La Virgen de la Antigua, la regia patrona

viernes, 8 septiembre 1995 0 Por Herrera Casado

La Virgen de la Antigua, patrona de la ciudad de Guadalajara, en su procesión anual del 8 de septiembre

 

Tuve ayer jueves el inmenso honor de ser vocero del amor de Guadalajara por la Virgen. María. Siempre envidié, secretamente, a quienes podían alzar su voz, ante el silencio respetuoso de las de los demás alcarreños, para proclamar la veneración que Guadalajara siente por su Virgen de la Antigua. Ayer quedé tranquilo. La mía, la más humilde de todas, sirvió para gritar un pregón le fraternal unión, de amistad y ciudadanía reflexiva, con el recurso de un motivo doble: la fiesta patronal en grito amoroso hacia la Antigua Señora, y las Fiestas (antaño Ferias) que durante una semana lo vuelven todo del revés, como un carnaval de verano agónico, hacen que lo alto se venga abajo, y lo bajo se eleve sobre tejados y conveniencias. 

Hoy es llegado ese día grande, este ocho de septiembre en el que Guadalajara, desde hace siglos, se vuelca a las calles para mirar entre asombrada y llorosa, la grandeza de la imagen virginal de María. Nuestra tierra no es bullanguera ni airosa, sino, como todos los castellanos, severa y contenida. La emoción nos corre por la caña de los huesos, aprieta el esófago y se asoma, acaso, a la conjuntiva de los ojos, que se abrillanta con una lágrima contenida, pero no es de la que en ocasiones así estalla en canciones o en aplausos. No es por ello menos emotivo el paso de la Virgen por la carrera, por la calle mayor, por la cuesta del Reloj cuajada de masas en piña. 

Algo de historia

Sin pretender agotar un tema, ni entrar en profundidades investigativas que no hacen al caso, hoy quisiera sumarme a esta fiesta dando algunas noticias, deshilvanadas, pero curiosas todas, y por supuesto útiles para la comprensión global de lo que la Patrona representa en nuestra historia, de esta Virgen de la Antigua que ya casi nos parece ver recorriendo, rodeada de cientos de niñas ataviadas de alcarreñas, las calles de la ciudad. 

La tradición dice de su antigüedad. De ella le deriva el nombre, que a tantos sorprende. Cuentan que cuando Alvar Fáñez de Minaya, aquella noche de San Juan del año 1085 en que reconquistó a los árabes la Wad‑al‑Hayara de junto al Henares, lo primero que hizo fue subir la cuesta y llegarse hasta el barrio de los mozárabes, donde en la iglesia de Santo Tomé, que les acogía, veneró la imagen antiquísima de la Virgen. Otros dicen que fue el mismo guerrero quien descubrió, oculta entre las piedras de la muralla, la talla en madera de María. Supone esta conseja que la devoción por la Virgen se mantuvo incluso en la época de dominación árabe. Quizás sea demasiado decir. Pero lo cierto es que, aunque mínimamente, toda la época bajomedieval, ya cristiana, mantuvo la Fe de las gentes arriacenses por su Virgen, colocada siempre en el altar de una capilla de la parroquia de Santo Tomé. La tradición, envuelta en ampulosas palabras típicas de la retórica finisecular, y que hoy nos asustan por los grandilocuentes, nos la da entera este fragmento de la petición que en 1883 hizo el Cabildo de Curas de Guadalajara en solicitud del título canónico de Patrona de la Ciudad para la Virgen de la Antigua. No me resisto a pasarlo por alto. Dice así: 

«Dominada esta ciudad por el yugo agareno, sus moradores conservaron la Iglesia de Santo Tomé, como único consuelo en su terrible aflicción, y al librarse de aquel en 24 de junio de 1085 por las huestes de D. Alonso el VI, capitaneadas por el célebre y esforzado Caballero Alvarfáñez de Minaya, los historiadores aseguran, que al penetrar en esta ciudad, fue su primer acto ir a prosternarse ante aquella Santa Imagen, que los cristianos guardaban como rico Tesoro en la ya mencionada iglesia. Este hecho y otros más que han visto escritos los suscribentes, prueban que si bien esta ciudad no había declarado por actos oficiales como a su Patrona a la Imagen de Nuestra Señora de la Antigua, sin embargo, tenía puestos en ella su corazón y su esperanza para el socorro de sus necesidades, como así lo experimentó en los años de 1589, 1593, 1609, 1641, 1648, 1676 y 1683, en que la falta de lluvias esterilizaba sus campos, y la peste diezmaba sus moradores, y que en 1725 desapareció la plaga de langosta que talaba los campos y frutos de la tierra … » 

Patrona de la ciudad

Tras tan razonadas expresiones de solicitud, la Virgen de la Antigua fue declarada Patrona de la Ciudad de Guadalajara el 8 de septiembre de 1884. Hace ya ciento y once años de aquello. 

La devoción por esta imagen es, sin embargo, mucho más antigua. Dejando ahora aparte la tradición, y buscando los documentos escritos, únicos por los que podemos hablar los historiadores, recordaremos que quizás la fecha más antigua registrada en tomo a la Patrona es la de 1505, época en la que una vecina de la ciudad, Isabel de Tejada, hacía fundación de una misa semanal en honor de la Virgen de la Antigua. Durante el siglo XVI sabemos que ya se veneraba con regularidad y por muchas gentes a la Virgen bajo esta advocación, e incluso entre la aristocracia arriacense nuestra Madre tenía una preferencia evidente. Así, cuando en 1586 estuvo muy enfermo D. Rodrigo de Mendoza, marido de la sexta duquesa del Infantado Doña Ana de Mendoza, esta iba a menudo a orar «ante la Virgen de la Antigua, en la Parrochia de Sancto Thome». 

A mediados del siglo XVI, una encumbrada familia de Guadalajara construyó nueva capilla para la Virgen en la referida Parroquia. Era con nombre de la Ascensión que se abría el nuevo espacio sagrado, y fueron el licenciado Luís Alvarez Jiménez y su mujer Isabel de Zúñiga y Valdés, que vivían en un palacio con dos torres en la plaza del Ayuntamiento, quienes mandaron hacer esta edificación, poniendo en lo alto sus escudos nobiliarios, que aun hoy se ven policromados. Se comenzó a levantar la capilla en 1576, y sus hijos prosiguieron la obra. 

Pero también entre el pueblo llano de Guadalajara fue siempre muy fuerte la devoción a María de la Antigua. He visto en un testamento conservado en el Archivo Histórico Provincial, suscrito por una humilde mujer arriacense, mediado el siglo XVI, que dejaba «una saya entera de terciopelo leonado guarnecida de raso para la imaxen de nra, señora del antigua… ». En la capilla mayor del templo, sobre el arco triunfal de traza apuntada, lucía hasta el siglo pasado una leyenda escrita en caracteres góticos que decía que aquella capilla mayor había sido sufragada por Pero Ximénez. Y aun sabemos que, desde el siglo XVI, serían otras familias de alto copete, corno los Páez, los Orozco, los Barnuevo, etc., quienes darían limosnas y harían fundaciones en la parroquia de Santo Tomé en favor de la capilla e imagen de Nuestra Señora la Virgen de la Antigua. El pueblo, con su callado pero fervoroso aplauso, llenó durante siglos la mansión sagrada con cientos de ex‑votos que, hasta el siglo pasado, llenaban las paredes de la capilla. 

La devoción por la Virgen de la Antigua no es cosa solamente de Guadalajara. En otras partes de España también existe. Así, en Sevilla, porque el alcarreño Diego Hurtado de Mendoza, hijo del duque del Infantado, a la sazón ocupando la silla arzobispal de Hispalis, y ostentando el Cardenalato, levantó en la catedral sevillana una capilla en honor de la Virgen de la Antigua, y pidió ser en ella enterrado. También en Valladolid hay una iglesia dedicada a nuestra Virgen, y en Sevilla aún una pintura mural muy antigua, celebrada ya en las historias del Rey D. Fernando, conquistador de la ciudad. También hay devoción en Orduña (Vizcaya), en Madrid, en Brihuega y en El Casar. Es, en definitiva, un canto universal que hacia la Virgen tiende, y en esta «antigua» advocación se concentra en algunos lugares. 

Sirven, estas líneas para rememorar leyendas y datos históricos Pero sobre todo quieren servir para convocar, igual que yo mismo hacía ayer tarde en la gran Plaza Mayor de nuestra ciudad, toda la vitalidad de nuestra Guadalajara, todo el clamor amoroso de sus gentes, hacia esta imagen que representa a la Madre de Dios, que es de todos pero sobre todo nuestra en esta advocación de la Antigua. En las calles hoy de nuevo, asombrados ante la belleza de su rostro, la luminosidad de su carroza, el brillo de su manto, hoy nos veremos.