Monarcas castellanos por Guadalajara, Sigüenza y Molina

sábado, 15 abril 1978 0 Por Herrera Casado

 

Tras muchos años de paciente espera, cincuenta exactamente, un Rey dé España, un Rey de Castilla, un Jefe del, Estado Español va a realizar una, visita, oficial y densa, a la ciudad de Guadalajara, y a las de Sigüenza y Molina. Va a saborear la distancia y la belleza de nuestros paisajes; va a recorrer las viejas callejas y edificios de sus poblaciones, a recibir el calor de sus habitantes en el grito entusiástico de sus gargantas. Dentro de unos días, las tres ciudades que, con el rango de tales, hay en nuestra provincia, vibrarán encendidas al paso de su Rey: Guadalajara, Sigüenza y Molina recibirán alegres a Don Juan Carlos, primero de su nombre, cabeza de la dinastía de Borbón, y caballero egregio de la europea Orden del Toisón de Oro. El Monarca Reconciliador y va a recorrer, ante la vibrante manifestación del cordial recibimiento, las ciudades castellanas de Guadalajara, Sigüenza y Molina, por las que, hace ya muchos años, sus antecesores en el Trono también pasaron.

Y creo que ha de ser esta ocasión buena para recordar algunas efemérides de visitas reales a nuestra tierra. Siempre fieles a sus monarcas, Guadalajara y su tierra; Sigüenza y su episcopado; Molina y su Señorío, se han manifestado entusiastas a su paso.

Así ocurrió, por ejemplo, cuando en varias ocasiones cruzó las ondulaciones alcarreñas la Majestad Imperial de Carlos I. El 29 de octubre de 1533 fue hospedado con gran pompa en el palacio del Infantado, recibiendo las atenciones de su dueño, don Iñigo López de Mendoza, cuarto duque, y de todo el pueblo arriacense. Dos años después, el 3 de marzo de 1535, vuelve a alojarse el Emperador en este Palacio, y fue entonces cuando el monarca, impresionado vivamente por la majestuosa belleza del artesonado mudéjar de la «sala de la Linterna», obra en la que participaron, entre otros, Mohamad Sillero, y Alfonso Díaz de Berlanga, pidió un hachón y una escalera, y subió por sí mismo a contemplar de cerca aquella obra a la que calificó de «cosa maravillosa de ver». Cuando al día siguiente continuó el camino hacia Barcelona, los caballeros alcarreños le ofrecieron, con toda la colorida magnificencia de su boato, el «paso honorroso» de Torija, en que justaron e lucieron alarde los nobles de la ciudad. Y aun en 1543, también a principios de marzo, se alojó Carlos I en el palacio de los Mendoza, cuando viajaba rumbo a Alemania

Pero la visita real más sonada que tuvo Guadalajara a lo largo de toda su historia, fue sin duda la que en enero de 1560 hizo el omnipotente Felipe II cuando vino a casarse con doña Isabel de Valois. El duque del Infantado, y toda su corte, viajaron hasta Roncesvalles a recibir a la “princesa de la Paz” y la acompañaron costosamente hasta llegar a Guadalajara, done ya esperaba el Rey. El 28 de enero, por la tarde, y en el interior del palacio mendocino, se celebraron los desposorios, siguiendo luego varios días de fiestas, de danzas, de demostraciones de ingenio y caballería, de comidas, de corridas de toros frente a palacio, de manifestaciones concejiles en la plaza mayor, terminando con el gran reparto de «joyas y preseas» que el duque don Iñigo hizo a los reyes y a toda su corte. Aún volvió  don Felipe, en 1585, acompañado de su cuarta esposa doña Ana de Austria, el príncipe heredero y otros infantes, pero en esta ocasión no refieren los cronistas que se dieran fiestas ni saráos, pues, no era el rey amigo de estas cosas. Por Sigüenza pasaron en muchas ocasiones las comitivas reales, en su trasiego de cortes y de quehaceres. En los, últimos días de noviembre de 1487, llegaron a la ciudad del alto Henares los Reyes Católicos, doña Isabel y don Fernando, acompañados de todos sus hijos, en viaje hacia Aragón, en cuyas Cortes había de ser reconocido heredero el príncipe don Juan. Llegaron acompañados de su canciller mayor, del Cardenal y Obispo seguntino don Pedro González de Mendoza, en ocasión que éste aprovechó para lucir su generosidad ante la que esperaba de sus señores monarcas: reparó y aun elevó más las techumbres de la catedral, donó ornamentos y obras de orfebrería, y se encargó de comenzar el coro nuevo, de tallada madera gótica, en imitación de los que poco antes se habían concluido en los monasterios de Miraflores de Burgos y Santo Tomás de Ávila. Quizás fue la magnificencia de los reyes la que quiso que Sigüenza luciera el gótico en toda su gala más alta y esplendorosa. En el siglo XVI, la presencia física de los Reyes fue frecuente, si no por la misa ciudad seguntina, si por sus cercanía y caminos. En el episcopado de don Fray  Lorenzo de Figueroa y Córdoba, pasaron por Torremocha una vez, en 1585, y por Atienza otra, poco después, el Rey Felipe II y toda su familia. En la primera ocasión, se entretuvo varios días, lo mismo que había hecho en varias ocasiones anteriores, en el monasterio jerónimo de San Bartolomé de Lupiana, del que era patrón de su capilla mayor, y en el que tenía buenos amigos entre los monjes. Siglos más tarde, otra visita sonada a Sigüenza fue la que realizó el absolutista Fernando VII, quien acompañado de su esposa María Josefa Amalia de Sajonia, d1l duque del Infantado, del ministro Calomarde y numeroso séquito, moró tres días de agosto de 1827 en la ciudad medieval, hospedándose en el castillo-­palacio de los Obispos. Su visita obedecía al deseo, y necesidad, que tenía de haber una descendencia que asegurara el trono a su dinastía, pues volviendo del balneario conquense de Solán de Cabras, donde dice, la popular tradición que son sus aguas remedio seguro de cualquier esterilidad, quiso Fernando VII  agotar todos los recursos sobrenaturales que para este objeto disponía la piedad popular y así en Sigüenza oraron largos ratos ante los restos de Santa Librada, patrona de la ciudad, y abogada celeste contra la infertilidad (nació en un parto de nueve hermanas, todas ellas santas y compañeras. en el martirio y en el altar que en la catedral seguntina mandó erigir a principios del siglo XVI el obispo don Fadrique de Portugal).

El paso de los Reyes de España por Molina de Aragón también fue frecuente en siglos pasados. A fines del XV, don Fernando el Católico, pasando de Aragón a Castilla, se detuvo en la capital del Señorío molinés, y allí cumplió el rito que todo visitante, popular o ilustre, tenía impuesto: Regando junto a la inclinada torre de San Gil que parecía tenerse en el ayre y ponía temor verse qualquiera debajo delta, se entretuvo en comprobar, con su propio cuerpo la prodigiosa ‑ inclinación del monumento, poniendo ‑el rey‑ las puntas de los pies y la tripa pegada a la misma torre, no se podía tener si no le ayudaban, y así llevó que contar de esta torre, como cosa que parecía maravillosa. Antes se hundió el resto de la iglesia que la torcida torre, y ya en el siglo XVII hicieron una nueva.

Memorable fue, en Molina, la estancia que el rey Felipe IV tuvo el año 1642. Los graves sucesos de Aragón y Cataluña, sublevados contra la autoridad real, fueron causa de guerra cruel y el mismo monarca encabezó la expedición, que, saliendo de Madrid a través de Aranjuez y Cuenca llegó a Molina en el mes de Julio deteniéndose el rey por espacio de 20 días, ya en la antesala del Aragón insurrecto. Se ocupó allí de organizar el ejército que iría hasta Cataluña, preparando una gran revista general en el arrabal del Humilladero, el día 17 de julio de dicho año, a la que acudió el rey acompañado del entonces capitán de los Caballeros de Doña Blanca, e ilustre cronista molinés, don Diego Sánchez Portocarrero; visitó y alentó a las fábricas de artillería y balas establecidas en Corduente y en Orea;  asistió al Santuario de la Virgen de la; Hoz patrona del Señorío, y oró ante su imagen, regalándole ricas alhajas: visitó también el Real Convente de San Francisco; y, en fin, procuró deleitar el paladar con las sabrosísimas truchas del río Gallo, que luego bien entrado en Aragón se, haría servir con puntualidad, pues le encantaban.

Otra señalada jornada monárquica en Molina, la más reciente fue el año de 1928, hace ya medio siglo. El día 5 de junio acudió el rey don Alfonso XIII, acompañado del general Primo de Rivera presidente del Directorio, y otros altos cargos del Ejército español, a la inauguración del monumento al capitán don Félix Arenas, molinés y héroe destacado de la batalla de Annual en África el año 1921. Se celebró en la Plaza Mayor una misa de campaña, oficiada por el entonces ‑obispo de Sigüenza don Eustaquio Martín. El gentío procedente de todos los pueblos del Señorío, que acudió a aclamar a su Rey, fue impresionante. Dijeron discursos el, alcalde, don Francisco Checa; el ingeniero don Anselmo Arenas; don José María Araúz, y el general Primo de Rivera. Finalmente, Alfonso descubrió el monumento, que consistía en un pedestal sobre el que se alzaba el busto del capitán Arenas, tallado por el escultor Coullaut‑Valera. Hoy continúa en el mismo lugar que entonces.

Nos estaríamos horas y horas hablando del paso por nuestra tierra de los Reyes y sus familias a lo largo de la historia. Es tema como se puede colegir por las líneas anteriores, de verdadera curiosidad, y que bien merecería ser tratado, con amplitud de detalles, mapas y documentación en un libro.

Ahora, de nuevo las gentes de Guadalajara, de Sigüenza y de Molina, se disponen a participar en esta próxima jornada en que, tras 50 años justos de ausencia, el Rey de España vuelve a visitarnos. Sabrá nuestro pueblo rendirle homenaje, pues su historia está plena de semejantes ocasiones. Sirvan estas líneas de fehaciente muestra.