El Palacio de Antonio de Mendoza y el convento de la Piedad

sábado, 10 mayo 1980 0 Por Herrera Casado

 

Entre las diversas obras de restauración recientemente iniciadas en nuestra ciudad por parte de la Dirección General del Patrimonio Artístico, y que vienen puntualmente a salvar algunos de nuestros más preciados monumentos del pasado, destacan las que se llevan a cabo en el antiguo Instituto de Enseñanza Media, cuya no utilización desde hace algún tiempo, hace que su deterioro sea acelerado y peligroso. Es por ello que, como primer punto, se ha comenzado limpiando la fachada de la iglesia de la Piedad, y es posible que luego continúe con la del palacio propiamente dicho. Las obras de restauración total, costosas y complicadas, no se sabe cuando llegarán; quizás el día en que se ponga en su seno la anunciada escuela de Artes y Oficios.

En comentarios recientes, he podido observar el gran despiste que existe en cuanto a la denominación de este edificio. Hasta hace unos años, todos le llamaban «Instituto de Enseñanza Media Brianda de Mendoza», y hasta en esa forma figura en el nomenclátor oficial de monumentos nacionales así como en muchas guías. Al perder esa función, y apuntando mas datos recogidos de terceros, en prensa y conversaciones, en informes y comentarios se le llama «palacio de los Mendoza» y otras cosas aún más extrañas. Para centrar su nombre, su historia y su valor artístico, doy aquí una referencia escueta de esta joya del renacimiento alcarreño, que debe seguir recuperándose para la ciudad.

En el centro de la ciudad, en la antigua colación de San Andrés, donde habitaba a finales del siglo XV nutrida colonia hebrea, puso don Antonio de Mendoza su gran palacio renacentista una de las primeras muestras que del estilo recién importado de Italia se elaboraron en Castilla era este señor hijo del primer duque del Infantado don Diego Hurtado de Mendoza, y junto a él y sus numerosos hermanos y familiares, que constituían la lucida corte mendocina de Guadalajara, intervino en la guerra de Granada, mostrándose valeroso. Permaneció siempre soltero, y al retirarse de la guerra decidió construirse casa propia, elevando este palacio con la colaboración de artistas que ya su tío el gran Cardenal Mendoza había tomado a su servicio, y que fueron los introductores en Castilla del modo renacentista de construir, decorar y concebir el arte.

Muerto este señor en 1510, con el palacio ya concluido, lo heredó su sobrina, también soltera, doña Brianda de Mendoza y Luna, hija del segundo duque del Infantado, don Iñigo López de Mendoza. Piadosa mujer que decidió ocupar el gran caserón para alojar una comunidad religiosa, que en 1524 fue autorizada por Bula de Clemente VII fundando beaterío de la Orden Tercera de San Francisco y añadido un Colegio de Doncellas. Para esta institución habilitó doña Brianda el palacio de su tío y le añadió una gran iglesia, en la que colaboraron los mejores artistas castellanos del primer tercio del siglo XVI. A la muerte de la fundadora, en 1534 ya estaba definitivamente acabado el edificio. A raíz del Concilio de Trento, el beaterío se convirtió en convento de monjas franciscanas, que albergó a gran número de doncellas y viudas de la aristocracia alcarreña. En 1835 fue disuelta su comunidad y el edificio utilizado para Museo Provincial, Diputación Provincial Cárcel pública e Instituto de Enseñanza Media.

El conjunto de las fachadas del palacio e iglesia es uno de los rincones de Castilla donde más rico y elocuente se muestra el albor renacentista. La portada del palacio se constituye por un arco semicircular, finamente decorado, apoyado en sendas pilastras; toco ello enmarcado a su vez por otras pilastras de profusa decoración a base de cartelas, armaduras, trofeos militares y frutos, rematadas por capiteles de complicada representación vegetal; se cubre por diversos frisos y molduras de cargada decoración de roleos y cuernos de la abundancia; el conjunto aún remataba un frontón triangular con densa ornamentación, incluyendo en su centro el escudo heráldico del fundador (tal como vemos en la fotografía adjunta, tomada a comienzos del siglo XX) pero fue retirado hace muchos años, colocando en su lugar un balcón, privando a la portada de su auténtico carácter toscano. A través de pequeño zaguán se sube hasta el patio del palacio, obra magistral de la arquitectura civil del Renacimiento: de planta cuadrada, en cada lado aparecen seis columnas cilíndricas de liso fuste que sostienen capiteles de clara raigambre alcarreña, consistentes en una corona de hojas ciñendo el arranque del capitel, cuyo cuerpo se adorna de poco profundas estrías, y la moldura superior se adorna de ovas. Cargan sobre estos capiteles magníficas y anchas zapatas de labrada madera, y corre sobre todas ellas una doble cornisa prolijamente adornada. El segundo piso del patio consta del mismo número de columnas, capiteles bellísimos, similares zapatas y  más pronunciado alero. Entre una y otra columna corre un antepecho calado, con la piedra tallada en dibujo que semeja panal. En el centro existió un pozo con brocal de tallados grutescos; hoy suple su presencia la ya clásica palmera. Sobre el muro norte de este claustro luce un gran escudo imperial tallado en piedra de Tamajón, que estuvo situado sobre la puerta del Mercado, y que fue traído aquí al ser derribada. En el ala de levante se abre el gran hueco de la escalera de honor, de tres tramos, con pasamanos de bien tallada piedra, calada en forma de panal su barandilla, con gran escudo de Mendoza y Luna sobre fondo avenerado, en su tramo central. La parte de galería alta que queda sin muro en la parte en que se abre la escalera, se apoya en tres columnas con capiteles de rica decoración a base de copas y delfines. El hueco de la escalera se cubre por gran alfarje renacentista a base de una combinación de tradición mudéjar en la que se conjuntan irregulares hexágonos cubiertos de rica decoración plateresca. La parte baja de los muros del patio y escalera se cubren de una buena colección de azulejos sevillanos del siglo XIX. En este edificio, ahora vacío, se guarda el museo de Ciencias Naturales que fue de la Universidad de Sigüenza, aquí trasladado en la pasada centuria, lo mismo que una rica biblioteca y una serie de grandes lienzos con retratos de obispos y colegiales ilustres del de San Antonio de Portaceli de Sigüenza, todo lo cual ha sido trasladado al nuevo edificio del Instituto de Enseñanza Media. Se desconoce el autor o autores de este palacio, aunque muy bien pudiera haber intervenido en su traza y dirección el maestro Lorenzo Vázquez, introductor del Renacimiento arquitectónico en los estados mendocinos.

La iglesia del convento de la Piedad fue construida hacia 1530, participando el maestro Alonso de Covarrubias en su traza y en la talla de la portada, una de las joyas del arte plateresco castellano. Se presenta ésta entre dos salientes contrafuertes, entre los que salta un arcosolio con el intradós cuajado de casetones con rosetas, y rematado en calada crestería y tejadillo que cubre el conjunto. La puerta propiamente dicha se compone de un alto arco semicircular cubierto de fina decoración, sobre pilastras; a los lados, bellísimos balaustres sobre pedestales, todo tapizado de profusa y delicadísima decoración plateresca, con magníficos capiteles rematados en cabezas de carneros; encima, varias molduras y un ancho friso de grutescos con escudo central; sus extremos rematan en flameros, mientras en el centro surge una hornacina avenerada flanqueada de pilastrillas y roleos, con un extraordinario grupo de La Piedad, de aire en cierto sentido gotizante, en que se ve a Cristo tendido en los brazos de María, acompañada de San Juan y la Magdalena. Un par de escudos de Mendoza y Luna completan el conjunto. El interior era magnífico templo de altas cúpulas de nervatura y frisos con frases alusivas; retablos de talla y pintura; rejas, enterramientos, etc. Nada quedó de ello: el presbiterio se derribó para ensanchar la calle que corre detrás; su altura se dividió en dos para crear en la parte baja capilla de Instituto, y en la alta salón de actos, en el cual aún se observan los arranques de las bóvedas, y escudos esculpidos en las ménsulas. Sólo quedó el sepulcro de la fundadora, doña Brianda de Mendoza, en cuya urna de tallado alabastro blanquecino se aprecian, algo des gastados después de haber permanecido largos años bajo escombros, los escudos de armas de la familia Mendoza y Luna, y una agradable serie de pilastras y grutescos. Se cubre el enterramiento con una gran pieza variamente moldurada de jaspe rosáceo. Este enterramiento fue también trazado y tallado por Alonso de Covarrubias.

Esta es, en breve síntesis, la historia y descripción de un palacio renacentista que sobresale entre todos los de Castilla, coma uno de los primeros construidos en su estilo, y también en su calidad de modelo y referencia que otros arquitectos y magnates seguirán en sus obras. Ojala que pronto lo volvamos a ver vivo útil y espléndido como lo fue en su primer día.