Carreras de caballos en Molina

sábado, 14 enero 1978 0 Por Herrera Casado

 

Con variados motivos se celebraban estas carreras de caballos, cuyo aliciente principal era la velocidad desarrollada por los corredores, ven­ciendo el primero en llegar a la meta. Participaban los caballeros moline­ses y, muy en especial, los de la Cofradía o Hermandad de Doña Blanca, que eran señalados por su capitán y que llevaban libreas de sedas de colo­res especiales para ser distinguidos de los demás. Quizás por la protección y favor que siempre gozaron en Molina, gracias a su Fuero, los caballeros, se explica el que hubiera muchos vecinos que sustentaban caballo y armas. Los mismos cien miembros de su Cabildo de Caballeros también lo hacían, y muchos otros, llegados de Vasconia, de Andalucía y otras partes. En documentos antiguos se comprueba cómo era uno de los más frecuentes contratos entre sus habitantes la compra­-venta de caballos, todos ellos de seleccionada raza.

Muchas eran las fiestas en que se hacían las carreras de caballos. Princ­ipalmente se limitaban, en el siglo XVI, a las Carnestolendas o fiestas de Carnaval, celebradas con desfiles de disfraces, encamisadas y otras diver­siones; también el día de San Antón, el de San Roque, la fiesta de la Virgen del Carmen, y los días de San Juan, San Pedro y Santiago, se aprovec­haban para celebrar sonadas y divertidas carreras.

El lugar del juego era la Plaza Mayor, sobre todo después que, hacia fines del siglo XVI, se derribara en ella la iglesia de San Juan del Concejo y quedara la plaza grande del lugar como hoy se nos presenta de ancha y abierta. Delante del ayuntamiento corrían los caballeros, tomando su salida en la esquina de la iglesia de Santa María del Conde. El motivo de la diversión era el juego de cañas a caballo, o, aún más frecuente, la ca­rrera de velocidad, que entusiasmaba al pueblo espectador, haciendo bandos por unos y otros caballeros. Se ponían estacadas a ambos lados del lugar de la carrera, para proteger al público, y del lado del ayuntamiento se hacían unos tablados, adornados de paños de seda y doseles de seda y brocado, en los que se colocaban, por un lado, la Justicia y Regidores y, por el otro, los jueces de la villa.

En variadas ocasiones se dieron desgracias sonadas; en los casos de carreras, al atravesarse críos pequeños en el trayecto de los caballistas, y, en los casos de juego de cañas, al chocar frontalmente los justadores. Corriendo estaba su carrera, en 1594, Hernando de Medina Mexía, cuando se le atravesó el niño Gaspar Fernández, que quedó atropellado y muerto. En 1570 ocurrió también que el caballo de Juan de Aguilera Sarmiento se asustó y fuese sobre el público, pisoteando a varios espectadores, matando a uno llamado Miguel Bechio y quebrándose él la pata, por lo que allí mismo lo hubieron de matar.

En los juegos de caña se recuerda cómo uno de los buenos justadores de Molina, el hidalgo Juan Rodríguez Rivadeneyra, señor de Rinconcillo, no pudo hacerse con un brioso caballo, yendo a chocar contra la esquina del Ayuntamiento: dicen que rompió un bellísimo cuerno de plata con que adornaba la testa de su caballo y él quedó permanentemente lisiado de un hombro. Y aún cosas peores pasaron. Que por finales del siglo XVI, don Velasco Ruiz de Molina, señor de La Serna, mató con la lanza, jugando a las cañas, a su cuñado, García de Ayllón Vellosillo, y el escribano Juan Núñez Jufre, también justando, le saltó un ojo al oponente Antonio Álvarez.

Pero estos desaguisados eran, afortunadamente, poco frecuentes. Las alegres gentes de Molina lo pasaban en grande con estos espectáculos, que desde muchos días antes eran esperados y preparados con ilusión. Todo el pueblo se juntaba en las mañanas luminosas de las fiestas veraniegas o en las más frías de las Carnestolendas, llenando con su vocerío el hueco ancho y luminoso de la Plaza Mayor molinesa.