Un poeta alcarreño: Luís Gálvez de Montalvo
Fue lucido ingenio, como lo demuestra aquel libro celebrado que hizo del Pastor de Filida, a donde debajo de la corteza de rústicos pastores, disfraza grandes señores, hijos de Guadalajara, dice de él Francisco de Torres, en su inédita «Historia de Guadalajara». Porque poeta, y muy renombrado, fue Luís Gálvez de Montalvo, habiendo llegado memoria de él en amplios círculos y aún muchos años después de su muerte, entrando en la nómina del Parnaso hispano hasta la fecha.
Luís Gálvez de Montalvo nació en Guadalajara, en el año de 1549, cuando sobre medio mundo lucía la imperial corona de Carlos V. Muy poco se sabe de su vida, y ello gracias a don Juan Antonio Mayans y Siscar, valenciano, quien en el siglo XVIII se propuso descifrar las alegrías contenidas en el libro escrito por Gálvez de Montalvo, dando así, en el prólogo a la sexta edición de la pastoril novela escrita por nuestro compatriota, una larga de serie de interesantes datos sobre el poeta y la vida cortesana de Guadalajara en la segunda mitad del siglo XVI. Así sabemos que fue gentil hombre cortesano de don Enrique de Mendoza y Aragón, nieto que fue de los duques del Infantado. De la estirpe mendocina surgió, pues el palmetazo que empujó a Gálvez a la carrera literaria.
Anduvo primeramente nuestro personaje por los dorados caminos de la poesía. De él llegó a decir Cejador: Fue escritor culto y algo afectado, que imitó a Sannázaro; la forma igualmente culta, pero excelente y los versos fáciles, sobre todo en redondillas, en que aventajó a Montemayor y rivalizó con Gregorio Silvestre; pero malea a veces su poesía cierta punta de conceptismo y amaneramiento, a pesar de su buen gusto. Bartolomé de Góngora, en su erudita obra «Corregidor sagaz» le calificaba de soberano ingenio. López de Maldonado, en su «Cancionero», le llama Pastor en una afectuosa epístola en tercetos.
Fue aquel siglo XVI español el que contempló el clamoroso éxito de la novela pastoril. Era éste, un tipo de literatura que llegaba, complaciendo, al gran público, como antes lo había hecho el tema de la caballería, y luego lo haría la picaresca. Sin embargo, ello no significa que no se produjeran obras auténticamente maestras en el género, como pueden ser la «Arcadia» de Sannázaro, la «Diana» de Jorge de Montemayor o su continuación por Gil Polo, y aún los pinitos que en el tema hicieron Cervantes y Lope de Vega, con sus «Galatea» y «Arcadia», respectivamente. Siguiendo esta corriente, dio nuestro poeta en dedicarse también a este género de novela, y para ello adoptó, en primer lugar, un nombre poético: «Siralvo» le pareció adecuado, pues recuerda música de flautas entre las peñas del monte. Y escribió su obra «El Pastor de Filida» que le habría de dar justa fama. Fue impresa cuando el autor contaba 33 años, en 1582, en Madrid.
Es «El Pastor de Filida» un libro de los llamados «con clave» que invitan a curiosear en ajenas vidas, y que eso ha dado mucho que hablar, primero al público, y luego a los críticos. Sobre Filida luego hablaremos. Pasemos de momento a decir algo más sobre el libro. Es ésta una de esas obras que hubieron la inmensa honra de pertenecer a la biblioteca de don Quijote de la Mancha. Ello es indudable, pues en el donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo, apareció, entre otros muchos, «El Pastor de Filida».
No es ese pastor-dijo el cura- sino muy discreto cortesano: guárdese como joya preciosa.
Por supuesto que la opinión del cura es la opinión del mismísimo Cervantes. Y, como se ve, para el más grande de los literatos españoles era la obra de Montalvo joya preciosa. (Cervantes tuvo amistad personal con Gálvez de Montalvo: todo hay que decirlo).
De todos modos, el segundo y definitivo espalderazo de confirmación a la valía de «El Pastor de Filida», lo dio el público que es quien de verdad dice si una obra es buena o no. Fue reeditada en Lisboa en 1589, todavía en vida de su autor, y luego en Madrid, en 1590 y 1600, y en Barcelona, en 1613. Don Juan Antonio Mayans la reimprimió en 1792. Más recientemente, en el tomo VII de la Nueva Biblioteca de Autores Españoles, recogida por Menéndez y Pelayo, se puede leer entre las páginas 399 y 484.
Y ahora hablaremos un poco de Filida. Las opiniones a este respecto son encontradas. Dice Pellicer en sus notas al «Quijote» que Lope de Vega tenía por verdadera a esta dama. Filida era en realidad el nombre poético, pastoril, de la mujer que levantó la gran pasión de Gálvez de Montalvo. Era esta mujer, una doncella noble de Andalucía, muy probablemente dona Magdalena Girón, hermana del primer duque de Osuna. Gran número de Canciones dedicó nuestro poeta a esta dama misteriosa:
Pastora, tus ojos bellos
mi cielo puedo llamallos,
pues en llegando a mirallos,
se me pasa el alma a ellos.
Para Luís Gálvez, llamar pastora a su amada no era, como ahora nos pudiera parecer, en ningún modo adjetivo peyorativo, sino confirmación de la alta idealidad en que la tenía escondida. Debería estar nuestro hombre verdaderamente electrizado por los ojos de la belleza andaluza, pues más adelante confiesa:
Filida, tus ojos bellos,
al que se atreve a mirallos,
muy más fácil que alaballos,
le será morir por ellos.
Y luego enumera todas las gracias que esos ojos, a los que tan lejos podían arrastrar a un hombre, tenían:
Son ojos verdes, rasgados,
en el revolver suaves,
apacibles sobre graves,
mañosos y descuidados.
Pero algo extraño, inesperado, no sabemos aún si horrible o venturoso, debió ocurrir en la vida de nuestro personaje, que le conmovió profundamente el ánimo, y decidió marchar a Italia, quizás acompañando a su señor, o bien enrolado en el ejército, que era, en aquellos días de gloria, el principal promotor de la grandeza y fama hispana.
El día 7 de octubre de 1571, se consigue, bajo el mando de don Juan de Austria, una de las más grandes batallas de la historia: en Lepanto son derrotados escandalosamente los turcos mandados por Alí Bajá. Aquella hazaña llenó de entusiasmo el corazón de los españoles, y sobre todo de los jóvenes, entre los que se encontraba con 22 años, Gálvez de Montalvo.
No sabemos nada en concreto sobre los motivos que obligaron al poeta a emprender el camino de Italia ¿Fueron contrariedades en su amor? ¿Fue el ansia de sentir nuevas experiencias? Respecto a la primera posibilidad tenemos el documento de estas doloridas redondillas que nos dejó Luís Gálvez:
Húyoso de vos agora,
aunque decirlo es afrenta;
más si vos quedais contenta,
iré pagado, señora,
sin derramar más querellas;
que en su mayor fundamento
las ha de llevar al viento,
y a mí la vida tras ellas.
¿Huyó de verdad de su amada? ¿O más bien fue una simple partida, sin demasiado dramatismo? Sigue diciendo el poeta:
Partíme de vos sin veros,
porque no puedan decirme
que fue posible partirme
y no lo fue enterneceros;
excusaré, mal mi grado,
el juzgar en la partida,
a vos por desconocida,
y a mí por desesperado.
No hay fortuna que asegure
aquel que de vos se parte,
ni tiempo, razón ni arte
que por su salud procure;
y así, a tan amarga suerte
no buscaré resistencia;
pues vos disteís la sentencia,
yo ejecutaré mi muerte.
Sí que se muestra un tanto dramática esta última estrofa. Tal vez los desaires llegaron a un punto tal, que nuestro poeta se vio en la única posibilidad de desaparecer de su lado, y pensó que Italia sería un buen lugar donde, al tiempo de rechazar a los tozudos turcos, poder dejar la vida porque su amada quedara bien servida:
Yo me huyo y no me quejo,
porque no vengo conmigo;
perdonadme que os lo digo
por galardón de que os dejo;
y si os mostrareis servida
en partirme de esta suerte,
podrá decir que la muerte
me valió más que la vida.
¿Dónde dejó la vida Luís Gálvez de Montalvo? Unos creen que fue hacia 1591, cuando España mantenía su poder sobre Milán, Nápoles, Sicilia y Cerdeña, y era entrañable la amistad y cooperación con la señora de Génova. Era aquella una época de relativa tranquilidad en la península itálica, turbada solo por las luchas exteriores contra los enemigos de la monarquía, y por las continuas incursiones de los piratas turcos a lo largo de las costas italianas. Creen otros que su muerte acaeció en 1614. Fuera en una u otra fecha, aún encontró en Italia el tiempo suficiente para seguir cultivando su arte y traduciendo poesías italianas, tal como la «Jerusalén», de Tasco; en Roma se ocupó de esta tarea intelectual, y como no la llegó a concluir, Lope de Vega se duele mucho de ello, así como de su muerte súbita, según nos dice en el «Isidro» el Fénix de los Ingenios. También tradujo Gálvez de Montalvo el «Llanto de San Pedro» de Tansilo. Hoy nos queda un muy leve recuerdo de este que ha sido uno de los más altos exponentes de la poesía alcarreña, y que ahora, en breve pausa, recordamos.
Bibliografía:
Catalina García Juan: Bibliografía de la provincia de Guadalajara, Madrid 1899, páginas 144‑149.
Mayans y Siscar, J.A.: Prólogo a «El Pastor de Filida», Valencia, 1792.
Saiz de Robles, F.C.: «Historia y antología española», Madrid 1964, páginas 670‑673.
Rodríguez Marín, F.: La Filida de Gálvez de Montalvo, discurso en la Real Academia de la Historia, 1927.
E.D.: Sannazaro’s «Arcadia» and Galve de Montalvo’s «El Pastor de Filida», en «Modern Language Notes», CVII, 1942.