Entre los muros del Convento de San Francisco crece y grita la Feria Apícola de Pastrana

viernes, 15 abril 1994 2 Por Herrera Casado

 

Un año más, ahora por décimotercera vez consecutiva, Pastrana abre sus puertas a la celebración de la Feria Apícola de Castilla-La Mancha. Un acontecimiento que cobró ya su auténtica mayoría de edad, instalándose no sólo en la realidad económica de la provincia, sino en la afirmación precisa y contundente del progresivo protagonismo de la villa alcarreña, que está decidida a un lanzamiento económico y turístico de gran altura.

En la plaza del Deán, a la parte alta del burgo, en un entorno que los días de sosiego y sol huele a cánones y amores infantiles, estos días será centro de la bullanga y el trasiego de gentes, de apicultores, de curiosos y de viajeros que pretenderán encontrar el «angel» de Pastrana en este entorno. No es difícil, pero sería recomendable que lo hicieran con más pausa, con mayor sosiego en otra ocasión futura. Ahora, con el ir y venir de las gentes de Pastrana que, en la alegría de haber conseguido la denominación oficial de origen para su «Miel de la Alcarria», no paran un momento, se hace difícil vivir este encantador pueblo con la tranquilidad que merece.

La Feria Apícola, que hasta el domingo próximo estará abierta en Pastrana, tiene su asiento en el antiguo convento de San Francisco, situado en la llamada «Plaza del Deán». Un entorno maravilloso, evocador a más no poder, que fue no hace mucho restaurado, lo mismo que el convento todo. Merece recordar, aunque sea en breves líneas, la historia y el interés que ofrece monumentalmente este edificio tan antiguo y solemne.

Se trata de una de las instituciones más clásicas en la historia de Pastrana. Nació este convento en 1437, con el nombre de monasterio de Santa María de Gracia. Pero no en este lugar, sino a una legua de la villa, en el paraje denominado Valdemorales. Fue su fundador fray Juan de Peñalver, el adalid de la Observancia franciscana, quien vivió aquí algunos años como guardián del convento. Pero en 1460 se trasladó la fundación a la propia villa, a extramuros de la misma, en el lugar que entonces llamaban los Herreñales, junto a la parte alta de la muralla. Tanto los maestres de Calatrava, señores de la villa, como el arzobispo de Toledo don Alonso Carrillo favorecieron mucho la construcción de este nuevo convento pastranero. La señora de la villa desde 1541, doña Ana de la Cerda, también ayudó a los frailes, edificando desde sus fundamentos la Capilla mayor deste Convento, muy suntuosamente, y los duques de Pastrana, a partir de 1569, acogieron el patronato de su templo y le llenaron de retablos, de rejas, escudos y ornamentos. Quedó vació cuando la Desamortización, en 1836.

El viajero encuentra que presidiendo la amplia plaza se alza, al norte, el gran edificio monasterial, construído como tantos otros en sillarejo e hiladas de ladrillo, con ventanales enrejados y pocos detalles más que no sean su inconfundible aire de casa religiosa. La iglesia, que se alza al fondo de la plaza, es más interesante, y con la restauración que ha recibido recientemente, ha vuelto a ganar su antiguo esplendor.

En la fachada ofrece un atrio de cinco altos arcos semicirculares, revestidos de ladrillo, que rematan en un cuerpo corrido adornado de pilastrones y abierto de grandes ventanales, superado de corrida cornisa del mismo material, y sobre el tejado que le protege, apoyando en el muro de los pies del templo, levantóse la gran espadaña de tres arcos, toda ella también construída en ladrillo, y ahora huérfana de las campanas. El interior del templo es de sorprendente belleza. De una sola nave, cubierta de bóveda de elegante crucería, en la que aparecen capiteles simples formados de elementos vegetales, y escudos heráldicos de Mendoza. Ofrece también algunas capillas laterales. El patio claustral, también restaurado, es de planta cuadrada, sus muros con arcos están construídos totalmente en ladrillo, dando la imagen perfecta de la sencillez franciscana.

Estos días aparece la iglesia ocupada de los stands apícolas, con las novedades tecnológicas más avanzadas para la producción de la miel, y en su claustro y salones se afanan unos y otros en comunicarse sus hallazgos, sus vidas y  milagros en torno a la miel que es el símbolo universal de nuestra tierra alcarreña. Un perfecto complemento, este del convento franciscano de Pastrana, con el río espeso y dorado de la miel de la Alcarria. Unos días, éstos de la Feria Apícola, para la alegría y la promesa de visitar Pastrana de nuevo, cuando esté más tranquila y serena. Cuando sea más élla misma.