Los «diablos» de Luzón
Hace pocas jornadas, tuve la satisfacción de acudir al hermoso pueblecito de Luzón, ubicado sobre el valle alto del Tajuña, en plena serranía del Ducado, donde el aire es, incluso en el mes de agosto, limpio y cristalino como un arroyo vaporoso. La amabilidad de sus gentes es proverbial, y a todas ellas relaté como mejor pude los aconteceres varios que nuestra tierra de Guadalajara une en su geografía, su historia, su arte y su folclore.
Tras la charla, en nutrida afluencia y ambiente que tenía mucho de familiar, de familia grande y bien avenida, surgieron las anécdotas, los recuerdos, las evocaciones del pasado más o menos lejano. Siempre aparecen «los más ancianos del lugar» que tienen aún fresca, aunque sus huesos se apoyen en una garrota, la memoria de las cosas queridas.
Surgió la conversación en torno a las antiguas celebraciones, hoy día ya perdidas. Y aunque unos y otros, amantes hasta la médula de lo autóctono, están dispuestos a resucitar lo que sea. Las costumbres populares van quedando progresivamente relegadas al olvido, mientras nuevos modos se van imponiendo, un tanto artificiales y apoyados a veces en la falta de imaginación de los propios pueblos, Un abuelete me contaba el tema que hoy quiero reflejar en esta glosa, como elemento inédito del costumbrismo provincial. Me hablaba de los «diablos» de Luzón, algo que en su recuerdo, y en el de muchos del pueblo, brillaba todavía con los tonos de lo mágico, de lo terrible, de lo añorado nostálgicamente en todo caso.
Consistía a fiesta en el disfraz de varios jóvenes del pueblo, con una indumentaria peculiar y, al parecer de todos los relatantes, aterradora: Se vestían con largas sayas y zamarras, cubriéndose las partes libres del cuerpo, como eran brazos y cara, con una mezcla de ceniza y aceite, que les tiznaba de negro, pero de un negro brillante. Los dientes se los restregaban con patata, lo que les confería un aspecto intensamente blanco. En lo alto de la cabeza, unos cuernos de vaca, los más largos que encontraban, y colgando al cinto se ponían cencerros o sonajas, para armar mucha bulla. Con esas pintas, recorrían las calles del pueblo, intentando entrar en las casas, e incluso a veces, y dado que el pueblo está situado en fuerte cuesta, trataban de penetrar a las casas donde había mozas por las ventanas, para asustarlas El recuerdo de todos era que un escalofrío recorría sus espaldas cada vez que se les ponía un «diablo» delante.
La fiesta se celebraba el domingo de Carnaval, por la noche, y a pesar del frío intenso de la época, todo el pueblo se volcaba a la calle para verlo. Hace algunos años, y como «traca final» del hecho, se reunieron casi una treintena de jóvenes así ataviados. Por lo visto no ha quedado ni una sola fotografía de la fiesta, pero sí algunos trajes, cornamentas y ganas de volverlo a poner en marcha, por lo que sería un espectáculo que el próximo domingo de carnaval Luzón pudiera expresarse como un nuevo lugar donde se recupera el folclore autóctono con éstos sus diablos.
Indudablemente esta fiesta no es Un elemento aislado ni extraño en el contexto del costumbrismo festivo de Guadalajara. Las sierras ibéricas han poseído desde hace largos siglos las costumbres de sacar en el paso del invierno a la primavera, hombres transformados, exóticamente ataviados, creadores de pavor y sorpresa En Atienza fueron muy llamativas sus vaquillas y en otros lugares serranos esta costumbre de cambiar por un día el aspecto de pastor por el de ganado era muy habitual. Se ha perdido casi por completo, pero no sería anodino recuperar, aunque sólo fuera por un día al año, estas tradiciones. A los del propio pueblo les haría reencontrarse con su pasado, ser un poco más «ellos mismos», Y a los foráneos nos alegraría anotar, con todo rigor, una tradición más en el acervo que fue tan rico del folclore provincial.
Para el estudioso y el curioso, el dato está ahí: los «diablos» de Luzón, que salían horriblemente transformados el domingo de carnaval. Para los hijos del pueblo, para su dinámica «Asociación de Amigos de Luzón» la idea está lanzada. Si se recoge demostrará, como ya lo ha hecho otras veces, que su espíritu está en la línea del tiempo nuevo, de ser mejores por ser más activos, y de ser más auténticos y así más felices.
Para cuantos quieran encontrar un lugar aislado, sencillo, donde el paisaje es variado en conjunción el valle con las montañas boscosas, y la temperatura en verano nunca sube de los 25 grados, Luzón es ese lugar buscado, soñado, donde será bien recibido el viajero que hasta allí quiera desplazarse y disfrutar de un día inolvidable a las orillas del Tajuña, entre bosquedales de robles y chaparros.
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