Palacios y casonas de Guadalajara

viernes, 6 enero 1984 0 Por Herrera Casado

 

Uno de los modos de construc­ción de la arquitectura civil en tiempos pasados fue el palacio. Generalmente para servir de residencia a algún potentado o no­ble familia, y en otras ocasiones para sede de alguna institución señalada, los palacios fueron expresión, durante muchos siglos, del poder, la fama, la virtud y la preeminencia de sus constructo­res y habitadores.

En la provincia de Guadalaja­ra fueron construidos numerosos palacios, especialmente a partir de los últimos años del siglo XV, y muy particularmente en los si­guientes del XVI y XVII. Los se­ñores territoriales y jurisdiccio­nales que ejercían algún tipo de poder, de tipo social o económi­co, sobre las tierras de Guadala­jara, pusieron por las ciudades y villas, o incluso en medio de los campos, sus nobles mansiones, en forma de palacios o casonas, expresivos de su preeminencia. Unos fueron, y aún lo siguen siendo, ejemplares singulares de la arquitectura y el arte. Otros, simplemente, moles pétreas, grandes y desangeladas, cuyo único rasgo de singularidad cabía en el escudo de armas que sobre el portalón de entrada campeaba. De unos y otros han llegado hasta hoy numerosos ejemplos, y hacer ahora un re­corrido, aunque sea somero y breve, por estos restos del pasa­do, ha de servir para refrescar memorias y alentar el deseo de conocer más a fondo esta par­cela del patrimonio arquitectó­nico, riquísimo y variado, de la provincia de Guadalajara.

La mejor representación de los palacios de Guadalajara está encarnada en el de los duques del Infantado, en la capital, obra construida a instancias de Iñigo López de Mendoza, segundo du­que, y realizada por el arquitecto Juan Guas y el decorador Egas Coeman. En estilo gótico isabe­lino con reminiscencias mudé­jares, su portada soberbia presi­dida por gran escudo mendocino, y su patio «de los leones» son piezas claves de la arquitectura tardo ‑ medieval española. Fue construido entre los años 1480 y 1500, con reformas posteriores.

Otro de los buenos palacios al­carreños es el que mandaron ele­var para presidir la plaza mayor de Cogolludo, los duques de Medinaceli, señores del pueblo. Obra al parecer diseñada por Lorenzo Vázquez, se erigió en la última decena del siglo XV, y en su portada y patio luce el equilibrio perfecto del primer Renacimiento.

En Mondéjar los marqueses de tal título, rama familiar de los Mendoza, mandaron a Pedro Machuca construir un palacio, en los inicios del siglo XVI, del que hoy sólo quedan restos mí­nimos de su portada. También de esa época inicial del Renacimiento español se pueden admirar en Guadalajara los palacios de don Antonio Mendoza (obra de Lorenzo Vázquez) y de los Dávalos, quedando en la ciudad del Henares, de épocas posteriores, los magníficos palacios de los condes de Coruña (en la calle Mayor), de los Guzmán (junto a Santa María) y como representación de una nueva época y moderna arquitectura novecentisa, el palacio que alberga a la Excelentísima Diputación Provincial, obra del arquitecto Marañón.

Distribuidos por la provincia se ven muchos otros palacios que van desde el lujo y la opu­lencia de la casa mayor de los Silva, en la plaza principal de Pastrana, a la sencillez de las ca­sonas de los Manrrique en Lara­nueva o El Pobo de Dueñas. El palacio de los duques de Pastra­na, obra de Alonso de Covarru­bias, presenta un aspecto de fuerza y estabilidad, con para­mentos casi lisos y torreones que flanquean los ángulos de su cua­drada planta, pero el interior es diáfano, de claro sabor renacen­tista.

Por diversos pueblos de la Al­carria se van encontrando pala­cios de una nobleza tardía, casi siempre de estilo barroco: así los de Goyeneche y los López Cua­drado, en Illana; el de los con­des de San Rafael en Almonacid de Zorita; el de los marqueses de Chiloeches en su mismo pueblo; los diversos que jalonan la calle mayor de Durón; el de los Polo y Cortés en Escariche; el de los Mendoza en Tamajón; los de Bravo de Lagunas y Manrique de Lara en Atienza; el de los Ibarra en Centenera, y así varias dece­nas más, que demuestran lo po­blado y lo rico de estas comar­cas en siglos pasados.

Pero será quizás la zona más densamente ocupada de palacios y casonas el Señorío de Molina, donde una nutrida representa­ción de hidalgos, acaudalados te­rratenientes y ganaderos, gene­ralmente venidos de tierras nor­teñas, pondrán sus casonas, dan­do un carácter original a estas construcciones, de paramentos recios de sillar, balconadas seve­ras y escudos nobiliarios barro­cos presidiendo el conjunto. La variedad de estos palacios moli­neses, de los que existen más de un centenar, es grande. Y así encontramos elementos de gran riqueza como el palacio del vi­rrey de Manila, en la ciudad de Molina, con gran portada barroca y su fachada cubierta de pinturas al fresco. También son magníficos el palacio de los García Herreros en Milmarcos, el de los Ramírez en Hinojosa, el de los Malo en Setiles, o el de los Funes en Villel de Mesa, Otros ejemplares como la «casa grande» de Valhermoso, el palacio del obispo Utrera en Tartanedo, el de los Gálvez, en Fuentelsaz, el de Embid, o el del obispo Díaz de la Guerra en Molina, muestra los caracteres peculiares de esta arquitectura nobiliaria.