Palacios y casonas de Guadalajara
Uno de los modos de construcción de la arquitectura civil en tiempos pasados fue el palacio. Generalmente para servir de residencia a algún potentado o noble familia, y en otras ocasiones para sede de alguna institución señalada, los palacios fueron expresión, durante muchos siglos, del poder, la fama, la virtud y la preeminencia de sus constructores y habitadores.
En la provincia de Guadalajara fueron construidos numerosos palacios, especialmente a partir de los últimos años del siglo XV, y muy particularmente en los siguientes del XVI y XVII. Los señores territoriales y jurisdiccionales que ejercían algún tipo de poder, de tipo social o económico, sobre las tierras de Guadalajara, pusieron por las ciudades y villas, o incluso en medio de los campos, sus nobles mansiones, en forma de palacios o casonas, expresivos de su preeminencia. Unos fueron, y aún lo siguen siendo, ejemplares singulares de la arquitectura y el arte. Otros, simplemente, moles pétreas, grandes y desangeladas, cuyo único rasgo de singularidad cabía en el escudo de armas que sobre el portalón de entrada campeaba. De unos y otros han llegado hasta hoy numerosos ejemplos, y hacer ahora un recorrido, aunque sea somero y breve, por estos restos del pasado, ha de servir para refrescar memorias y alentar el deseo de conocer más a fondo esta parcela del patrimonio arquitectónico, riquísimo y variado, de la provincia de Guadalajara.
La mejor representación de los palacios de Guadalajara está encarnada en el de los duques del Infantado, en la capital, obra construida a instancias de Iñigo López de Mendoza, segundo duque, y realizada por el arquitecto Juan Guas y el decorador Egas Coeman. En estilo gótico isabelino con reminiscencias mudéjares, su portada soberbia presidida por gran escudo mendocino, y su patio «de los leones» son piezas claves de la arquitectura tardo ‑ medieval española. Fue construido entre los años 1480 y 1500, con reformas posteriores.
Otro de los buenos palacios alcarreños es el que mandaron elevar para presidir la plaza mayor de Cogolludo, los duques de Medinaceli, señores del pueblo. Obra al parecer diseñada por Lorenzo Vázquez, se erigió en la última decena del siglo XV, y en su portada y patio luce el equilibrio perfecto del primer Renacimiento.
En Mondéjar los marqueses de tal título, rama familiar de los Mendoza, mandaron a Pedro Machuca construir un palacio, en los inicios del siglo XVI, del que hoy sólo quedan restos mínimos de su portada. También de esa época inicial del Renacimiento español se pueden admirar en Guadalajara los palacios de don Antonio Mendoza (obra de Lorenzo Vázquez) y de los Dávalos, quedando en la ciudad del Henares, de épocas posteriores, los magníficos palacios de los condes de Coruña (en la calle Mayor), de los Guzmán (junto a Santa María) y como representación de una nueva época y moderna arquitectura novecentisa, el palacio que alberga a la Excelentísima Diputación Provincial, obra del arquitecto Marañón.
Distribuidos por la provincia se ven muchos otros palacios que van desde el lujo y la opulencia de la casa mayor de los Silva, en la plaza principal de Pastrana, a la sencillez de las casonas de los Manrrique en Laranueva o El Pobo de Dueñas. El palacio de los duques de Pastrana, obra de Alonso de Covarrubias, presenta un aspecto de fuerza y estabilidad, con paramentos casi lisos y torreones que flanquean los ángulos de su cuadrada planta, pero el interior es diáfano, de claro sabor renacentista.
Por diversos pueblos de la Alcarria se van encontrando palacios de una nobleza tardía, casi siempre de estilo barroco: así los de Goyeneche y los López Cuadrado, en Illana; el de los condes de San Rafael en Almonacid de Zorita; el de los marqueses de Chiloeches en su mismo pueblo; los diversos que jalonan la calle mayor de Durón; el de los Polo y Cortés en Escariche; el de los Mendoza en Tamajón; los de Bravo de Lagunas y Manrique de Lara en Atienza; el de los Ibarra en Centenera, y así varias decenas más, que demuestran lo poblado y lo rico de estas comarcas en siglos pasados.
Pero será quizás la zona más densamente ocupada de palacios y casonas el Señorío de Molina, donde una nutrida representación de hidalgos, acaudalados terratenientes y ganaderos, generalmente venidos de tierras norteñas, pondrán sus casonas, dando un carácter original a estas construcciones, de paramentos recios de sillar, balconadas severas y escudos nobiliarios barrocos presidiendo el conjunto. La variedad de estos palacios molineses, de los que existen más de un centenar, es grande. Y así encontramos elementos de gran riqueza como el palacio del virrey de Manila, en la ciudad de Molina, con gran portada barroca y su fachada cubierta de pinturas al fresco. También son magníficos el palacio de los García Herreros en Milmarcos, el de los Ramírez en Hinojosa, el de los Malo en Setiles, o el de los Funes en Villel de Mesa, Otros ejemplares como la «casa grande» de Valhermoso, el palacio del obispo Utrera en Tartanedo, el de los Gálvez, en Fuentelsaz, el de Embid, o el del obispo Díaz de la Guerra en Molina, muestra los caracteres peculiares de esta arquitectura nobiliaria.