San Vicente de Sigüenza, una visión del románico

sábado, 26 marzo 1983 0 Por Herrera Casado

 

En el contexto, tan amplio y variado, del estilo románico de Guadalajara, hemos llegado a distinguir tres zonas netas de influencia, diríamos que tres su­bestilos dentro del mismo: el románico de Sierra Pela, el de Si­güenza y el de Molina. En cada uno de ellos puede clasificarse posteriormente el resto de las construcciones románicas exis­tentes en la provincia.

Dentro del románico segunti­no, surgido al calor y la potencia económica y social de los obis­pos, destacan diversos edificios que pueden considerarse los ejes de ese estilo románico‑seguntino tan peculiar. Don Bernardo de Agen, en 1124 conquista la ciu­dad del alto Henares, de larga tradición ibérica y latina, (ha­bía sido la Segontia de arévacos y romanos) y en ella inicia in­mediatamente la construcción de una iglesia catedral que sea la sede de un gobierno religioso-­civil que inmediatamente im­pondrá a los numerosos pobladores que al calor de una «carta repoblacional» acudirán al nue­vo burgo.

El estilo de vida aquitano que tras don Bernardo y sus cuatro inmediatos seguidores, france­ses como él, llegan a reflejarse nítidamente en variadas áreas de la vida: una de ellas la construcción del templo mayor dedicado a Santa María. Netamente románica, la catedral seguntina refle­ja en planta y alzados, en deta­lles y estructura, el estilo románico francés. Y de ese edificio, ya iniciado en su construcción mediado el siglo XII, copiarán los tracistas el diseño en otras iglesias parroquiales que han de ir surgiendo por la parte alta, la parte vieja, de la ciudad.

El obispo don Cerebruno, ha­cia 1260, ordena la erección de dos parroquias nuevas, las de Santiago y San Vicente: una en honor del santo más apetecido de los franceses en ese momen­to. Otra para recordar y venerar al patrón de la ciudad. Ambas se construyen con celeridad, en po­cos años. Y lo hacen, de manera muy parecida, los mismos constructores de la catedral. Con idénticas y aportando similares soluciones estéticas.

La iglesia románica de San Vi­cente, en Sigüenza, sobre la que hoy nos detendremos con espe­cial atención, está recibiendo en la actualidad un tratamiento de restauración integral que nos la ha devuelto a su primitivo esta­do y estructura. La iniciativa y entusiasmo desplegado por su párroco para conseguir esta restauración, le ha llevado a con­seguir diversas ayudas oficiales, siempre insuficientes, y que de­berán ser mantenidas o aumen­tadas con objeto de llevar a buen fin el que se ha propuesto: con­seguir restaurar totalmente San Vicente, devolver a la ciudad de Sigüenza una iglesia románica perfectamente conservada, con la estructura original de cuando fue construida. La diferencia en­tre haber visto San Vicente hace cuatro años y verla ahora, es to­tal. Y lo será aun más cuando esa restauración, que como digo merece todos los apoyos, se consume.

Gracias a lo ya realizado, pode­mos interpretar de forma total este edificio religioso. Vemos que su estructura se parece todavía más que antes a la de Santiago, hermanas «gemelas» en época y estilo. San Vicente se abre en su portada a la «trabesaña alta» de Sigüenza, estrecha y alargada callejuela que junto con su para­lela la «trabesaña baja» atraían el movimiento comercial de la Sigüenza primitiva. Sobre el pa­ramento de fachada, y bajo un gran arco de piedra, se abre la portada, netamente románica, con estructura a base de arco se­micircular, subdividido en varias arquivoltas que van a su vez cargadas de decoración geométrica y vegetal. Vemos tres grandes arquivoltas, que llevan (de fuera adentro) rosáceas amplias, ho­jas dobladas simétricamente y un fino taqueado. Por fuera, se arropa con cinta de estrellas y picos. Todo ello carga sobre fina imposta lisa, que a su vez des­cansa sobre una fila de tres ca­piteles a cada lado, capiteles de sencilla decoración vegetal, y so­bre columnas.

Traspasado el portón, el visi­tante se encuentra con un recin­to de mágico ambiente. Una na­ve única protagoniza la tensión arquitectónica. La luz que pene­tra por la cabecera entrechoca con los muros, y da al ámbito una irreal opacidad, una especie de muro continuo del que poco a poco se va saliendo tras perma­necer un rato en su contempla­ción. Aunque aún falta la eli­minación de algunos elementos (techo falso de escayola y ador­nos barrocos, y pilares falsos la­terales) puede hablarse en tonos generales del edificio. La nave única se escolta de haces de pi­lastras delgadas, que acaban en pequeños capiteles vegetales si­milares a los de la portada. De ellos surgen fuertes arcos torales que sujetan la techumbre. Lo más imponente es el presbiterio, el ámbito sagrado por excelencia. Su planta es muy irregular, tra­pezoidal. Quizás se hizo así para aprovechar las condiciones del terreno. Ello le hace, indudablemente, perder en equilibrio y grandiosidad, pero le aporta al templo un aire distinto, de mu­cha personalidad.

El presbiterio de San Vicente es más elevado que la nave. Se penetra a él por arco triunfal escoltado de columnas adosadas y rematadas en capiteles vegeta­les. Posteriormente al arco, el recinto se ensancha. Se constituye por haces de tres pilares muy delgados adosados en cada esqui­na, rematados en capiteles, que a su vez sujetan una cúpula de crucería muy simple. En la pa­red del fondo, el hastial mayor, en el que no hay ningún tipo de ábside, se abren tres vanos. El central es más amplio y en él se ha incluido hoy el altar. Se bor­dea de un baquetón sencillo. A los lados, sendos arquillos per­miten el ingreso a otras depen­dencias posteriores. En su ini­cio, esos arquillos laterales hi­cieron el oficio de pequeñísimos ábsides, como reservorio del sa­grario, capilla mínima, etc. Es curioso que esta iglesia de San Vicente reproduzca, de forma tan original, la planta típica del templo medieval románico. Es como un resumen de lo catedra­licio que más abajo, a media la­dera de la ciudad, se está cons­truyendo. Nave única, y emergiendo del muro final tres pequeños ábsides, que no llegan a reflejarse en la planta. Son casi solamente hornacinas. Pero la cabecera del templo tiene las mismas funciones de las grandes catedrales: alberga el altar, las reliquias y sagrario. Es, de todos modos, el punto máximo del rito.

Al mismo tiempo de la recu­peración de estructura tan ori­ginal el párroco de San Vicente está remodelando y ornamen­tando su templo con algunos de­talles de la época. El Cristo gó­tico de San Vicente permanece presidiendo el muro principal. Obra magnífica de la estatuaria medieval. Sobre los muros del presbiterio se abren dos roseto­nes y un ventanal de arco semi­circular. En definitiva, la visi­ta de esta iglesia, para cuantos no la hayan realizado desde ha­ce años, constituirá de seguro una sorpresa agradable, tanto más importante por cuanto vie­ne a ser la recuperación, y al mismo tiempo el hallazgo, de una obra muy interesante de nuestro románico que estaba in­suficientemente estudiada.

Desde aquí, desde nuestra vo­luntad de divulgar en lo posible la riqueza artística y monumen­tal de nuestra tierra, recomen­damos muy vivamente la visita a San Vicente de Sigüenza, y ani­mamos a su párroco a continuar en su tarea, ardua y perseveran­te, de restauración y embellecimiento. La provincia entera se lo agradecerá.