Replantear cosas

sábado, 6 mayo 1972 0 Por Herrera Casado

Los danzantes de Utande, en fotografía de Tomás Camarillo

 

Le toca hoy el turno a un tema del que sólo cabe hacer muy breves consideraciones, pues no está en nuestras manos el llevarlo a cabo, sino sólo insinuarlo, el apuntar su inmensa cargazón de futuro, su indiscutible promesa de fructíferas andaduras. Es la reorganización del sistema de vida provincial en lo que atañe a concentración de núcleos de población, mejora de servicios como consecuencia de ello cambio del suelo y riquezas naturales, y, como consecuencia de todo ello, cambio total de rumbo en nuestro turismo provincial.

Ya digo que esto es, casi casi, hablar por hablar. No dudo que estará en la mente de muchos políticos, que es a quienes, en definitiva, les corresponde dar todos los pasos. Pero también sé que, a pesar de ello, serán todavía muchos los lustros que han de pasar antes de que sea una realidad. Y esto sí que no es ilusión. Es, simple y llanamente, esperanza.

Serían las cabezas de partido actuales, y algunos otros pueblos más desarrollados ya actualmente, o que por lo menos no tienen una curva vital descendente como les ocurre a la mayoría, los que se convertirían en cabezas de comarca. En ellos se reuniría, total y absolutamente, toda la población de dicha comarca. El que un Sigüenza, un Molina, un Cifuentes, un Sacedón o un Jadraque llegaran a los diez doce mil habitantes, supondría una modernización y puesta al día de dichas poblaciones. Todas las comodidades de la vida moderna podrían llegar a ellos, pues la rentabilidad de unas inversiones sociales a realizar por el Estado, ser a mayor que si se tuvieran que hacer en multitud de pequeños pueblecitos. Luz, teléfono, escuelas, alcantarillado, diversiones, actividades culturales, servicios médicos, policíacos, bancarios, energéticos, etc. se concentrarían con menor gasto que el que supone ir repartiendo cada cinco kilómetros, de aldea en aldea, como ahora ocurre.

Todo el campo, toda la ganadería, todo el entorno físico a explotar dentro de esa comarca, estaría regido desde esa cabeza. Los agricultores se trasladarían a las fincas y zonas de cultivo por medio de vehículos destinados a tal fin. En comarcas madereras, forestales como en fin de cuentas han de ser Atienza, Sigüenza, Molina y Sacedón, servicios de helicópteros sobrevolarían continuamente la zona en evitación de incendios. Buenas carreteras, y una vida más digna para todos los que de esta manera, aun continuando como agricultores, se integrarían de una manera definitiva en el siglo XXI. Ese es el trasfondo social que late en esta elucubración reformista y que, repito, estará ya en la mente de muchos de nuestros políticos, en especial de los jóvenes, como meta a alcanzar en esa España distinta y brillante que nos espera en el porvenir del siglo.

Todo esto ha venido a cuento como tercera directriz a cumplir por lo que sería una renovación también total y definitiva de nuestro turismo provincial. Porque esto haría que muchos, la gran mayoría de los pueblos que aún hoy tienen vida y calor humanos, quedaran solitarios. Lo que no quiere decir abandonados. Porque ese sería el gran logro nuestro: el de conservarlos tal como están hoy, que es lo mismo que decir tal como eran cuando se levantaron, acá en los nebulosos años de la Alta Edad Media, de «fazañas» y leyendas reconquistadoras. Sería legar a nuestros descendientes todo un ingente museo de vida y costumbres medievales. Toda una provincia entera conservada como en formol, prendida en los alfileres delicados del entomólogo de la historia, rodeada del fieltro y la luz indirecta de las mejores pinacotecas. Un jardín, un cementerio. Un enorme trozo del país, de universo, siempre reconquistado para el recuerdo. Con las silenciosas y venerables piedras en su sitio. Con el tibio y humedecido aire del medievo entre callejas, bajo los grandes olmos de las plazas, sobre las altas cimas de las veletas oxidadas. Un regalo al futuro, un monumento a nuestra sensibilidad, un merecido homenaje al pasado.

¿Son sueños? ¿Serán realidades? Nosotros mismo tenernos la palabra. De momento, lo que hace falta es que tan sólo, parezca una bonita idea.