Una excursión desde Trillo: El monasterio de Ovila

viernes, 13 agosto 1993 1 Por Herrera Casado

 

Para los muchos veraneantes que en los orillas del río Tajo pasan relajados sus días de vacaciones, y especialmente para todos los que desde Zaorejas hasta Sacedón tiene algunas tardes libres sin saber en qué mejor cosa ocuparse que en ver a los vencejos dar vueltas sobre sus cabezas, les propongo una cosa: montarse en el coche, que seguro que le tienen, y todavía con gasolina en el depósito, y llegarse hasta Trillo. (A los que veranean en Trillo, que no son pocos, se les hace gracia de este primer paso). Desde allí, y por una carretera hoy asfaltada y muy cómoda, llegar en diez minutos hasta las ruinas de Ovila. Allí con el bullicio de los chopos y los álamos frondosos, que seguro que por la tarde suenan a impulo de la brisa que sube río arriba, pasar un rato mirando el entorno, admirando el paisaje de suave decadencia y olvidanzas, y pasear sin prisas por entre las ruinas de esta anticualla: el monasterio cisterciense de Ovila, parte integral e íntima de nuestra historia alcarreña.

Es este un antiguo monasterio cisterciense, cuyos ruinosos restos nos hacen evocar en buena medida las formas de vida en la Edad Media. Situado sobre un amplio llano, a la margen derecha del Tajo, sorprende este cenobio, hoy propiedad particular, y algo escaso en restos artísticos, pues hacia 1930 fue vendido por sus dueños al periodista norteamericano W.R. Hearst, el cual hizo desmontar la iglesia, el refectorio, la sala capitular y parte del claustro, para llevarlo a su país en barco, y allí reconstruirlo. Pero los aconteceres de la Guerra Civil española impidieron que tal proyecto se realizara, y hoy las venerables piedras de Ovila están amontonadas en el Golden Gate Park de la ciudad de San Francisco en California. Hace unos años, el arquitecto Merino de Cáceres hizo un meticuloso estudio de estas ruinas y los avatares por los que llegaron sus huesos, cansados y molidos, hasta la ciudad de la costa del Pacífico yanqui. Estremecedor relato de cómo el abandono y la incuria de las autoridades españolas de entonces (la segunda República española) permitió que esta vibrante huella del Medievo castellano fuera a adornar los bajos de un parque donde los glotones chicos californianos se hartan de galletas y hamburguesas picantes.

Para el viajero que hoy va a Ovila, es de interés contemplar los restos de la iglesia (muros, arranque de bóvedas, algunos ventanales ojivos), de la bodega (ejemplar completo de recia sillería y bóveda de cañón, del siglo XIII), del claustro (del que quedan dos costados compuestos de doble arquería en severo estilo clasicista, construido a partir de 1617) y de la gran espadaña de la iglesia (de tres vanos para las campanas, obras también del siglo XVII).

Este monasterio fue fundado en 1181 por Alfonso VIII, en el lugar de Murel, junto al Tajo, en término de Morillejo, más arriba de su actual emplazamiento. El convento y sus dependencias se construyeron en la primera mitad del siglo XIII, siendo muy ayudado por los reyes castellanos, y teniendo en su torno un amplio territorio de ricos terrenos y heredamientos productivos, además del señorío, pasajero, de dos o tres aldeas de los contornos (Carrascosa, Morillejo, Huetos…). Fueron dueños estos monjes del santuario de Nuestra Señora de la Hoz, en Molina, y del de Nuestra Señora de Mirabueno, junto a Mandayona. Pero a partir del siglo XV comenzó su decadencia. Muchas tierras pasaron a poder de los condes de Cifuentes, otras las vendieron o perdieron, y, en fin, un grave incendio en el siglo XVIII desmanteló casi por completo este monasterio, que en 1835 estuvo sujeto a la Desamortización de Mendizábal.

Hoy, como digo, sus riquezas artísticas y sus legajos documentales se han perdido por completo. Sólo quedan mudas y escuetas las piedras y ruinas que se ven junto al Tajo. Ya que estamos en el año del Centenario de Layna Serrano, cumple también aquí recordarle, y decir cómo fue el hecho de la exclaustración forzada de estas ruinas las que en 1931 le llevaron a escribir un importante libro, ‑el primero de los suyos‑ que hoy anda superagotado, dificilísimo de encontrar. En ese libro de Layna sobre «El Monasterio de Ovila» se encuentran las fotografías y dibujos de antes de llevárselo. La historia completa del monasterio, y la descripción perfecta y meticulosa del mismo. Como una aportación al Centenario de este prolífico autor y cronista, el Ayuntamiento de Trillo podía haber tenido la gentileza, para con todos los alcarreños (y puesto que posibles tiene, como lo demuestra organizando cada mes una «Semana Cultural») de reeditar esta obra, facilitando así su mejor conocimiento, y el avivando el recuerdo de quien tanto laboró por la Alcarria que centra Trillo. No ha sido así ahora,  pero quizás algún día…