Pozancos, el románico silencioso
Aquí seguimos nuestro paseo por los templos románicos de Guadalajara. En la aventura iniciada por los estamentos culturales de la Administración Regional, con vistas a su estudio sistemático y su restauración cuidadosa, queremos colaborar con nuestra andadura por estas pequeñas iglesias, por los más apartados rincones de la geografía alcarreña, serrana o molinesa donde aún palpitan, con un rumor de salmodia medieval, estos antiguos e íntimos edificios que nos hablan de los siglos lejanos en los que esta tierra bullía de vida.
Y nuestra andadura alcanza hoy (hoy es de nuevo ayer, hacía sol, había helado, y tu sonrisa alimentaba la esperanza) el pueblecillo mínimo de Pozancos, que se encuentra aterido, silencioso, apartado de todas las rutas, en la ladera norte del valle del río Valleras, estrecho y doméstico, hablándonos de su historia, que no tiene más que media página en la que se lee que fue aldea del señorío del Infantado hasta que adquirió el grado de villazgo, pasando luego al señorío del Cabildo catedralicio de Sigüenza, que ponía por señor a alguno de sus prebendados. Así, al final del siglo XV, lo era don Martín Fernández, canónigo de Sigüenza, arcipreste de Hita, cura de Las Inviernas y señor de Pozancos.
Prácticamente lo único interesante que ofrece esta villa serrana, situada a 6 kilómetros tan sólo de Sigüenza, es la iglesia parroquial, interesante ejemplar de arquitectura románica, erigida en los años mediados del siglo XIII. Frente a ella, pendientes de su brillo y del nuestro, nos detendremos un momento para estudiarla.
Se trata de un templo sencillo, tan esquemático que parece estar hecho para servir de plantilla a otros mejores y suntuosos. De sillarejo los muros, solo aparecen sillares bien tallados en las esquinas o en la portada. Su interior es de una sola nave, dividida en cuatro tramos por sendos arcos fajones de medio punto, en sillar, que sostienen bóveda de escayola, que vino a sustituir a la primitiva de madera. De los tres arcos del templo destaca el triunfal que sirve de acceso al presbiterio, también semicircular, hoy cubierto de yeso, que apoya sobre sendos capiteles de tradición románica, en los que aparece tallado el jarrón de azucenas, símbolo del Cabildo seguntino. En su interior solamente destaca un altar de estructura renacentista albergando repintados lienzos y una estimable talla de la Virgen, de la misma época. También es de anotar la pila bautismal románica, decorada en su copa con pares de columnas rematadas en molduras, y unidas por arcos.
Adjunto presentamos un plano del templo, en el que aún se ve cómo la nave remata a oriente con un espacio algo más elevado y de planta semicircular, correspondiente al presbiterio o ábside. Este ábside está construido de mampostería con sillar en las esquinas y modillones y friso de lo mismo. Una ventana central, cegada, de arco semicircular, completa toda su decoración. Sobre el muro de poniente, a los pies del templo, se levanta una espadaña sencilla y de corte barroco.
Sobre el muro sur del tercer tramo de la nave, se abrió y construyó en el siglo XV una capilla gótica, muy bella y que alberga (o albergó siglos pasados, pues hoy está a medias el conjunto) el magno enterramiento del canónigo seguntino don Martín Fernández. Por ser tema ajeno a nuestro propósito, lo olvidamos hoy.
Y nos centramos en la portada. Serena y espléndida. Con la turgencia y la luz justas que tienen las cosas vistas en una perspectiva de felicidad completa. Ocupa el flanco meridional del templo en su segundo tramo, y ofrece un gran arco semicircular, decorado con cuatro arquivoltas, tres de las cuales apoyan sobre columnas, y una, la exterior, sobre la línea de impostas. Las arquivoltas son lisas, los capiteles poseen una esquemática decoración vegetal que recuerda mucho a otros ejemplares en la catedral e iglesias de Sigüenza. De encarnadura suave, ofrecen sin embargo la riqueza de lo hecho con amor y paciencia. La imposta que corre sobre los capiteles presenta complicados roleos vegetales, con los que alternan desgastadas cabezas de jóvenes. Esta portada de Pozancos es, indudablemente, una copia o interpretación de las grandes portaladas románicas seguntinas. Y si estas están ya fechadas en la primera mitad del siglo XIII, no cabe duda que este portal de Pozancos es algo posterior, de mediados de esa centuria. La gracia de los capiteles, de canon muy alto, de suaves incisuras que forman el esqueleto de una repetida flor, es heredada de los que escoltan las portadas de Santiago y San Vicente en la Ciudad Mitrada. De su tendencia al arabesco, al ataurique morisco, es reminiscencia la imposta que corre sobre ellos, que tiene un claro antecedente en las arquivoltas de las referidas iglesias seguntinas. En cualquier caso, todo ello es producto de una escuela local, comarcal, de tallistas románicos en los que alentaba un signo mudéjar indudable.
Por lo demás, el templo de Pozancos es sencillo y elegante, ofreciendo hoy, de su antigua estructura medieval, los restos de su planta, de su portada meridional y su ábside orientado. El resto es reconstrucción, reforma o añadido. En cualquier caso, una ficha más que añadir al Catálogo de templos románicos de Guadalajara. Tan ancho, tan variado, tan inacabable y tan cierto como el espíritu del día en que lo vimos y lo aprendimos con los ojos nuevos de la sabiduría auténtica.