Memoria de Layna Serrano
En el año que hoy se clausura, la tierra de Guadalajara (la provincia quiero decir, la capital, los pueblos con memoria y corazón, las gentes que pueblan estos lugares, en fin) ha dedicado un permanente y emocionado recuerdo a la figura de quien fue, -y con este homenaje centenario ha pasado ya por la puerta grande del alcarreño parnaso-, uno de sus más ilustres personajes. Me estoy refiriendo a don Francisco Layna Serrano, el que fuera médico de profesión, y Cronista Provincial, Académico de la Historia e historiador de Guadalajara por afición. Tanta, que su actividad ha llenado una larga temporada de nuestra contemporánea andadura, y sus méritos le han hecho acreedor a un sonoro aplauso permanente, que ha cuajado en este año de la conmemoración cumplida (centenario y evocación al unísono), de la querencia honda y bien nacida.
La figura de Layna
No es este el momento de recordar con detalle el recorrido vital de Layna. Ya se ha hecho en múltiples lugares y modos. En estas mismas páginas lo hemos hecho. Nacido en el pueblecillo de Luzón, el 27 de junio de 1893, residió muchas temporadas en Ruguilla, en Cifuentes, también en La Toba, y en Sigüenza. Finalmente en Guadalajara hizo el Bachillerato, y en Madrid estudió la carrera, hizo la especialidad (la Otorrinolaringología) y se estableció como médico-cirujano con gran éxito y general aplauso. La pérdida de su mujer, Carmen Bueno, a la que amaba profundamente, en uno de los viajes que por la provincia hacía en busca de monumentos románicos, y de castillos, le concentró en una cierta misantropía que encauzó hacia tareas de ardua investigación archivística y bibliográfica, dando por resultado finalmente su gran obra, que produjo y publicó entre los años 1933 y 1946.
La obra de Layna
Hablar del doctor Layna Serrano es hablar de los Mendoza, de los castillos, de las iglesias románicas. Es hablar de La Caballada de Atienza, del marqués de Santillana, de las tablas de San Ginés o del retablo de Alustante… es referirse a la esencia profunda de la tierra alcarreña, de sus datos más prolijos, de sus descripciones más poéticas, de su enconada defensa contra todo y a favor de todos. De sus múltiples libros y trabajos, muchos de ellos publicados en las revistas especializadas más prestigiosas del país, destacaría en este momento algunos que son verdaderos hitos de su obra, y que le marcan como un historiador de nota: la «Historia de Guadalajara y sus Mendozas en los siglos XV y XVI», publicada en 1942, en cuatro gruesos tomos que abarcan en total casi dos mil páginas, es sin duda su obra más representativa. Además «La arquitectura románica en la provincia de Guadalajara» y «Los Castillos de Guadalajara», que alcanzó tres ediciones, la última en 1962, siempre sufragadas por él mismo, buscadas por otros historiadores, lectores curiosos y simples turistas como los elementos más preclaros para iniciar el conocimiento de la tierra alcarreña.
Y esas historias locales de Atienza y Cifuentes, la de Pastrana que inició, la de Sigüenza que tenía «in mente», y las biografías del Cardenal Mendoza, de doña Brianda; la descripción de iglesias (la Piedad de Guadalajara, la parroquial de Alustante, el templo de Alcocer, al que calificaba como el mejor de la provincia después de la catedral seguntina), de palacios (el del Infantado, el de Antonio de Mendoza, el de cogolludo) de pinturas (el retablo de Mondéjar, las tablas de San Ginés), y un largo etcétera, son la prueba más evidente de su saber y su entrega.
El homenaje del Centenario
La provincia se ha volcado en el recuerdo de Layna. Ha sido un homenaje popular, como debe ser. Las instancias oficiales han participado, pero lo justo, lo que la honradez más estricta les pedía. En ese sentido, tanto la Excmª Diputación Provincial como el Ayuntamiento de Guadalajara, se han volcado. La primera, con una sesión de homenaje institucional a finales de mayo y la organización de una exposición bibliográfica, unas mesas redondas donde especialistas discutieron la obra de Layna, etc, etc., mientras el Ayuntamiento acudía ante su tumba a poner unas flores y patrocinaba la reedición (la seguirá patrocinando hasta su cobertura total) de la monumental «Historia de Guadalajara…» nuevamente ofrecida al público actual. También los Ayuntamientos de Atienza y de Cifuentes, que tanto quiso el polígrafo, le han dedicado emocionados recuerdos. Y poco más. La Junta de Comunidades, que con otros personajes, especialmente manchegos, se vuelca, a Layna le ha ignorado, como si hubiera sido un personaje de otro planeta.
Finalmente, ahí están los pueblos de nuestra provincia, que se han manifestado uno a uno (juntos todos hubieran constituído la manifestación más monumental que se recuerda) en los actos diversos que se han realizado. Los inició su pueblo natal, Luzón, con un acto sorprendente en una calurosa tarde de junio: palabras, cánticos, bailes, cohetes, placas, globos de colores y una enorme pancarta que cubría la torre de la iglesia. Y mucha gente. Y bollos y vino, de la tierra. Fue luego Torija, lo mismo. Y Marchamalo, que hasta le ha dedicado una plaza. También Atienza, y Cifuentes, que incluso ha editado un libro en su honor. Fue en el verano Hontoba, y por supuesto Ruguilla. También Hita se sumó, con palabras de recuerdo, y cánticos de la tierra. Y al fin la Casa de Guadalajara en Madrid, que le ha dedicado una semana larga, otra vez viendo sus libros, sus fotografías, su vieja máquina de escribir, sus fotografías incluso, recordándonos a todos el rostro de bondad y humanismo que Layna encerraba.
Seguro estoy que, con este homenaje, -lejos aquel oficial que en el último año de su vida estuvo preparando Diputación y que unos cuantos que se decían sus amigos (en una historia alucinante que un día, quizás, se sepa) boicotearon- a Layna le habrá brotado de nuevo la sonrisa en su escaño del cielo.
Algunos datos nuevos
De Layna Serrano continuarán apareciendo nuevos datos siempre. Porque su vida fue larga e intensa. Su espíritu no paraba, y su amor a la historia, a las tradiciones, a la esencia de la tierra castellana (tan particularmente hacia Guadalajara) fue siempre manantial inagotable. Estos días me han llegado algunos trabajos suyos que hasta ahora habían permanecido desconocidos. Uno de ellos, la conferencia que bajo el título «El Gran cardenal Mendoza, como hijo de Guadalajara» dio en nuestra ciudad el 11 de septiembre de 1941, y que me ha facilitado Piluca Taberné, a quien se la dedicó de su puño y letra. Es ejemplar único, mecanografiado. Otros son tres artículos que me ha facilitado mi amigo Sánchez Lillo, de Ciudad Real, publicados por Layna en 1947 y 1948 en la Revista d Exaltación Manchega «Albores de Espíritu». Uno de ellos, dedicado al castillo de Peñarroya, estudio meticuloso, con fotos y planos, como solía hacer él todas las cosas; otro, sobre «Los orígenes de Alcázar de San Juan». Y finalmente, en abril de 1949, una referencia a los Mendoza por la Mancha, bajo el título de «Una duquesa enterrada en el castillo de Calatrava la Nueva», y que se refiere concretamente a doña María Ruiz de Leon Folch de Cardona y Colon, duquesa de Veragua, y esposa del que fuera Almirante de Aragón, e hijo del cuarto conde de Tendilla y tercer marqués de Mondéjar, don Francisco de Mendoza…
Siempre rastreando las huellas mendocinas, las siluetas altivas de los castillos, los fuertes rasgos del medievo o las renacientes dicciones. Una vida y una obra que ahora ha recibido la cumplida memoria en el justo momento de su Centenario. Una muestra palpable de que nuestra tierra guadalajareña y sus gentes tienen memoria, y saben ser agradecidos.