Covarrubias arquitecto en Guadalajara
Vista la pasada semana la vida y obra general del arquitecto toledano Alonso de Covarrubias, del cual se cumplen ahora los cinco siglos de su nacimiento, pasamos hoy a recordar su obra en Guadalajara. Tanto en la capital (que hoy veremos) como en otros varios lugares de la provincia (Sigüenza, Pastrana, Lupiana, Mondéjar, etc.). Fue abundante su producción en nuestra tierra, por la razón de estar esta comprendida, en gran parte, dentro del obispado de Toledo, en el siglo XVI, y ser entonces Covarrubias el más prestigioso de los arquitectos de la época.
La primera obra personal y exclusiva de Alonso de Covarrubias se encuentra en la ciudad de Guadalajara. El estudio meticuloso que de este tema hizo Layna Serrano nos lo dejó perfectamente definido hace bastante tiempo. Hoy lo recordaremos en breve resumen. El que fué palacio del caballero don Antonio de Mendoza, hermano de Iñigo López de Mendoza, constructor del palacio ducal, lo heredó a su muerte su sobrina doña Brianda de Mendoza, quien soltera e inspirada del amor divino, se hizo franciscana y fundó con diversas amigas un beaterío que fué luego convento, al cual llamaron de La Piedad. Se instalaron en el palacio del tío, que había diseñado y dirigido Lorenzo Vázquez, poniendo en él lo primero de la arquitectura renacentista. Pero necesitaban una iglesia aneja. Y para ello pensaron en un joven arquitecto toledano que prometía. Fué así que en 1526 hizo éste las trazas de iglesia y portada, poniéndose enseguida a levantar el edificio, del que se habían hecho los cimientos dos años antes. Poco duró el trámite constructivo, pues cuatro años después, en 1530, se dio por concluida la obra.
El templo de la Piedad, que fue durante el último siglo la capilla del Instituto de Enseñanza Media «Brianda de Mendoza»Alonso de, marcó una época en la construcción de templos renacientes. Puede y debe considerarse aún totalmente plateresca, especialmente en lo que a su decoración concierne, aunque ofrece una serie interesante de novedades: hay en ella un temprano ejemplo del uso de bóvedas de tabique doblado sobre arcos de medio punto con nervios falsos; tiene también una profusa decoración «al romano» que era lo que en ese primer momento de inicio del Renacimiento se tiene por moderno y más bello; es, finalmente, el gusto por la temática mas puramente clásica lo que pone de manifiesto Covarrubias al poner como remate de la portada una talla de La Piedad copiada de la de Miguel Ángel. En cualquier caso, la belleza sin par de la portada de este templo, en la que el arquitecto y tallista toledano puso su más exquisito gusto y una técnica refinada y de primera línea, sigue todavía, a pesar del abandono inmerecido en que se la tiene, sobresaliendo entre las primeras piezas del estilo plateresco en Castilla. Es, repetimos, verdaderamente lamentable que no se cuide, limpie y adecente su entorno como merece.
Pocos años después, las monjas de La Piedad de Guadalajara volvieron a llamar a Covarrubias. Era 1534, y querían que tallara el enterramiento para la fundadora, doña Brianda, que acababa de morir. Este enterramiento, que aun se conserva en el interior del templo antes tratado, es obra sencilla pero muy hermosa del plateresco, hoy imposible de admirar por el estado en que se encuentra el espacio que la contiene. Consistía en un sarcófago de alabastro tallado adornado con molduras, pilares, tondos y escudos de las armas de la difunta, y sobre él una urna de jaspe, sin bulto ni figura, en un concepto un tanto abstracto de la estatuaria funeraria.
Aunque no está perfectamente documentado, para Layna no existía duda de la paternidad de Covarrubias respecto a la capilla de los Zúñigas en la iglesia del convento de Santa Clara, hoy parroquia de Santiago. En esa capilla, situada en la cabecera de la nave del Evangelio, existe un alto arco apuntado de ingreso, con pilastras adosadas en las que lucen rosetas, todo ello muy en la línea de trabajo del toledano. El enterramiento del fundador, del que sólo queda la hornacina, podría ser también diseño de Covarrubias. En cualquier caso, no está demostrado documentalmente este dato.
Como ocurre con el desaparecido convento de monjas concepcionistas de Nª Sra. de la Concepción, que estuvo en la actual plaza de Moreno, donde luego los Paules. Dice Fernando Marías en su estudio sobre la arquitectura toledana que Covarrubias firmó las trazas para este convento en 1530. Se trataba de un templo de una sola nave, amplia y cubierta de crucería, con una sencilla portada clásica en la fachada, y que por antiguas fotos que de ella hemos visto, parece más moderna de esa fecha, de finales del XVI o principios del XVII. Y desde luego no de Covarrubias. Terminó esa obra Iñigo de Orejón, hijo de Acacio de Orejón, arquitecto de Guadalajara que intervino en la reforma del palacio del Infantado acometida por el quinto duque.
Estas obras, unas seguras y otras probables, que el arquitecto toledano del cual ahora conmemoramos el quinto centenario de su nacimiento, dejó en Guadalajara, son expresión fiel de su genialidad, y todavía hoy, en que nuestros ojos se han acostumbrado a la maravilla, al milagro, a la sorpresa, siguen extasiándonos y permitiéndonos comprender que la mano del hombre, cuando está guiada de la voluntad y del genio, puede transformar la piedra en infinito. Para una muestra, véase (si es que se puede) la portada de La Piedad en Guadalajara.