en que quedó intransitable. Cerca del puente debió existir lugar poblado. Hace unos 40 año, Hilario Moranchel encontró en la orilla derecha del río, unos 1.750 m. más abajo del puente, una lápida con inscripción funeraria que personas doctas han catalogado como de la segunda mitad del siglo I d. de C.; era lápida correspondiente al enterramiento de un liberto de nombre Licinius Andronicus.
El documento más antiguo que en el que se menciona al puente es de septiembre de 1.186. En él, el rey Alfonso VIII entregaba Murel a los hermanos de la Regla Cisterciense del Monasterio por él fundado y construido en el lugar de Ovila. Este lugar de Murel quedó despoblado en el siglo XV, desconociéndose el lugar exacto donde estuvo asentado. Desde entonces el puente pasó a llamarse de Carrascosa y así aparece en las guías de caminos editadas en los años 1546 y 1576, figurando como pueblos más próximos al paso en la margen izquierda del río Vindel y Priego, y en la margen derecha Sotoca y Cifuentes.
En cualquier caso, un monumento bastante deteriorado, pero que ofrece al visitante animoso que llegue hasta él un indudable aroma de grandiosidad, un recuerdo vívido de ese momento grandioso de la Humanidad mediterránea, el de la «Pax Romana» sobre las tierras de Hispania.