El claustro de Lupiana

sábado, 3 noviembre 1973 1 Por Herrera Casado

 

Como colofón de la serie de trabajos que en semanas pasadas hemos ido presentando, con el objeto de dejar constancia pública del sexto centenario de la orden jerónima en nuestra provincia, damos hoy una breve reseña acerca de la obra de arte que dio gloria a esta Orden religiosa entre nosotros, siendo al mismo tiempo una de las más importantes joyas artísticas que Guadalajara actualmente atesora: nos estamos refiriendo al claustro del convento de San Bartolomé, en Lupiana, que bien puede considerarse como blanco y preciosista corazón de este movimiento religioso durante varios siglos, sobrepasando, si no en importancia artística, si en calor humano y aún preeminencia histórica, a las piedras venerables del Escorial, de Guadalupe, de San Jerónimo en Granada, de Yuste y tantos otros monasterios hijos suyos.

Sobre la historia, autores e importancia artística de este claustro, van trazadas las siguientes líneas, con la brevedad que nos imponen las circunstancias de estas páginas. Lupiana tuvo claustro desde el mismo año de su fundación: don Gómez Manrique, arzobispo toledano, lo construyó a sus expensas. Un segundo patio monasterial levantó, en 1463, el también arzobispo de Toledo don Alfonso Carrillo, siendo prior del monasterio fr. Alonso de Oropesa (1). Según el padre Sigüenza que lo vio, era «de piedra dura y fuerte que tira a color de pizarra», con una estructura y ornamentación «heredada de godos» (2). Pero por amenazar ruina en la siguiente centuria, el padre fr. Pedro de Liaño, general de la Orden, mandó hacer uno nuevo, de acuerdo con el estilo ornamental de la época, y que es el que hasta nuestros días ha llegado. Existe el contrato para la realización de esta gran obra (3), entre fr. Pedro de Briviesca, prior del monasterio de San Bartolomé, y Alonso de Covarrubias, «maestro de obras», suscrito en Guadalajara a 21 de junio de 1535. Fue este gran arquitecto del plateresco español quien dio la traza para este magno recinto, señalando en el contrato, de muy pormenorizada manera, cómo se han de hacer «con sus buenas molduras romanas… sus pilares y basas y capiteles y zapatas y antepechos de balaustres y basas y pasamanos de piedra», quedando encargado de la talla Hernando de la Sierra, «cantero abitante en el dicho monasterio», por precio de 157.500 maravedises, y a dejar terminado para San Juan del año siguiente, esto es, doce meses después.

La piedra para los pasamanos fue traída de Tamajón, y el resto de la cercana cantera «de la Muela», en el camino de Lupiana a Horche.

No es necesario volver la figura de Alonso de Covarrubias, conocida de todos, pero sí puede ser interesante situar el claustro de Lupiana, trazado en 1535, dentro del contexto de su obra, siempre en evolución. Lo primero que hace Covarrubias está en la provincia de Guadalajara: de 1515 a 1517 trabaja en la catedral de Sigüenza, quizás en el altar de Santa Librada, que se está haciendo en esos años. En 1526 levanta la iglesia del convento de la Piedad, junto al palacio de doña Brianda de Mendoza, y hacia 1529 sabemos trabajaba, personalmente tallando grutescos y capiteles ‑Covarrubias comenzó propiamente como tallista en la magnífica portada de este templo arriacense. En 1529 talla el púlpito de la parroquial de Tamajón, ya destruida y en 1530 traza la capilla de los Zúñiga, en el convento de Santa Clara de Guadalajara. De 1532 es el proyecto de la Sacristía mayor, «de las cabezas», de la catedral de Sigüenza, cima del plateresco español, que luego sería continuada por Nicolás de Durango. En 1534 talla el sepulcro de doña Brianda en Guadalajara, y acaba la capilla de los Reyes Nuevos de la catedral de Toledo. Es entonces nombrado «maestro mayor» de las obras del templo primado, comienza a levantar el inigualable y ya desaparecido Palacio arzobispal de Alcalá de Henares, y traza este claustro de Lupiana que ahora recordamos. Después vendrían el Alcázar toledano, el Hospital Tavera, la galería alta de Santa María de Huerta… con un aire cercano ya a lo trentino de Herrera.

Sería muy largo de explicar minuciosamente lo que en Lupiana es necesario, ante todo, contemplar personalmente. El cristalino silencio que resbala por la pálida prestancia de las galerías, deja muda la voz y quieta la mano, dispuesto el espíritu al goce de la belleza. Una galería baja dé arcos de medio punto, sostenidos por magníficos capiteles tallados por el mismo Covarrubias, y con simbólicos medallones en las enjutas, da paso a la galería alta, de arcos mixtilíneos, con calado norte, donde se revela la huella personalísima del gran arquitecto en multitud de detalles, posee aún una tercera superior, arquitrabada y rematando sus columnas en labradas zapatas de piedra.

Si la traza general del claustro es arrebatadamente bella, plena de aciertos estructurales en la distribución de alturas, distancias, arcos y estilos, la decoración resalta con fuerza propia, independizándose como sólo sabe hacerlo la estética del plateresco español, en la que la ornamentación, con la fuerza de sus multiplicados grutescos, se enseñorea del conjunto arquitectónico. No ocurre esto totalmente en Lupiana, pero sí aparece esta fuerza mitológica y pagana en ciertos detalles, como son los capiteles, tanto de la, galería exterior como de la sustentación 1 e los arcos internos, en el costado norte del claustro. Ese alucinante mundo de grutescos, que aquí cuaja en feroces presencias de caneros, aladas bichas, impúberes atlantes, cabezas de angelillos, rientes calaveras, lazos, victorias y un sin fin de prolijas vegetaciones dignas de figurar en el dorado mango de una cruz procesional. En las enjutas de algunos arcos externos, aparecen, alternando con florones, el simbólico león que representa a San Jerónimo y su Orden. En las enjutas de los arcos interiores de esta misma galería norte, aparecen todavía, perfectamente conservados, diversos, medallones con efigies de evangelistas, otro con la Virgen, y otro con el fundador primero de la Orden Jerónima.

La visita a este monumento, pues, se impone. Más aún en estas fechas en que todavía resuenan por España los ecos de esta conmemoración, que sólo aquí, en el solar donde nació hace seiscientos años este movimiento religioso de profunda raíz hispánica, se ha rememorado con el silencio.

Notas

1) José María Cuadrado, «España, sus monumentos y artes», tomo II, Castilla la Nueva; Barcelona 1886, pág. 89.

(2) Fr. José de Sigüenza, «Historia de la Orden de S. Gerónimo», 1600.

(3) Archivo Histórico Provincial de Guadalajara, protocolo número 12, fol. 408 v. Es hallazgo de la Bibliotecaria Provincial, doña Juana Quilez, quien lo publicó en el número 3 de «Investigación», diciembre 1969, pp. 70‑74.