Llegamos a Valdeavellano

sábado, 6 febrero 1982 0 Por Herrera Casado

 

Desde Guadalajara, en cualquier tarde de domingo, puede el curioso y amante de las tierras alcarreñas acercarse, por la carretera de Cuenca y a través de la desviación de Lupiana, llegar con facilidad a un típico enclave de nuestra comarca, a la villa de Valdeavellano, que le va a ofrecer algunas singularidades en arte y costumbrismo, destacando entre todas el edificio de su iglesia parroquial, que se conserva casi intacto de reformas y añadidos desde el siglo XII en que fuera construido, en un elegante estilo románico.

Se encontrará el viajero a Valdeavellano en una leve depresión que hace la meseta alcarreña, en un declive de lo que será una barrancada que baja hasta el cercano y profundo valle del río Ungría; su caserío es irregular, con algunos ejemplares de arquitectura autóctona, polarizado entre los dos núcleos de la vida en el poblado: la plaza mayor, donde asienta el ayuntamiento, y la mencionada iglesia parroquial, siempre en esa oscilación de los poderes rurales, lo civil y lo eclesiástico.

La toponimia de Valdeavellano es de fácil comprensión, y desde la reconquista fue aldea perteneciente al Común de Villa y Tierra de Guadalajara, fue entonces cuando se fundó el pueblo (era el siglo XII) y cuando comenzó el régimen de vida que aún permanece: la agricultura de sus amplias extensiones.

En el siglo XVI, a 3 de febrero de 1554, el Emperador Carlos le concedió el título y prerrogativas de Villa con jurisdicción propia. En el siglo XVII figuran como grandes señores y potentados en Valdeavellano los de la familia La Bastida, que poseían en su término enormes viñedos y nutridas ganaderías de reses bravas. Aunque no ejercían señorío judicial, ellos se encargaban del cobro de todos los impuestos de la villa, lo mismo que en siglo XVIII hacía el duque del Parque y marqués de Vallecerrato.

En cuanto el viajero llega a Valdeavellano, lo primero que le aparece al encuentro es su plaza mayor, y en el centro de ella, sobre un gran pedestal pétreo, el rollo o picota, símbolo de villazgo, hermoso ejemplar del siglo XVI, construido por columna de fuste estriado, sin acabar, y remate en desgastado florón, apareciendo sobre el capitel cuatro bellas cabezas de leones.

Caminando por la calle principal se llega hasta la iglesia parroquial, dedicada a Santa María Magdalena. Se trata de una interesante obra den arte románico, construida a fines del siglo XII, y con algunas reformas y añadidos posteriores. De su primitiva estructura conserva los muros de poniente, sur (dentro del atrio y cubierto por la sacristía) y el ábside orientado a levante. Sobre el primero de ellos, se alza una bella espadaña. En el segundo, se abre grandiosa la puerta de acceso, formada por seis arquivoltas de grueso baquetón, uno de ellos trazado en zig‑zag, y el más interior, que sirve de cancel y lleva varios profundos dentellones, muestra una magnífica decoración de entrelazo en ocho inacabable. Apoyan estos arcos en sendos capiteles del mismo estilo y época, en los que se ven motivos vegetales, con complicadas lacerías de gusto oriental. En dos de estos capiteles, el artista se entretuvo en tallar, toscamente, sendas escenas de animales: en uno aparece un perro atado por el cuello, junto a otro perro royendo un hueso, y en el otro se aprecia un viejo pastor con su cayado, y a cada lado dos animales con cuernos que parecen cabras. El exterior del ábside muestra una pequeña ventana en su centro, formada por arco de medio punto resaltado El atrio exterior que precede a la iglesia en su lado sur, es obra posterior, constituida por cuatro arcos ojivales sin adorno ni decoración alguna. La nave interior se cubre de artesonado de madera muy sencillo. Sobre el presbiterio y entrada a la capilla mayor, hay sendos arcos triunfales. semicirculares, apoyados en sencillos capiteles. Al norte se añadió en el siglo XVI, breve nave separada de la primitiva por tres pilares cilíndricos. A los pies del templo hay un coro alto, y bajo él, en la capilla del bautismo, una magnífica pila bautismal románica, contemporánea de la puerta, que tiene en su franja superior tallada admirablemente una cenefa en madeja de ochos inacabable, similar a la del arco interno de la portada. La copa de la pila, que apoya sobre estrecho pie, está simplemente ranurada.

En la capilla de la cabecera de la nave del evangelio, que fundó el eclesiástico don Luís Lozano, se ve la lápida funeraria a él perteneciente. En el suelo de la nave aparece otra lápida, con gran escudo tallado de caballero calatravo, timbrado de yelmo y lambrequines de plumas, en la cual se lee con dificultad: «…iglesia y de sus deudos y señores del Maiorazgo… los Bastidas púsose en el… de Dº de La Bastida, sobrino C de la Orden de Calatrava ‑ Año 1651» perteneciente al enterramiento de un miembro de la poderosa familia La Bastida, a quien perteneció el caserón con patio anterior que todavía existe detrás de la iglesia, y en cuyo arco de entrada se ve el mismo escudo, sostenido por dos niños con inscripción que dice: «..ndo…honre gloria». Este escudo era el mismo que coronaba la puerta y el arranque de la escalera del magnífico palacio de los La Bastida en Guadalajara, que fue derribado no hace muchos años, sin tener la más mínima consideración a su interés arquitectónico, y levantado sobre su solar el actual edificio de la Delegación del Ministerio de Trabajo.

En el camino que baja hacia Atanzón, a escasa distancia del pueblo aparece la gran fuente pública, con muro de sillar sobre el que destaca tallado el escudo del reino, de Castilla y León, obra del siglo XVI en su primera mitad.

Charlando en la plaza con los elementos veteranos de Valdeavellano, éstos nos recuerdan también algunas de las fiestas que todavía tienen cierta raigambre o recuerdo en el pueblo. Ahora en febrero, (ayer concretamente) se celebra a Santa Águeda, y antiguamente al parecer existía la costumbre de recorrer las calles enmascarados sus vecinos, quedando hoy solamente el rito de que los maestros guisen unas patatas a los niños de la escuela. El último domingo de mayo se hacía una romería en honra de la Virgen de la Soledad. El 14 de septiembre se celebra la fiesta del Santo Cristo de la Fe, haciendo bailes, música, gran chocolatada y rondas de mozos. En diciembre se celebra Santa Lucía. Pero de todos modos cualquier época es buena para llegarse hasta Valdeavellano a conocer un típico y simpático pueblecillo alcarreño.,