Francisco de Baeza y su escuela
Publicado en Nueva Alcarria el 9 Febrero 1968
Hoy me toca hablar de un hombre (de unos hombres, mejor dicho) que, en su mayoría, no vieron la primera luz en nuestra provincia, pero que, no obstante, fueron unos de los que más trabajaron por su arte y su renombre más allá de nuestras fronteras. Me refiero a Francisco de Baeza y tantos otros maestros de cantería y aún tallistas que en la construcción de la catedral de Sigüenza se formaron.
Aunque la catedral seguntina, románica en su fundamento, se comenzó a edificar en el siglo XII, la mayoría de las obras de arte que encierra son fruto del aliento creador del siglo XVI y aún del XVII. Así es como se produce en nuestra gran catedral ese fenómeno extraño de creer, desde fuera, que vamos a entrar en un castillo monótono y desangelado, y encontrarnos dentro con las galas del Renacimiento en todo su apogeo.
Cierto que Covarrubias, el hipotético arriacense, y Martín de Vandoma, el seguro seguntino, fueron los dos impulsores del arte que encierra la catedral. Pero no se puede olvidar, en justicia, a los canteros que, a la sombra de Francisco de Baeza, labraban finamente la piedra para que luego los tallistas se lucieran en ella. Para dar el nombre de Escuela, a lo que tras de Baeza se formó en Sigüenza durante los siglos XVI y XVII, podemos acudir a Adeline, que en su «Vocabulario de Términos dé Arte», dice ‑al respecto: «Se da el nombre de Escuela a la serie de artistas nacidos en un país, o que sin haber nacido en él han residido allí por mucho tiempo, y trabaja conforme al gusto de dicho país».
Ya durante el siglo XV, a la sombra de las reedificaciones que mandara llevar a cabo el Cardenal Mendoza, siendo Obispo de Sigüenza, nos encontramos con un tal don Donys, que por el nombre no parece, ni siquiera español,, y que debía ser muy importante. Antes de fines del siglo XV no se conoce ningún nombre concreto de cantero o tallista, pues es a partir de esa fecha de cuando datan las Cuentas de fábrica, y es en ellas donde figuran los nombres de todos los que allí trabajaban.
Todo comenzó con la llamada hecha por el Cardenal Mendoza a varios artistas de la Montaña, que tal vez aún guardaban relaciones con la familia cuyo jefe llevaba el título de marqués de Santillana. De allí, de Santander, vinieron bastantes: Quejiga, cuyo apellido todavía subsiste en Sigüenza a fines del siglo XVI; Domingo de Elgueta, que fue maestro de cantería en la obra del claustro; cincuenta años después, aparece un Martín de Elgueta como tallista del Sagrario. Como vemos, llegaban los artistas de lejanas tierras, y en Sigüenza formaban la familia, que ya quedaba allí para siempre.
Lo mismo ocurre con Pedro de la Sierra, que en 1498 le vemos tallando el Sagrario viejo, y cuarenta años más tarde, otro artista del mismo nombre, posiblemente su hijo, figura como entallador del Sagrario nuevo. Durante todo el siglo XVI el número de artistas va en aumento, y así figuran los apellidos siguientes: además de los Baeza, Alea, Vergara, Fontanilla, Landes o Landas, de claro origen alemán, Carasa, Alonso Velasco, Daroca, Villalba, Briones y Aguilera.
De Francisco de Baeza existen muy escasas noticias biográficas.
Se sabe que trabajaban con él otros dos Baezas, Fernando y Juan, cuyas obras, sobre todo las del primero, se han confundido con las suyas. Posiblemente Juan fuera el padre, el mismo «maestro Juan» que reedificaría iglesia de Nuestra Señora de los Huertos sobre el solar de la antigua ermita. El origen de la familia Baeza es desconocido, aunque creo que no hay que romperse demasiado la cabeza para hacerles oriundos de Andalucía. De allí han partido siempre grandes artistas a conquistar su fama en Castilla. Pero el caso más importante para nosotros, es que dicha familia se estableciera en Sigüenza, sonando su apellido en las relaciones de obra de cantería hasta muy entrado el siglo XVII.
A Francisco de Baeza, considerado como el jefe de la escuela de maestros canteros de Sigüenza, se deben la mayor parte de las obras realizadas en el segundo tercio del siglo XVI. Incluso trabajó en el Sagrario, en ausencia de Durango, siendo primero maestro de fábrica y luego aparejador. Abrió en 1532 la portada del Corpus, que hoy es la capilla de San Pedro; hizo el chapitel de la torre del reloj; la coronación de la Contaduría nueva. Renovó las columnas del atrio y labró el arco de la capilla de San Blas, que luego sería colocado en la de la Misericordia. En esta última asentó y limpió los bultos. Reedificó la capilla de la Consolación. Retundió, renovó y cinceló la tribuna de los órganos y llegó a cabo la obra de la torre nueva. Pero donde Francisco de Baeza se esmeré más fue en las capillas de Santa Librada y en la de Santa Catalina, sentando la piedra y dirigiendo muy probablemente la ornamentación. A él se atribuye le magnífico grupo de «la Adoración de los Magos» que existe labrado en el frontón de esta capilla de San Juan y Santa Catalina, más conocida por contener los restos de Martín Vázquez de Arce, “el Doncel”.
Debió morir Francisco de Baeza hacia el año 1557, pues en esta época le reemplazó un tal Juan Ruiz en el cargo de aparejador de la obra del Sagrario. Es el de Baeza otro nombre más a, recordar entre aquellos a los que nuestra provincia debe el poder mirar a las demás con la frente muy alta.