Mondéjar en el siglo XVIII (I)

sábado, 29 septiembre 1973 0 Por Herrera Casado

 

Mucho se ha escrito y hablado en torno al Mondéjar de arranques principescos, de renacentismos en piedras y brocados, de gentes mendocinas que encumbraron su nombre, de monjes y artistas que hicieron dilatada su presencia en los iniciales momentos de la nueva era moderna y pensadora. Pero hay otro momento del pueblo, de la vida española en general, que está poco estudiada y menos comprendida. Es el Siglo de las Luces que algunos llaman, la decimoctava centuria en la que un nuevo afán de sabiduría, y, sobre todo, una puesta en marcha de las libertades individuales, se inician.

Es en la primera mitad de ese siglo cuando, bajo el reinado de Fernando VI, aparece una gran figura en la política española, de la que no podemos cantar el total encomio porque envidiosas manos dejaron inconclusa su decidida reforma: don Zenón de Somodevilla, marqués de la Ensenada, secretario ó ministro en varios departamentos y verdadera «mano derecha» del monarca, inició una serie de reformas, tanto en política nacional como internacional, que apuntaban con visos de sabiduría (1).

A la hora de establecer un nuevo sistema impositivo y fiscal, en orden a implantar la única contribución y así simplificar y agilizar el cómputo de ingresos del Estado, el ministro decretó la realización de lo que posteriormente se conocería con el nombre de «Catastro del Marqués de la Ensenada», una exhaustiva catalogación de las personas y entidades que en el país eran sujetos de trabajo o dueños y poseedores de las más diversas haciendas. Pueblo por pueblo se hizo. Quedó registrado en viejos libros manuscritos que, gracias a Dios, de muchos sitios se conservan y permiten el conocimiento de la vida española en la mitad justa del siglo XVIII.

De las contestaciones que el pueblo de Mondéjar dio a tal interrogatorio han salido los datos para elaborar esta visión retrospectiva (2).

El asunto comenzó un 25 de abril de 1752, cuando por todos los rincones de la villa apareció pegado un edicto en el que, según «Real Instrucción», se mandaba a todos los vecinos que en el término de 20 días, entregasen en la Audiencia una relación jurada y firmada, de todos los haberes y efectos que cada uno gozase y poseyese en la población y término de Mondéjar. El plazo se amplió por dos veces, y consta que, así y todo, hubo rezagados que tuvieron que pagar «2 ducados de vellón» en concepto de multa.

Se nombraron peritos para los casos dudosos en la operación de evaluación de haciendas, a don Alfonso López Soldado y a Juan Martínez Saavedra y Guzmán. Para el reconocimiento y peritaje de «las casas, corrales, pajares, edificios y otras posesiones» de los vecinos de Mondéjar, vino contratado el maestro alarife Pedro Mondéjar, que a la sazón era vecino de Alovera.

Previas las recepciones de declaraciones, y la correspondiente recopilación de datos, tuvieron lugar dos reuniones «en la Casa Palacio del Excmo. Sr. Marqués de esta villa, en donde tiene su audiencia el señor don Manuel López Espino, juez subdelegado del señor don Juan Díaz de Real, corregidor e intendente general de Rentas y servicios de Millones de la ciudad y provincia de la ciudad de Guadalajara», a 28 de julio y 14 de agosto de ese mismo año de 1752, en las que se redactaron las contestaciones correspondientes al interrogatorio oficial.

La villa de Mondéjar era todavía de señorío. Ninguna convulsión social había ni siquiera tambaleado el férreo sistema jerárquico que tenla su base, la más directa y visible, en el reparto de tierras y preeminencias con que don Pelayo comenzó en Asturias la reconquista patria. Desde que a finales del siglo XV los Reyes Católicos crearon el marquesado de Mondéjar (que iría a recaer en su primera andadura en don Iñigo López de Mendoza, segundo conde de Tendilla, y nieto del primer marqués de Santillana), hasta esta mitad del siglo XVIII, la villa había tenido por dueño absoluto al marqués correspondiente, quien cada vez vio, eso sí, más mermadas sus atribuciones y jurisdicción, pero nunca llegó a perder el poderío.

En esta fecha que ahora comentamos, el marqués de Mondéjar residía en Madrid. Ya hemos visto cómo su antigua y solariega casona, que aún hoy en día se conserva a espaldas de la iglesia, era sede de la Audiencia y, ya burocratizada, alguna que otra lágrima de nostalgia escaparía de esos tres blasones coronados que en su portada en blanco y noble mármol, igual, que hoy relucían. El marqués tenía, no obstante, el poder de nombrar alcalde mayor y los Justificias de la Villa. Por tal atribución, el pueblo le pagaba anualmente 300 reales (a su escribano, por los trámites y la tinta gastada, 60 reales). Por razón de Martiniega y Vasallaje se le pagaban 294 reales de vellón al año, y en Pascua de Navidad se le daban, «por vía de regalo», 12 gallinas y 12 capones, que por entonces venían costando, un año con otro, 110 reales de vellón. Entre otras posesiones, especialmente tierras de labor, pertenecían al marqués los tres «hornos de pan cocer» que había en Mondéjar, a los que llamaban «de la Fuente», «del Castillo» y «el nuevo» según sus localizaciones y época de construcción. Producían entre los tres más de mil reales al año de beneficio. También poseía el magnate una tenería.

En breve repaso podemos recordar las fuentes de riqueza que tenía Mondéjar en este ecuador del siglo XVIII. Las tierras del término eran todas de secano, produciendo generalmente trigo y cebada, y algunos años, centeno y avena. Ya en menor cantidad, había hortalizas, viñas, y olivos para aceite; también «álamos negros que producían palos para vender» y monte de robledal.

Quizás el capítulo de más alto significado económico estaba representado en el ganado: «mulas, machos, pollinos, para el ejercicio de la labor, y para el de la Arriería» los había en gran número. También ganado lanar, churro, cabrío, de cerda para el consumo de los vecinos, ganado mular, cerril, y caballos potros de trato para vender.

La industria que a ello cabía añadir era muy escasa. Registraban «un Molino de sacar cera, que se usa muy poco, por no coxerse en este término», y «una jabonería, que no se usa» y que ya por entonces estaba medio arruinada. Lo que más prósperamente marchaban eran los Molinos aceiteros, de los que había siete en Mondéjar. Lo que parece extraño es que, en todo el término, sólo hubiera 12 colmenas, que pertenecían a don Alfonso de la Plaza y don Cristóbal Urbano, presbítero de la villa.

Notas

(1) Mucho se ha escrito sobre la figura y obra del marqués de la Ensenada. Aunque no es de éste lugar tal tarea, conviene recordar algunas obras en las que por menudo se analizan sus empresas. González de Amezúa, A., «Un modelo de estadistas, el marqués de la Ensenada», Madrid 1950; Vicens Vives, J., «Historia económica de España», Barcelona 1960; Domínguez Ortiz, A., «La sociedad española del siglo XVIII», Madrid 1954 Pérez Bustamante, C., «El reinado de Fernando VI en el reformismo español del siglo XVIII».

(2) Del libro de «Autos Generales» del Interrogatorio para el establecimiento de la Constitución única. Se conserva en el Archivo Histórico Provincial de Guadalajara, al tomo CMLIX de la numeración propia del Catastro.