El alcarreño Ygnacio Alfonso de Riaza, fundador de Chihuahua
El Capitán don Ygnacio Alfonso de Riaza nació en nuestra ciudad, en Guadalajara, allá por los años de 1682 6 1683, habiendo sido sus padres don Francisco de Riaza y doña Clara Clovo. Eran todos ellos parroquianos de San, Andrés, la iglesia que estuvo en la parte baja de la Calle Mayor, enfrente de la Murciana. Eran hijosdalgo de solar conocido, con probanza de su nobleza en la Real Chancillería de Valladolid, y aunque no descendieran precisamente de la pata del Cid, al menos con ese nombramiento se ahorraban pagar los reales, maravedíes y demás gajes en que consistía la declaración de la renta de aquellos tiempos: estaban exentos gracias al salero de sus antepasados.
Aunque en el Archivo General de Indias de Sevilla no existe la constancia documental del arribo a América de nuestro paisano don Ygnacio Alfonso de Riaza, sabemos que éste se trasladó al Nuevo Mundo en 1704 o incluso antes, en plena juventud. En diversos movimientos guerreros y exploradores de gentes hispanas entre 1704 y 1708, figura él por tierras del norte de México. Se dirigió, como cientos de alcarreños y paisanos suyos lo habían hecho antes, al norte del virreinato de la Nueva España: a la Nueva Galicia y a la Nueva Vizcaya, que ocupaban los entonces desérticos territorios del norte de México, en los altos valles orientales de la Sierra Madre Occidental. Nuño Beltrán de Guzmán, Juan de Oñate, Beltrán de Azagra y tantos otros alcarreños de pro, anduvieron por aquellas alturas matando indios, fundando ciudades y explorando caminos. En el territorio de la Nueva Galicia Juan de Oñate fundó Guadalajara en 1531, y luego serían muchos los paisanos, que hasta allí llegaran, atraídos por las riquezas fabulosas que se decían había en los contornos, y por el hecho real, bien cierto, de las minas de Zacatecas, en las que la plata salía a quintales y quien allí llegaba y se dedicaba al trabajo serio (y a eso los alcarreños nunca le hemos tenido miedo) conseguía pronto la transmutación de los metales: se hacía de oro.
Muy al norte de Jalisco, ya en los desiertos de Sonora, no lejos del Río Grande, aparecieron nuevas minas de plata. Los esforzados castellanos llegaban hasta allí atraídos por la ganancia segura, aunque no cómoda, de cargos y dineros. Tan densa era la explotación del subsuelo, que en aquel lugar norteño hubo de fundarse un pequeño poblado al que se puso por nombre el Real de Minas de San Francisco, organizado en el año 1709, y que pronto fue erigido en Villa con el nuevo título de San Felipe el Real de Chihuahua, por orden del Virrey de Nueva España, D. Baltasar de Zúñiga Guzmán Sotomayor y Mendoza, marqués de Valero, un hombre con los cuatro apellidos principales salidos de nuestra tierra. Ocurría esto el 1 de octubre de 1718. El entonces capitán don Ignacio Alfonso de Riaza fue nombrado regidor del primer ayuntamiento de esta villa, que confirmó su título gracias al decreto de la Audiencia de la Nueva Galicia, con sede en Ciudad de Guadalajara, de 23 de marzo de 1720. Fue entonces cuando se convocó a los próceres del lugar para juramentar este nombramiento. Junto con los miembros del Cabildo, el ya entonces Regidor y Mayordomo del Concejo, don Ygnacio Alfonso de Riaza en 25 de mayo de 1720, en su propia casa (pues todavía no se había construido la de Ayuntamiento) constituyeron en realidad esta ciudad, que es hoy una de las más grandes, pobladas y ricas de todo México, y es capital del estado de mayor extensión de este país centroamericano.
El primer Alcalde y Presidente del Ayuntamiento de Chihuahua fue el general español don José de Orio y Zubiate, natural (1659) de Escoriaza, en Guipúzcoa. Como Riaza, era uno de los más, ricos mineros de la zona en Chihuahua, dejando a su muerte la entonces fabulosa cantidad de 617.000 pesos de oro. Orio fue también nombrado Corregidor de la comarca, teniente de Gobernador, y Capitán General de la Nueva Vizcaya, hasta su muerte ocurrida en 1723. Con su hija Catalina Orio y Zubiate casó en segundas nupcias el alcarreño Riaza, uniendo así ambas familias próceres del estado sonorense. Ygnacio Alfonso de Riaza sería luego, en 1735, alzado a la cumbre del poder administrativo de la provincia de la Nueva Vizcaya, alcanzando los mismos grados que había tenido su suegro: Alcalde la villa de San Felipe el Real de Chihuahua, teniente de Gobernador y Capitán General de la región.
De estos señores surgió una prolífica descendencia de gentes dedicadas a las más diversas ocupaciones en el norte de México: desde la minería a las armas, y desde la agricultura a la ganadería, siempre con el seguro fundamento de unos caudales muy consistentes.
Esta historia tan curiosa, añadida y completada con la genealogía de los Riaza y Orio, hasta nuestros días, ambientada en un paisaje de familias criollas residentes en la estancia de Santa Isabel, al sur de Chihuahua, de persecuciones de los insurgentes de Pancho Villa, de exilios en Argentina y California, y mil cosas más de suculenta memoria, me las ha narrado amablemente el descendiente directo de aquel primer fundador arriacense don Ygnacio Alfonso de Riaza. Se trata de mi buen amigo don Antonio Riaza García, que vive hoy en San Gabriel de California, dedicado al estudio de la historia de Chihuahua, de Sonora, de su familia y la de los españoles y alcarreños que emigraron hacia aquellas alturas áridas y desérticas, tan distintas de las verdes Alcarrias donde pasaron su infancia. Le agradezco mil veces sus noticias, que añaden nuevos nombres, llenos de generosidad, de valor y empuje, a la ya larga lista de «alcarreños en América» que entre unos y otros vamos completando.