Villacadima: el románico recobrado
El paradigma del abandono de los monumentos románicos de Guadalajara había sido durante mucho tiempo la iglesia parroquial de Villacadima. Se encuentra este pueblo en los confines de nuestra provincia con la de Segovia, allá en las alturas gélidas de la sierra de Pela, abandonado de todos sus habitantes desde hace muchos años, por lo que hace ya diez, una tarde de primavera en que lo visitamos juntos, parecía un fantasma orondo con ecos de pasos en cada esquina y brillos de sol por los derruidos muros. Hoy es Villacadima el paradigma de la restauración del románico, de la acertada revisión y cuidado de los monumentos a medio caer, y gracias a la Consejería de Cultura de la Junta de Comunidades de Castilla‑La Mancha, se está llevando a buen término la total rehabilitación y reconstrucción del monumento, que dirigido por el arquitecto Tomás Nieto va a adquirir enseguida el aspecto pulcro y acicalado que vemos en el dibujo adjunto. Hace pocos meses todavía tenía la otra estampa, de hundimiento y desolación por tejados y muros.
El románico de Villacadima, al que le cuadra mejor que a ningún otro el calificativo de «recuperado», es uno de los más espléndidos ejemplos de la arquitectura religiosa medieval en la provincia de Guadalajara. Capitanea (con un cetro compartido con Campisábalos, Albendiego y Grado del Pico) el románico de Sierra Pela, un grupo de construcciones que ofrecen en su estructura, en su ornamentación y en un cierto aire de familia los caracteres genuinos de una arquitectura única, plenamente románica, pero con claras influencias mudéjares.
La iglesia parroquial de Villacadima se rodea por el sur con un amplio prado delimitado de barbacana de piedra, y un ingreso a poniente que consta de arco semicircular entre jambas y rematado en cruz. Otro ingreso similar tenía a levante, hundido hace años.
Sobre el muro de poniente de la iglesia se alza la espadaña, obra reformada en el siglo XVI, así como la torre, aunque se interpreta fácilmente por sus cegados arcos la existencia de otra espadaña, más humilde, pero primitiva del XII. El ábside es también obra del XVI, lo mismo que el ensanche que sufrió la iglesia haciéndose de tres naves. Lo más antiguo e interesante es la portada, que debemos fechar en la primera mitad del siglo XIII. Consta de varias arquivoltas semicirculares en degradación, incluidas en un cuerpo sobresaliente del muro meridional del templo. Existen en total cuatro arquivoltas; la más externa muestra una exquisita decoración de tipo vegetal, en la que tallos y hojas se combinan para formar un «continuum» decorativo de gran efecto, de muy similar estructura a la de algunas arquivoltas de las portadas de la catedral de Sigüenza y de las iglesias de Santiago y San Vicente de la Ciudad Mitrada. Este detalle, claramente apreciable a nada que se compare este templo con los citados de la capital de la diócesis, nos obliga a pensar en la existencia de un modelo aquí copiado, y por lo tanto la datación de Villacadima es fácil, y se coloca hacia el año 1220.
Las dos siguientes arquivoltas son lisas, baquetonada la primera, de doble filo la segunda, y aún la tercera se ofrece decorada limpiamente con un motivo geométrico muy simple, consistentes en unas líneas paralelas formando ángulo sobre cada una de las dovelas. Todas ellas cargan sobre una imposta de decoración también geométrica, que a su vez apoyan sobre tres columnas a cada lado, cada una coronada con su respectivo capitel de sencilla ornamentación vegetal. El interior de este gran arco de ingreso a la parroquia de Villacadima lo forma el semicircular dintel, realizado a base de curiosas dovelas con dentellones, cada una albergando un tallado adorno vegetal, circular y radiado. Carga este dintel sobre sendas jambas estriadas que dan paso a la puerta, y en su remate superior se prolongan hacia el vano, de modo que confieren al conjunto de la portada un cierto aire de arco en herradura. El alero que cobija a la puerta se sostiene por variados canecillos tallados en los que aparecen curiosos temas.
El conjunto de esta puerta, que guarda un gran parecido con las dos portadas de la iglesia de Campisábalos, y es obra del mismo grupo de artistas, denota la actividad de una escuela románica de filiación mudéjar, pero que utiliza modelos de mayor prestigio, concretamente los de pura raigambre seguntina, a su vez heredados de elementos languedocianos y borgoñones. Todo lo cual nos obliga a datarla en la primera mitad del siglo XIII.
De cualquier modo, para quien piensa que estas piezas del patrimonio artístico de nuestra tierra son elementos de interés inigualable, y para quien simplemente busca un motivo que le incite al viaje de fin de semana, este templo de Villacadima, ahora felizmente recobrado tras su restauración, es una genial maravilla que bien merece ser conocida, apreciada y aplaudida. Para ti, por fin, que buscas el dato y la cifra y quieres leer lo escrito en el aire, va este recuerdo de antes del diluvio: antes del latido existía Villacadima, y después, restaurada, se llenó de sangre.