Las casonas de Milmarcos
Lejos de la capital cae Milmarcos. Pero nunca está lo demasiado lejos como para no poder acercarse, cualquier fin de semana, hasta su entorno magnífico, y admirar con detalle, con parsimonia y gusto, ese conjunto de casas, de plazuelas, de palacios, templos y pairones que le dan un sentido de grandiosidad, aún más misteriosos por su lejanía. Milmarcos, en el límite norte del Señorío molinés, ya en la raya de Aragón, bien merece una visita detenida.
Una breve historia de Milmarcos
Antes de entrar en pormenores, conviene saber algo, aunque somero, de la historia de Milmarcos. Que perteneció, desde los primeros años del siglo XII, como aldea al Común de Villa y Tierra de Calatayud. Junto a Guisema, fue el rey de Aragón don Alfonso I el Batallador quien lo puso en esa tierra comunera. Poco después, cuando en 1129 don Manrique de Lara creó el Señorío de Molina, incluyó a Milmarcos en su seno, como atestiguan los límites señalados en su Fuero, y en él continúa. El insigne historiador molinés don Diego Sánchez de Portocarrero dice así, hablando de este pueblo, en su manuscrita historia que redactara en el siglo XVII: «Algunos pensaron que en él huvo algún antiguo Monesterio por ver en un Privilegio del Infante Don Alonso Quarto señor de Molina, por testigo a don Marzelo Abad de Milmarcos, que acaso sería Cura porque yo no hallo luz dello. Su fundación no se averigua. Su nombre claro castellano y es en él tradición que le tomó por averse vendido en una ocasión por Mil marcos de oro, suma a mi parezer muy desigual. En él hay un barrio y sitio eminente que llaman la Muela (nombre que en lo antiguo daban a lo más alto y fuerte de los Pueblos) en él se ven ruinas de fortaleza y se conserva una Hermita, alrededor de la qual es tradición del Pueblo que vivían doze familias de los más antiguos apellidos del lugar, de los quales algunas se preservan.» De esos antiguos nombres -las doce familias– vendremos a saber en las siguientes líneas.
Descripción de las Casonas
Tras esta breve toma de contacto con su historia, iniciamos el paseo por Milmarcos. Y aparte de saborear su disposición urbana, la grandiosidad de sus plazas, de sus calles nuevas (la del Nazareno, por ejemplo), la fabulosa arquitectura de su iglesia, la curiosidad inusual de su «Teatro Zorrilla», nos fijaremos en sus casonas, múltiples, diversas, encantadoras todas. Los palacios, casonas, caserones nobiliarios y aun simples ruinas de esta villa, forman nómina de hazañas, de apellidos, de guerras y episcopados entre sus muros. En la misma plaza mayor está el palacio de los López Montenegro, que muestra en su portada un arco semicircular adovelado que remataba hermoso escudo de armas, hoy desplazado. En la esquina hay un balcón con magnífica balaustrada de hierro forjado, y en todo su costado norte, múltiples rejas de complicada tracería cubren ventanas y balcones. La casona fue edificada entre 1630 y 1712–que son las fechas que acá y allá entrevemos talladas en puertas y llamadores–. El interior enseña un amplio portal del que surge la escalera, apoyada en los hombros de monstruo diablesco en lucha con un angelillo. Más allá de la iglesia, cerca de la ermita del Nazareno, se alza el mejor de los palacios molineses: el de los García Herreros, obra de una pieza en el siglo XVIII. La fachada es de tres cuerpos, con sillar del bueno, tallado con gusto y mesura. Su cuerpo bajo contiene la portada y dos ventanas laterales. El principal enseña balcón central, que forma cuerpo con la puerta, y remata en barroco escudo de armas de la familia constructora, añadiendo dos laterales. El cuerpo alto muestra dos pequeños vanos correspondientes al tinado. Unos cuerpos de otros se separan por frisos lisos, y el interior, muy bien conservado, presenta gran portal en el que quedan restos de empedrado, con escalera muy amplia y de alto hueco, que remata en lo más alto con una bóveda de interesantes adornos barrocos vegetales, mascarones representando un diablo y un ángel, etc. La distribución del piso es clásica, con salón central y salas laterales, y arriba del todo un amplio tinado, con la viguería y ripia a la vista, en alarde de arquitectura simple y duradera. Otros palacios y casonas se reparten aún por el pueblo. El de los Angulo, que llaman «la posada vieja», muestra su escudo pétreo sobre la puerta, y ha sido restaurado recientemente. El de los López‑Celada‑Badiola completa la plazuela de la Muela, es obra del siglo XVIII y aún luce un complicado escudo de armas sobre la puerta. La casona de los López Olivas sólo conserva la portada y el blasón primero. No podemos olvidar, en fin, y aunque esté un poco viejo y medio derruido, el palacio de la Inquisición, que nos deja ver su portón de molduras con bolas, y el bello escudo, limpio y parlante, que muestra la cruz, la palma y la espada (emblemas en haz de una intransigencia) con las llaves parejas y la frase «Veritas amica fides», que un remoto familiar del Santo Oficio pensó sería bueno para convencer a los milmarqueños de la utilidad del invento.
Historia de las familias
Muchos datos guardan los archivos de la parroquia de Milmarcos, y en ellos y en otros voluminosos rimeros de legajos antiguos he tomado datos para rememorar las vidas, los nombres y las semblanzas de algunos personajes nacidos en este pueblo, constructores en su día de los palacios y casonas antes mencionadas.
En el siglo XVII destacan dos figuras, unidas por lazos de sangre: Don Martín de Olivas y su sobrino don Juan López de Olivas. Nació el primero en Milmarcos hacia finales del siglo XVI. Alcanzó altos puestos en la milicia real española, distinguiéndose en las campañas americanas. Fue su carrera hasta los puestos de teniente general y gobernador de la Nueva Vizcaya, en Indias. En 1621, y en acción guerrera, murió. El segundo sirvió al rey junto a su tío, también en América, y al morir aquel volvió a España, quedando en su pueblo natal de Milmarcos, de donde era regidor en 1626. En la zona minera de la Vera Cruz de Tapía, en Nueva España, ejerció cargos de responsabilidad, y aquí en su villa natal levantó un palacio, hoy medio derruido, cobre cuyo portón luce un bello escudo de armas en el que se lee «sicut olivas fructifera», como estímulo para continuar realizando más grandes tareas. A su vez sobrino de éste fue don Francisco López de Olivas, que ejerció en la carrera eclesiástica y alcanzó altos grados en la fúnebre parcela de inquisidor: llegó a comisario del Santo Oficio del Consejo Supremo de la Inquisición y fue también canónigo y arcediano de Sigüenza, y aun visitador de este obispado.
De la noble familia de los López Guerrero, de los que hemos visto su casona en la principal plaza, fue don Lucas López Novella, hijo de Francisco López de Cubillas y de Teresa Novella, que nació en Milmarcos el 27 de octubre de 1630. Su padre era, desde principios del siglo XVII, el poseedor de la casa y mayorazgo de los López Guerrero, nobles de sangre y ricamente heredados en la zona. El personaje que comentamos fue estudiante en el Colegio de Teólogos de San Martín de Sigüenza. Se graduó de bachiller en Artes y Teología por esta Universidad en 1664. Y al año siguiente se licenciaba en Teología, ascendiendo enseguida a los cargos de visitador general de los obispados de Sigüenza, Oviedo y Cuenca.
A esta familia perteneció el eclesiástico don Frutos López Malo, que nació el 3 de agosto de 1660, hijo de Frutos López Alcolea y de Ana Malo de la Torre, perteneciendo ésta a la hidalga familia de los Malo de Hinojosa, de los que en dicho pueblo queda aún el palacio señorial. Se graduó de bachiller de Artes, por la Universidad de Sigüenza, en 1686, y llegó a rector del Colegio de Santa Cruz, y aun de la Universidad de Valladolid, donde murió en 1711, siendo al tiempo gran Inquisidor de Sevilla.
Sobrino carnal suyo fue el capitán don Lucas Francisco López Guerrero y Malo, nacido en Milmarcos en 1672 y casado con doña Ana del Olmo y Manrique, natural de Almadrones, y perteneciente a la familia del doctor don Miguel del Olmo, obispo de Cuenca. El referido don Lucas fue capitán de las Milicias de Molina en la guerra de Sucesión, nombrado para este cargo en agosto de 1706 por el marqués de Villel, don Alonso Feliciano González de Andrade y Funes, que a la sazón era jefe de dichas milicias. Peleó con ellas, mandando una Compañía, contra los austriacos partidarios del Archiduque, demostrando su valor. Fue también más tarde regidor perpetuo de Cuenca. Su única hija, doña Ana María López del Olmo y Guerrero casó hacia 1733 con don Francisco José López Montenegro y Medrano, natural de Villoslada, quien heredó títulos, mayorazgo y hasta el nombramiento de regidor perpetuo de Cuenca. En esta estirpe de los López Montenegro, afincada en Milmarcos desde entonces, quedó el palacio de sus antecesores, que junto a la plaza mayor del pueblo luce su recia arquitectura, sus balconajes artísticos, su gran portón adovelado y su escudo de armas tallado, elegante y barroco, en piedra.
También dio Milmarcos, como otros muchos pueblos del Señorío, un obispo virtuoso y sabio a la patria. Se trata de don Pascual Herreros, que nació en este pueblo en el seno de una familia de linajudo abolengo y ejecutorias de hidalguía. El más grande y artístico de los palacios que hemos visto en Milmarcos, en la calle del Nazareno, fue donde vio la luz primera. Estudió en la Universidad de Salamanca, alcanzó puestos de canónigo en León y Ávila, fue provisor y vicario general del arzobispado de Zaragoza, donde obtuvo el empleo de inquisidor de los tribunales eclesiásticos, así como también llegó a diversos cargos en los tribunales de la Corte, en el Supremo General, y el de fiscal general de la Real Junta de Tabacos de Madrid. Fue finalmente promovido a obispo de León, puesto que ocupó varios años, hasta su muerte en 1770. Dejó en Milmarcos construida la magnífica ermita de Jesús Nazareno, y en Hinojosa la de la Dolorosa, que ostenta en su fachada barroca el escudo de este obispo molinés.
He leido que el obispo murciano Juan Mateo López y Saenz (Mateo o Matheo es apellido) nació en Milmarcos. Fué prepósito general de los clérigos menores y catedrático en Salamanca y falleció en 1752.
No lo veo citado en su informe sobre «importantes» de Milmarcos.
¿Es cierto o no que nació allí?
Se conoce poco de la vida de ese señor y sería un punto importante asegurar, por lo menos, ese dato.
Yo he leído que nació en Agreda con un sobrino también canónigo en Murcia, Juan José Mateo Garcia-Baquero y con alguna relación con Soria o La Rioja. Alguna relación tuvo con Milmarcos pero no queda muy claro ya que unas veces se le cita y otras no. Yo por mi lado busco a los Mateo Martínez y los López Galiano de Milmarcos sobre 1780. Si alguien pudiese ayudar se lo agradezco de antemano. Saludos, César Mateo.
Donde queda bien citado es en el libro de D. Gregorio López de la Torre Malo. Dice lo siguiente que por su posada de Concha pasó un pariente suyo Juan Mateo López de Milmarcos, es lógico pensar que es correcto. Buscando en los archivos de Milmarcos 200 años de Mateo apareció un matrimonio de 1676 de Santiago Matheo y Jospeha López, vecino él de Borobia. Quizás ahí esté la conexión.
Hola César Mateo.
Parece que el tema del obispo Juan Mateo está resuelto. Hay una capilla en la iglesia de San Miguel de Agreda, que hizo edificar el obispo (originariamente capilla de san Juan, como él se llamaba; aunque ahora es del Pilar). La información de Agreda dice especificamente que en esa iglesia lo bautizaron. Borobia está cerca de Agreda.
De modo que Milmarcos queda descartado.
Saludos.
Hola Jose Luis,
Estuve el otro día en Burgo de Osma viendo los archivos de Borobia. En ellos aparecen sus ascendentes. Santiago, su padre nació en Borobia y figura una copia del matrimonio que hay en Milmarcos. Dice que los padres de Josefa López, Pedro López y Francisca Saenz de la Casanueva residían en Milmarcos. En el AHN en otro archivo dice que Pedro López es natural de Algar de Mesa y Francisca Saenz de la Casanueva es natural de Ariza y Morón de Soria. El bautizo de Juan Mateo López está en Agreda como dices. Saludos.